El fraude político tiene mil rostros en México. Por poner un ejemplo: durante el gobierno de César Duarte el culto a la personalidad se puso de moda de manera más que grotesca, según se recuerda. A decir del discurso oficial, se gastaron carretadas de dinero en publicidad oficial. 

En ese sistema fraudulento, Corral pasará a la historia como un innovador: a los que les concede obra pública, en agencia informal pero igualmente nefasta, les obliga a que publiquen desplegados laudatorios, lo que a la postre significa exactamente lo mismo. 

Ahora resulta que un día sí, y otro también, aparecen desplegados de las compañías constructoras aplaudiendo las obras del gobierno, muchas de ellas pequeñas y ordinarias. Los epítetos, empero, denotan como si se hubieran hecho presas hidráulicas como las de La Boquilla o Las Vírgenes, aquella emprendida por extranjeros durante el porfiriato y esta en la etapa de la llamada “Revolución”. Aquí se trata de modestas inversiones que, más que hablar de un buen gobierno, hablan del descuido en esa área en la mitad del quinquenio.

Estamos frente a una especie de fraude a la ley, además a medias, porque bien se sabe que el dinero público también va a parar a las empresas de medios privilegiadas. 

Igual la hipocresía se advierte en una ley que se supone llegará a regular la imagen corporativa de los gobiernos. Un día la presenta Corral en el Congreso, y el otro presenta entre luces y ropajes azules su saco de buenas intensiones llamado “Plan de inversión”, que no es otra cosa que el ejercicio faccioso del presupuesto con rubro a las elecciones de 2021.