El principal, López Obrador y sin tapujos lo afirmó: “gobernar no tiene ciencia”, al tiempo que floreaba a uno de los personajes principales de la mafia del poder peñanietista: el gobernador del EDOMEX, Alfredo Del Mazo Maza. Antes, mucho antes, repetía que mientras los de abajo se pelean, los de arriba se entienden muy bien. 

En simultaneidad, el líder saltimbanqui de MORENA en el Senado, Ricardo Monreal, afirmaba, cito textual: 

“Veo a un presidente muy activo, muy proactivo, muy dinámico, que no descansa, y veo un gabinete que no está en el acompañamiento. Veo un gabinete cuya curva de aprendizaje ha sido larga, pesada, pero me gustaría ver a un gabinete más cercano. Siento al presidente que hace todo, pero necesita que su gabinete lo acompañe más”.

¿A quién le vamos a creer, aunque en esto no haya creencias? Al principal simplificador o al líder senatorial, más si ambos vienen de una larga experiencia priísta, que por sí sola demuestra que gobernar no es sencillo, menos cuando se hace personalistamente, bajo divisas providenciales y cuando esto tiene mayor complejidad en un país como México. Desde luego no es el único en el mundo en ese aspecto, pero sus complicaciones son abundantes históricamente comparadas, basta ver los últimos cuarenta años. 

Por lo pronto, el que esto escribe piensa que al igual que sucede en las ciencias duras, en las políticas por algo se han llenado las bibliotecas de textos –encontrados y de la greña no pocos– precisamente sobre eso que se llama eufemísticamente el “arte de gobernar”. 

Como acostumbraba decir el maestro: ustedes lo dijeron, simplemente cambió la persona y el número.