corral-duarte2-23ene2015

La vida nos ha permitido habitar juntos en un conjunto de tareas políticas que no viene al caso enumerar en esta carta abierta. Vivimos en mundos políticos separados y convergentes; como demócratas nos ha tocado navegar con ese discurso, comprometiéndonos con nuestros proyectos. Tú tienes una larga historia en el Partido Acción Nacional donde has abrazado causas dignas de encomio y reconocimiento. Hoy yo no pertenezco a ningún partido porque hace tiempo al que pertenecí naufragó en el más burdo entreguismo y creo que eso no va con un hombre de izquierda con más de medio siglo de militancia. Pero entiendo que nuestras convergencias nacen de una idea, liberal por cierto, de que la praxis de la política es, desde una perspectiva de ciudadanos, la única posibilidad de influir en las decisiones públicas, en nuestro caso como opositores y constructores de alternativas que si separadas, insisto, ocupan un espacio común que se nos ha concedido y cuya historia, añeja ya, está registrada tanto en la conciencia como en el devenir contemporáneo de Chihuahua y el país.

Hoy estamos hermanados bajo un común denominador: somos ciudadanos activos en guerra abierta contra la corrupción y la impunidad, que tiene como objetivo la futura instauración de una auténtica rendición de cuentas y un Estado de Derecho con existencia cívica, quiero decir, ajeno a toda retórica. Se trata de un par de fines valorados hondamente y sentidos hasta los huesos por todos los mexicanos que recorren transversalmente a toda la sociedad, desde los que carecen de lo más estricto que es su sostenimiento diario, hasta los que se pudren en una riqueza, más cuando ésta ha sido alcanzada bajo las formas que el Derecho protege. No quiero cometer el exceso de afirmar que todo México está en contra de la corrupción. Sería una falsedad, porque sí hay quienes están en su favor por los enormes dividendos que les rinde, no nada más en dinero negro, sino también como el mecanismo más sólido para compactar al grupo pequeño que detenta el poder hegemónico en este país. Para los políticos que construyen sus carreras con base en las malas artes, la corrupción es el mejor cemento para edificar una unidad impenetrable y desgraciadamente en no pocas ocasiones incontrastable. A ella han recurrido políticos del corte de Porfirio Díaz, Miguel Alemán y Salinas de Gortari en nuestro país, o Hitler y Stalin en los atormentados pueblos de Alemania y Rusia.

Tú sabes bien esto, no pretendo enseñarte nada nuevo ni cosa que no sepas al respecto. En 1995 te vi como diputado local constituyente, reformando nuestro código básico local para sentar nuevas bases en defensa del patrimonio público y en contra de aquellos “finiquitos” que desgraciadamente no se han ido, pues aquí siguen causando un daño miserable que parece no tener fin. Luchar contra la corrupción nunca ha sido fácil en un país con larga tradición patrimonialista como el mexicano. Es más, tú sabes que hay las máximas arraigadísimas al seno de la clase política que rezan: “un político pobre es un pobre político”, y su complementaria “el que no transa no avanza”, casi normas constitucionales que desgraciadamente han permeado al interior de la nefasta partidocracia que padece México. Navegando a contracorriente, sabemos aquí en tu tierra que eres de los que se ha parado a la mitad del foro para reclamar un hasta aquí a esta envilecida circunstancia; en la coyuntura, cuestionando los escándalos de Peña Nieto que emblematizan la Casa Blanca, sus anexos, la licitación del tren México-Querétaro, tu oposición al Fracking, la reforma en materia de telecomunicaciones y, desde luego, el reclamo a César Duarte que ha trascendido a todos los rincones del país.

No me extraña en lo más mínimo que para atacar tu desempeño se recurra a los más burdos oficios de un parlamentarismo ruin y ramplón como el de César Duarte, al que conozco de cerca en dichas habilidades por haber compartido legislatura aquí en el estado de Chihuahua, sobre todo cuando salió en defensa abyecta de Patricio Martínez, con sofismas del tamaño del iceberg que dañó al Titanic. Con franqueza te quiero decir que sé de cierto que los cuestionamientos a los familiares duelen, sobra decirlo, más tratándose de personas que no tienen por hábito negar sus vínculos consanguineos. Duelen y punto. Pero no trascienden a la vida personal del otro, así tengan el rango de la hermandad. Recuerda que nuestro maestro Federico Ferro Gay algún día nos dijo la estrujante frase de Terencio: “…la verdad engendra y pare su ojeriza…”. Y esto es lo que ha sucedido al poner al descubierto la corrupción de César Duarte en el escándalo ya conocido como Fideicomiso 744743 o Banco Progreso. Ahora resulta que para construir una cortina de humo protectora de César Duarte, se insinúan crímenes que nunca cometiste y se aducen conductas que no te pertenecen, así sean las de tus hermanos. Es un viejo recurso de los tiranos para atacar a quienes tienen la entereza de ponerse al frente de su pueblo para remediar las cosas.

Permíteme recordarte tres o cuatro cosas que vienen a mi memoria. La grotesca táctica parlamentaria de César Duarte, desplegada en un escenario a modo, montado en el Senado de la República, desde luego que no es nueva. Tiene una historia vasta que hoy quiero recordar acudiendo a dos personajes de reconocida talla mundial: Maximilian Robespierre, el líder plebeyo de la revolución francesa, y Don Indalecio Prieto, el político, periodista y republicano español refugiado en México. Empiezo por el primero: en uno de sus discursos, el francés llegó a decir que para desacreditar las acciones o ideas de una persona, los calumniadores, los mal intencionados, se inclinan siempre por descalificar a esa persona y de esta manera minimizan sus culpas. Así, para desviar la atención de los señalamientos sobre alguien, éste, el acusado, revira con acusaciones sobre los familiares de su señalador. Una vieja técnica no sólo de distracción, sino de envolver a sus contrincantes. Duarte, obviamente sin el ingenio que mostró Robespierre en la convención francesa, hizo eso, con una acción digna de verduleras, con el debido respeto a quienes se dedican a este oficio.

Pero esta es más propia para la circunstancia que comento y nos la ofrece espléndidamente Don Indalecio, del que podemos decir que tras la Guerra Civil Española, colaboró en la revista Siempre! en los años sesenta del siglo XX, que dirigió José Pagés Llergo. Pues bien, en una ocasión que fue entrevistado su interlocutor le preguntó a quién prefería, si a sus amigos o a su familia. Don Indalecio respondió: “A mis amigos”. ¿Por qué?, fue la inmediata interrogante y enseguida precisó Don Indalecio: “Porque yo los escojo”. La anécdota es más que aleccionadora. Aunque no puede negarse a la familia, ningún miembro de ella puede y debe cargar con los hechos de los demás. Por eso hay un precepto universal que prohíbe las penas trascendentes, precepto que Duarte, que se dice abogado, olvida, lo que es obvio en una persona que ha llegado al extremo de sostener la viabilidad de la pena de muerte por ahorcamiento. La moraleja salta a la vista: que alguien trate de responsabilizar a uno por lo que hace el resto, huele a intención oculta para descalificar, más cuando se hace para evadir un cargo como el que en el caso particular me permití formularle por la vía jurídica por los delitos de la denuncia penal del pasado 23 de septiembre de 2014. Te imaginas que tú y yo pretendiéramos denostar a los familiares de César Duarte por lo que es él.

Tengo para mí que en esencia, en la disputa con Duarte, no es que se estén intercambiando una cosa por otra. Tu honradez por la corrupción de Duarte. Lo de éste son delitos denunciados formalmente, apuestas por el Derecho ante una burocracia que no cree en él; lo de Duarte es saliva para Peña Nieto y Gamboa Patrón, casi casi la súplica de que lo mantengan en el cargo, a donde nunca debieron haberlo llevado. Lo tuyo es una batalla en la que me has acompañado ahora y que desde luego te agradezco en lo personal, convencido de que lo haces con autenticidad y por una sociedad en la que has bregado en contra de los efectos más nefastos del viejo autoritarismo patrimonialista. Sé que tienes una sólida vocación política, en los términos que expuso Max Weber en su histórica conferencia en 1919, en una Alemania en ruinas por haberse empeñado en una guerra absurda, y en un México en idénticas condiciones por la responsabilidad de unos cuantos miserables que se abrigan en la proverbial impunidad que el país debe dejar atrás para empezar a desplegar sus grandes potencialidades.

Cuando fundamos Unión Ciudadana, recordé la frase de que lo único que se necesita en México para ser revolucionario es ser honrado. Olvidé complementarla con los grandes riesgos que se corren cuando se pone en práctica dicha enseñanza. Quien hace política honrada se gana enemigos y calumnias. Pero no está de más recordar las palabras del gran Juan Jacobo Rousseau, con el que quizá no coincidas tanto como puedo coincidir yo: “El honor de un hombre no está de ningún modo en poder de otro, está en él mismo… No se defiende con la espada ni con el broquel, sino con una vida íntegra e irreprochable”.

Las temerarias acusaciones, Javier, que Duarte hizo en tu contra, no permiten quedarse en la cómoda neutralidad del silencio, mucho menos regodearse a causa de otras disputas que tú has mantenido, en particular al interior de tu partido. Se trata de algo con lo que nadie que practica la política, ya no digo con ética rigurosa, sino con simple altura, puede permitir. Luego, más allá de la calumnia, lograremos que la acusación contra Duarte ha de investigarse con absoluta independencia de la actividad de los hechos que te endilga artificiosamente el cacique. Entonces, he de decirte que no estamos de ninguna manera ante un quid pro quo, que bien haría el consejero jurídico del estado de Chihuahua, Mario Trevizo, en explicarle a su rústico jefe. ¿Por qué pienso así, amigo? Por lo que dijo aquel famoso torero español, conocido con el mote de El Gallo: “lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible”. Parece disparatada la redundancia del matador, pero creo que le encaja muy bien al espécimen que lidiamos aquí, en el coso chihuahuense. Recibe un saludo fraternal y mi solidaridad.