La próxima elección para elegir gobernador o gobernadora del estado, diputaciones, ayuntamientos y sindicaturas, será en 2027. Para precisar, llamo la atención de que en dos años y medio la competencia estará como una olla de presión a punto de ebullición. Pero esto es en el ámbito de la física, no de las ambiciones desmedidas que se han desatado y están ya en la presencia pública en un tiempo que ni es el legal ni es el pertinente.
De antaño creo que es mejor aceptar a los políticos que dicen tener ambiciones que aquellos que las niegan pero las disfrazan aunque las anhelan con harta pasión. El grotesco espectáculo que tenemos en el estado de Chihuahua nos debe prevenir de la poca o nula adhesión moral de los y las pretendientes a la gubernatura, que ya dedican su tiempo, al margen de todo calendario electoral, a promocionarse como aspirantes a la primera magistratura de la entidad.
Están, de inicio, dos alcaldes en funciones: el de Juárez, Cruz Pérez Cuéllar, y el de Chihuahua, Marco Bonilla, ambos panistas, aunque el primero es renegado y chapulín. Ambos se promocionan de manera indubitable por el preciado cargo y las motivaciones que uno y otro puedan tener, transitan desde cultivar la corrupción política hasta la proclamación de que en esta franja fronteriza se contendrá la expansión de la hegemonía oficialista de MORENA y su llamado “segundo piso”.
Gobiernan las dos ciudades principales de la entidad, y como es evidente, privilegian su tiempo a sus proyectos de poder y campañas, apalancándose en los recursos públicos que devienen de la simple titularidad de los cargos que ostentan. Se desentienden de que al actuar así rompen el principio electoral de la equidad para competir. Su trampolín para saltar encuentra en la altura una ventaja indiscutible.
El ahora morenista Pérez Cuéllar ha sembrado anuncios espectaculares, costosos de suyo y ocultos por la opacidad. A dónde pueda ir uno que no los vea, y fuera de la territorialidad que ampararía su carácter de alcalde de Ciudad Juárez. Aparece en eventos públicos fuera de su ámbito y no pierde oportunidad de regalar bienes y refaccionar a otros municipios con activos que son propiedad pública de Juárez y sin la autorización del cabildo para desincorporarlos del patrimonio municipal, cometiendo un delito por disponer de lo ajeno.
En el caso de Bonilla, este se cuida más, porque bien sabe que la gobernadora, María Eugenia Campos, su jefa, ha ordenado una galopada en la que se apuntan figuras menores del tipo de senador Mario Vázquez Robles, pero siempre formando parte de una clase política voraz.
Cruz Pérez Cuéllar buscará por tercera ocasión la candidatura. Lo intentó en 2016 con Movimiento Ciudadano, llevando tras de sí la mancha de su complicidad con César Duarte, que lo patrocinó en esa empresa para debilitar a su amadísimo compadre Javier Corral.
La pretensión de Pérez Cuéllar, de llegar a consolidarse, marcaría una línea de continuidad de una larga etapa de canallas y odios heredados, que se extiende desde Duarte a la actual gobernadora, pasando por Javier Corral, y las migraciones de los dos juarenses, encumbrados hoy en MORENA, donde volvieron a darse la mano al pertenecer al mismo flanco. Una prórroga de este corte suena siniestra para el estado, y abría que ponerle un hasta aquí.
Luego están otros dos aspirantes, ambos ocupan sendos escaños en el Senado de la república. Hablo de Juan Carlos Loera de la Rosa, que como candidato a la gubernatura del estado ya demostró su fracaso e indigesta políticamente. También ha levantado la mano Andrea Chávez, que se autopresenta como una especie de “relevo generacional”, aunque su discurso es rancio e inspirado en lo peor de la política de antaño, como sería el padrinazgo de jerarcas del morenismo como Adán Augusto López Hernández, representante del expresidente López Obrador en la llamada cámara alta del Congreso de la Unión.
Escuchando los discursos de Andrea, sorprende su tono arrogante y porril. Quizá en el camino lime estas asperezas, pero lo que está fuera de duda es que ya mueve sus teclas al son frenético de ambiciones desbordadas.
Todos son actores de un fraude a la ley electoral, cosa que ya es habitual, adosado a una prepotencia y soberbia que los hace pensar que son los únicos cocineros de la política en Chihuahua.
Esto sucede porque la ciudadanía, la soberanía que se le reconoce de los dientes para afuera, prácticamente está inerte. Pero no muerta, y ojalá se levante con un proyecto propio en contra de estos representantes de una partidocracia podrida y pestilente.