Por más que se aferre el gobierno estatal, su fracaso es inocultable en varias ramos de la administración. Pero sobresale el problema de la ausencia de seguridad pública porque involucra la pérdida de vidas humanas, enormes daños patrimoniales y el desasosiego social que provoca. 

No hay día que no se reporte un hecho grave. Hace unos días privaron de la vida a tres menores y los gobernantes ni siquiera tienen una versión coherente y unificada. 

Ayer un grupo armado robó prácticamente en el centro de la ciudad siete camionetas en un lote comercial. Las respuestas son absolutamente de pura lengua: el gobernador declaró que “van con todo” contra los asesinos de los menores; en el robo de las camionetas es evidente que el Escudo Chihuahua no sirve y que están bajo sospecha las grandes inversiones que se hacen en algo que no ha dado resultados por más que la demagogia diga lo contrario. 

Chihuahua, aunque parece un clamor en el desierto, necesita un gobierno que encare estos problemas. Prácticamente un gobierno de reconstrucción. En un cuarto de siglo hemos ido de fracaso en fracaso y Corral parece ser la cereza del pastel. De un pastel llamado ineficiencia, incuria, traición, descuido, rijosidad y nulos resultados. Ahora se la da de un adelantado Santa Claus, pero ni eso le funciona. Chihuahua está harto de su presencia en el gobierno. 

Su obstinación en mantener en sus cargos a César Augusto Peniche y Óscar Aparicio Avendaño, sólo significa que también él practica la divisa de que el poder es para poder. Lo que tanto dijo combatir. 

Como dice el escritor Alfredo Espinosa: “¡Ya vete, Corral!”. 

Pero esto no sucede de manera espontánea, hay que organizar el empujón.