Podría, a quince años de la muerte de Irma Campos Madrigal, venir a este sepulcro a declamar el profundo poema “Ausencia” de Jorge Luis Borges, y hablarles de una “vasta vida” que para mí ahora es espejo, y reseñar “cuántos lugares se han tornado vanos y sin sentido”.
Pero haría de este momento un ritual propio para exaltar virtudes evanescentes, y así le faltaría a la esencia de una vida que me fue inmensamente cercana y, por tanto, eso me obliga a que su palabra sea mi palabra, en lo posible.
Es una tarea concedida sólo al genio del genuino poeta que tiene en la palabra y su misterio, el preciso arte para engastarla en una vida. En este caso, una vida sencilla pero ejemplar, de una mujer que vivió para que las mujeres rompieran cadenas milenarias de servidumbre y opresión.
Irma fue una mujer bella, siempre responsable a la hora de honrar sus compromisos, congruente con sus convicciones filosóficas, éticas y políticas; insurgente feminista de la Generación del 68, sindicalista y demócrata. Como libertaria fue a la vez flexible en su apertura al diálogo y a pactar cuando hacerlo no deshonraba a nadie; abogada diestra y de combate por causas abanderadas en la dignidad y la justicia.
Fue una mujer innovadora para dar presencia y fortaleza a las de su género en el ámbito del Derecho, con mayúscula. Siempre cercana a su tierra y enraizada ella en la defensa de la mujer en cuanto tal, sin exclusiones; su compromiso siempre se inclinó por las más vulnerables, contra las atrocidades que dejó un tradicionalismo estrecho y dogmático, el colonialismo y el capitalismo rapaz.
Asumió desde temprano la idea de que hay seres humanos y clases sociales con cadenas radicales que al romperse liberan a todos y todas. Pero no creyó en las promesas de un socialismo que siempre consideraba que la liberación de las mujeres de la opresión patriarcal las emanciparía por un simple mecanismo de añadidura, como algo que llegaría mecánicamente y de manera accesoria, algo así como lo que no se busca y se encuentra.
Para ella la liberación de las mujeres debía ser obra de las mujeres mismas, y esa autonomía de gestión, debemos reconocerlo ahora, desligó al feminismo de ser una hermana huérfana del proletariado como agente del cambio, al que se le veía todavía hace pocas décadas como la vanguardia de un ciclo de revoluciones y una desenajenación que no llegó y que además se deshonró cuando cobró un rostro terrible en el mundo soviético.
Estas ideas, lo asumo, hoy no están en boga. El feminismo de entonces, ligado a esa ideología, en parte es agua que ya pasó por debajo del puente y, además, hay que reconocer que el feminismo creció por cuenta propia con otras visiones, desligadas de los ideales socialistas prevalecientes. Pero no lo olvidemos, cuando hablemos de Irma, que de ahí tomó materiales para construir cimientos que han de registrarse, y sólo a manera de ejemplo lo digo: lo que para ella emblematizó la Sociedad “Rosa Luxemburgo”, de la Escuela de Derecho, lo dice todo; como también las conferencias que organizaron las “rosas de Luxemburgo”, dictadas en la Universidad de Chihuahua sobre el joven Carlos Marx, donde se abordaba, precisamente, el complejo tema de la enajenación.
Esa etapa no fue inútil ni en balde, y cuando se haga la historia de todo esto y se sedimenten los hechos, quedarán más evidentes para todas y todos.
A Irma Campos, más allá de su vocación por el magisterio, a la hora de la postración de la Universidad Autónoma de Chihuahua en 1974, no le interesó incorporarse a la academia, a las labores de la abnegada práctica de la teoría, sobre todo cuando era vecina de la metafísica. De alguna manera la acción organizada y paciente fue lo suyo. Renunció al protagonismo y optó, en la lucha de las mujeres, por la autogestión y el horizontalismo organizativo, y siempre buscó que su presencia pesara, que gravitara para contribuir a ir logrando propósitos.
Desarrolló labores periodísticas en El Martillo, La Calle, en la radio, y durante una etapa en el diarismo comercial, más abierto en su momento que al abyecto que padecemos ahora. Con el núcleo de mujeres que trabajó creó el grupo feminista 8 de Marzo, reivindicando un significado histórico, reconocido por la Segunda Internacional, y llega hasta ahora con la estimulante presencia anual de las mujeres, con sus demandas, en las calles de muchas ciudades del país.
Polemizó con fuerza con la derecha y la reacción política, de esas que aún están agazapadas en las miserias de ProVida, defendiendo la libertad, la diversidad, la no discriminación, la no violencia misógina, y la salud sexual y reproductiva. Y en la tardía hora de la recepción de los derechos humanos en el país, buscó en muchos congresos feministas nacionales e internacionales encontrar fundamentos a nuevas visiones del feminismo que en poco tiempo se han desarrollado exponencialmente, al grado de que al mundo de hoy se le ubica como el “momentum de la mujer”, con todos los retos de ejercer el poder estatal de una manera esencialmente diferente para establecerse como una real revolución de la humanidad en todo el planeta.
Campos Madrigal, al lado de María Elena Vargas Márquez y Esther Chávez Cano, develó en Ciudad Juárez el feminicidio atroz; ellas le dieron contornos políticos y lo combatieron frente al poder patriarcal del PRI y el PAN en Chihuahua y lo llevaron a niveles de una conciencia expansiva que de él se tiene en estos días. El aporte de Irma fue en el ámbito de la política y el derecho, descreyendo, a la vez, de un lento proceso de institucionalización gubernamental de la protesta feminista, que le mella filo a su lucha.
Por Irma Campos Madrigal está la Cruz de Clavos instalada en la Plaza Hidalgo, frente al Palacio de Gobierno, en la ciudad de Chihuahua, como un símbolo de aquellos tiempos de fines del siglo XX. Sus reflexiones en el libro que explica este memorial, es la obra que registrará su nombre en la historia, y en un momento de violencia sin freno que hizo a Juárez un molino de carne humana, de carne de mujeres, de carne que además se enfrentó a un patriarcado violento que reaparece y también se esconde, pero que debe abolirse. Las mujeres no tienen porqué pagar un proceso de brutal industrialización como el que se ha dado en la frontera norte del país, que puso a la mujer en el centro de la producción capitalista, generando rupturas sociales cuyas nefastas consecuencias se viven ahora.
Dar esas batallas no fue tarea fácil, como no lo es continuarlas ahora. Entonces se veían como algo imposible de realización, pero hubo mujeres y colectivos que se atravesaron con carácter, firmeza, valentía y coraje, y con argumentos incontrastables y vitales que hoy se siguen abanderando de manera porfiada y contumaz.
Son de las tareas y metas por las que hay que dar todo. Irma tenía ese temple y es motivo más que suficiente para recordarla a tres lustros de su partida.
La feminista Vivian Gornick le ha puesto, a mi modo de ver, límites a las narrativas personales, en particular a las memorias. Nos dice que hay siempre qué preguntarse quién está hablando, qué está diciendo y cuál es la relación entre ambas cosas. Bajo esos tres canónes se podrían haber ahorrado no pocos discursos, pero con esas divisas ahora todo puede ser diferente, en la comprensión de las realidades y en la construcción de los diálogos necesarios.
Quien esto habla fue compañero y esposo de Irma Campos Madrigal, con quien fundó una familia a la que llegaron Hélder y Alan, los hijos amados, y las nietas y nietos queridos, Sebastián, Emiliano, Camila, Sabina y Janna, para quienes anhelamos un mundo mejor en tiempos nublados, de truenos y relámpagos. Quizás por esto se encuentre bondad en mis palabras, y hasta se podría acusar cierto exceso, pero no mentiras.
Medió el amor intenso, salpicado de riñas imaginables, y disfruté en la cotidianidad de la buena cocina en la que Irma era una virtuosa. También la ví sufrir cuando se le tomaba como el refugio de graves problemas de los que se le participaba y que la convertían en solidaria invaluable y que también doliente atendía con paciencia y dignidad. Hablo de toda una experiencia de vida que no se aparta de mis sentimientos, de lo que ví, de lo que padecí y gocé, porque siempre tuve a Irma Campos Madrigal a mi lado compartiendo tareas y metas altas, en el afán de elevar la vida material y espiritual con quienes convivimos y luchamos, y con una solidaridad inmensa que siempre brindó a los seres que la rodearon, casi hermanos, casi hermanas.
La historia se piensa en las visiones de lo heroico y ahí sólo se registra a las y los grandes, a los magnos, frecuentemente. En nuestro caso es distinto, porque al margen de todo credo religioso, en el recuerdo tengo una lección compartida, evangélica si se quiere, pero no solo, de que se es grande cuando se sacrifica la vida por el prójimo.
¿Cuál fue la relación entre este hablante e Irma? Dejo la respuesta al poeta Eugenio Montale, que con sus versos en Xenia nos dice:
He bajado, de tu brazo al menos un millón de escaleras
y ahora que no estás hay el vacío en cada escalón.
Aún así ha sido breve nuestro largo viaje.
El mío dura todavía, y ya no necesito
los enlaces, las reservas
las trampas, de quien cree
que la realidad es la que se ve.
He bajado millones de escaleras de tu brazo
y no porque con cuatro ojos quizá se vea más.
Contigo los he bajado porque sabía que de los dos
las únicas pupilas verdaderas, aunque tan ofuscadas
eran las tuyas.
Gracias a todas y a todos por acompañarnos en este día memorable, a nombre de las familias García Chávez y Campos Madrigal.
A 22 de noviembre de 2024.