Los derechos políticos que hacen posible la participación ciudadana en las decisiones públicas son para ejercitarse. Si alguien piensa que es simple literatura de ficción, está más que equivocado.
No extraña que un politicastro como Armando Cabada o los jefes de las cámaras y organizaciones empresariales se molesten porque se ha autorizado el inicio de un plebiscito con motivo de la iluminación de los espacios públicos de las dos más importantes ciudades de Chihuahua: Juárez y la capital del estado.
No les gusta que se saquen del ámbito burocrático, frecuentemente cerrado y opaco, las decisiones que a todos nos afectan y que con soberanía podemos decidir en una consulta abierta, informada, legal, institucional. Lejos está el plebiscito de ser un ejercicio ocioso y denostable con el simple argumento de que son cosas técnicas y aún costosas en cuanto a su realización. La democracia cuesta, señores.
El más grotesco personaje en todo esto resulta ser Armando Cabada, quien, óigalo bien, se le quiere poner a las patadas al soberano. Por lo pronto, se está haciendo acreedor a que una patada ciudadana lo lance al lugar de donde nunca debió salir al abrigo de César Duarte, la traición y la simulación más aberrante que se haya vivido en la frontera. No basta llamarse independiente para serlo, lo debe entender este aprendiz de Berlusconi del desierto.
Al lado de este oscuro personaje está una prensa, con honrosas excepciones, que ni la ley lee, porque cree que no le hace falta.
Insisto, el plebiscito va y la decisión –el sí o el no– estará en manos de los ciudadanos. Pero los que mandan y los que pagan los quieren de adorno.