Cuando Javier Corral asumió el cargo de gobernador se jactó de ser el “primer gobernador periodista”, mostrando ignorancia –o desdén– por don Silvestre Terrazas, quien desde muy joven se dedicó al periodismo y trajo por primera vez el linotipo a Chihuahua; fue apresado en varias ocasiones por razones políticas, conciliaba con el villismo y fue secretario del gobierno del estado, se le recuerda además por su famoso periódico, El Correo de Chihuahua, que vale la pena leer retrospectivamente, pues hizo periodismo en tiempos de dictadura, contracorriente. Corral pudo haber aspirado a presentarse como una especie de vida paralela, pero su desmesura hubiera sido mayor. 

Su praxis como gobernante riñe con las defensas que en el pasado realizó por la comunicación democrática como legislador y fundador de la AMEDI, que profesa esta misión: “El derecho a la información es un derecho de carácter social, en el que el interés del público está presente. En este sentido, nadie mejor que la propia sociedad para promover su ejercicio, vigilar su aplicación y estimular su debida actualización jurídica. A ello orienta sus esfuerzos la Asociación Mexicana de Derecho a la Información”.

Corral actúa apegado a la posición del momento, al lugar que ocupa en la pirámide de jerarquías en las que prima el sentido del poder. En ese sentido es veleidoso, porque los amigos de antes pueden ser sus adversarios de hoy; o sus adversarios del pasado, sus amistades del presente. En otras palabras, no usa el principio que dice profesar para aproximarse en congruencia hacia él, pues el ideal declarado y la realidad caminan por sendas diferentes. 

En este marco, tenía absolutamente vetado a El Heraldo de Chihuahua durante su efímera adhesión a Unión Ciudadana, donde esta publicaba como inserciones pagadas algunas páginas completas exhibiendo la corrupción duartista. Con palabras castizas, Corral rechazaba nutrir a un medio por el que sentía verdadera fobia, y ahora –¡O tempora, o mores!– es casi su periódico oficial, el que expresa la “verdad” del gobierno o silencia lo que haya que silenciar. 

Pero no sólo eso. Ha contribuido a sofocar medios que habían ganado gran influencia y respetabilidad en la sociedad chihuahuense, convirtiéndolos prácticamente en una especie de púlpito semanal en el que se le entrevista sin ningún filo crítico, como lo haría un apuntador en la concha del teatro a los actores que olvidan el libreto. Es una historia de la que luego escribiré. En igual sentido, pero en paralelo, están las organizaciones de la sociedad civil, que fueron cooptadas a cambio de puestos públicos soportados en jugosa nómina, y cuya ausencia significa silenciamiento de problemas cruciales, como el feminicidio o las desapariciones forzadas, por ejemplo.

Es una dialéctica que no habla de avance, sino de involución. Para Corral llegar al poder le significó un paso adelante y a la sociedad varios pasos hacia atrás. No ha comprendido que sigue siendo útil una añeja recomendación de que la democracia es generosa con los moderados. Su talante personal, su egotismo, su afán de rijosidad, la frivolidad como gobernante no le permitieron –hablo en pasado porque lo es– integrar un equipo gobernante con talento, decisión y entrega. Ha ido de desastre en desastre. El Poder Judicial donde metió las manos hasta los codos, lo grita a los cuatro vientos, y el Congreso y los órganos autónomos también. Es la huella que, por otra parte, deja a su paso ese poder utilitario tras el trono que se llama “Gustavo Madero”. O incuria, si nos referimos a un personaje sin nombre que lo sucedió en el cargo.

Si la sociedad está cansada de la violencia creciente y del fracaso rotundo de un par de funcionarios como César Augusto Peniche y Óscar Aparicio, igual de cansada está por una pugnacidad estéril de que ha hecho gala el Ejecutivo contra los medios de comunicación, pretextando una reorientación en ese rubro y que no se ve por ninguna parte, porque precisamente comete los mismos pecados que trata de superar. Hay, sin duda, medios que se ven beneficiados económicamente de las arcas públicas. 

Corral llegó al poder con la legítima intención de democratizar las relaciones con los medios, pero ante todo evitar los excesos del duartismo: pagar munificentemente para que no le pegaran. Evitó el derroche, pero se enemistó con los dueños de los medios y terminó enfrentado. Y ahora, independientemente de los montos, el gobernador terminó haciendo lo que Duarte: pagando, a unos cuantos, para que no le peguen, porque los que lo hacen sufren las consecuencias del pasado que prometió sepultar. Al final del día, el panista utiliza facciosamente su política de medios y las pautas publicitarias para censurar, demandar y sancionar a sus críticos. Ahora, desde el poder mismo, emprende una campaña de odio contra un medio del que fue colaborador asiduo, todo porque ha su delgada piel no le tolera sus críticas.

Y en esta contradicción no asoma por ninguna parte una defensa de las instituciones, del gobierno del estado, para nada. Lo que se ve es una especie de autodefensa personalísima con la que dice mantener incólume una trayectoria que el mismo gobernante ve, vanidosamente, como de gran estatura (para él, todo lo que hace es histórico) que incluso transpira en sus palabras un supuesto carácter de invencible. Lo dijo claro hace unos días: “Conmigo toparon con pared”. 

De esa pared cree brincar a la inmortalidad, al menos a dar muestras tangibles de que es intocable. Contra lo que haría un gobernante medianamente democrático, él ve en toda crítica una difamación contra su supuesta grandeza y en todo disenso de su forma de gobernar una calumnia. No quiere entender el porqué a los gobernantes en los estados democráticos se les ha privado de sendos delitos penales porque, precisamente, son instrumentos para acallar la crítica, golpeando –y esto es lo más lamentable– al periodista de a pie, que al cumplir profesionalmente su tarea, se le mantiene con una espada de Damocles encima, o simplemente se le lesiona en su patrimonio o en su integridad. 

Si Corral diera consecuencia a su calidad de periodista con la que asumió el gobierno como precedente curricular, no debiera despreciar a los periodistas, porque al hacerlo se comporta de manera idéntica a todos los que estiman este trabajo de comunicación como un estorbo, porque tienen absolutamente claro que trabajar en la opacidad y en la secrecía es más cómodo. 

Pero hay un par de faltas, no las califico de mayores o menores, que no debemos perder de vista. La primera: que se dedicará a litigar, apalancado desde los recursos del gobierno, contra sus adversarios declarados en tribunales nacionales y extranjeros, porque la mácula a su persona se tiene que lavar para quedar refulgente. Si quiere hacerlo, es su derecho, pero que se separe del gobierno y además corra con los gastos. No son los contribuyentes los que deben llevar la carga de sus devaneos. La segunda: si sus adversarios –insisto en la palabra– han cometido delitos como el de extorsión, que tanto propala, que asuma su calidad de Ministerio Público y deduzca la acción penal correspondiente. Cuando no sea así, se le verá como una amenaza, no nada más para los que tiene enfrente, sino para todo aquel que quiera levantarle la voz en el ejercicio de su libertad de expresión. 

La credibilidad y confianza social las tiene perdidas Corral; esta batalla también. Él se irá pronto y el medio subsistirá, es lo previsible. Lamentablemente la ciudadanía también pierde por el abandono que sufrirá la atención del gobierno que se va a negligir por el gran tiempo que se le concederá a defender la imagen de uno solo contra un medio.

Al final, Corral lo que hace es recomendar una perversa censura para que sólo la verdad oficial sea la que se expenda en los medios.