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La grotesca táctica parlamentaria de César Duarte, desplegada ayer en un escenario del Senado de la República, desde luego que no es nueva. Tiene una historia vasta que hoy quiero recordar acudiendo a dos personajes de reconocida talla mundial: Maximilian Robespierre, el líder plebeyo de la revolución francesa, y Don Indalecio Prieto, el político, periodista y republicano español refugiado en México. Empiezo por el primero: en uno de sus discursos, el francés llegó a decir que para desacreditar las acciones o ideas de una persona, los calumniadores, los mal intencionados, se inclinan siempre por descalificar a esa persona y de esta manera minimizan sus culpas. Así, para desviar la atención de los señalamientos sobre alguien, éste, el acusado, revira con acusaciones sobre los familiares de su señalador. Una vieja técnica no sólo de distracción, sino de envolver a sus contrincantes. Duarte, obviamente sin el ingenio que mostró Robespierre en la convención francesa, hizo eso, con una acción digna de verduleras, con el debido respeto a quienes se dedican a este oficio.

Pero aún mejor resultan las lecciones que nos ofrece Don Indalecio, del que podemos decir: tras la Guerra Civil Española, colaboró en la revista Siempre! en los años sesenta del siglo XX, que dirigió José Pagés Llergo. Pues bien, en una ocasión que fue entrevistado su interlocutor le preguntó a quién prefería, si a sus amigos o a su familia. Don Indalecio respondió: “A mis amigos”. ¿Por qué?, fue la inmediata interrogante y enseguida precisó Don Indalecio: “Porque yo los escojo”. La anécdota es más que aleccionadora. Aunque no puede negarse a la familia, ningún miembro de ella puede y debe cargar con los hechos de los demás. Por eso hay un precepto universal que prohíbe las penas trascendentes, precepto que Duarte, que se dice abogado, olvida, lo que es obvio en una persona que ha llegado al extremo de sostener la viabilidad de la pena de muerte por ahorcamiento. La moraleja salta a la vista: que alguien trate de responsabilizar a uno por lo que hace el resto, huele a intención oculta para descalificar, más cuando se hace para evadir un cargo como el que en el caso particular me permití formularle por la vía jurídica por los delitos de la denuncia del pasado 23 de septiembre de 2014.

En esencia, en estas disputas no es que se estén intercambiando una cosa por otra. La acusación contra Duarte debe investigarse con absoluta independencia de la actividad de nuestro amigo Javier Corral, un hombre evidentemente honrada y comprometido con su pueblo, y más de las faltas que hayan cometido sus familiares, que sólo a ellos atañe. Entonces, para decirlo en latín, no es un quid pro quo, que bien haría el consejero jurídico del estado de Chihuahua explicarle a su rústico jefe.