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Cada vez es más frecuente que los políticos en activo, y no se diga en retiro, toman la pluma y concluyen publicando un libro. Ya hace tiempo don Daniel Cosío Villegas en sus Memorias deploró lo que Leonel Reyes Castro tiene por característica del político mexicano: ser ágrafos, no escribir absolutamente nada. Aunque últimamente se han revelado otros, que no precisamente en el campo de las letras, firman delicados textos sin leerlos y sin más criterio de certidumbre que ser más machos que Juan Charrasqueado, personaje que ya ha dado una tipología de aquellos políticos a los que sólo su madre los recuerda con cariño.

Debemos agradecer al profesor Mario Tarango Ramírez la publicación de su libro La realidad no pide permiso que recientemente adquirí mediante generoso obsequio de su autor. Siempre que me regalan un libro me auto obligo a leerlo, y ésta no será la excepción. Tan pronto pueda hacerlo, y si el tiempo me alcanza, hasta una reseña publicaré.

Por lo pronto lo he hojeado (verbo que el autor, por cierto, escribe con “h” y sin ella, como advertí en un rápido paseo por las páginas de este texto). Me llamó la atención un cierto carácter aforístico, difícil de suyo, pero ya escrutaremos para dar la opinión del libro que ahora saludamos. Hoy simplemente doy noticia de que me encontré unas líneas que juegan fuerte en la coyuntura chihuahuense. Las transcribo: “‘La corrupción tiene remedio’, es algo que se dice una y otra vez, se combate con rendición de cuentas y transparencia, pero se requiere tener valor para imponerlos. Hoy que está de moda el sí se puede (el subrayado es mío) debemos preguntarnos a la inversa, la pregunta es, ¿quién o quiénes somos los responsables de que no se pueda?”, a lo que agrego esta cita: “Cuando los pueblos llegan al hartazgo, entonces la inconformidad se vuelve fuego y cuidado cuando los verdugos buscan apagarlo con sangre, le están vaciando gasolina a la lumbre”.

Todo esto lo afirma un político priísta de larga data, profesor normalista, influyente diputado en varias ocasiones, líder de su partido en el estado, funcionario público, viajero por el mundo, amigo leal de sus correligionarios cuando han caído en desgracia, querido por unos, temido por otros, en la vieja dicotomía que tan magistralmente reseñó el secretario florentino de todos tan citado pero tan poco leído. Por eso advierto de primera intención en el libro el estilo de Maquiavelo, no del maquiavelismo.

 

Los caprichos de Duarte

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Ayer hicimos público un cartel apoyándonos en El Capricho 12 titulado “A caza de dientes”. No es la primera vez, ni la última, que recurrimos a una expresión plástica notable para mezclar cultura y política a la hora de luchar denodadamente contra una tiranía corrupta. El referente coyuntural es, como resulta obvio para todos, el homicidio en cautiverio de José Enrique Jiménez Zavala, mejor conocido como El Wicked.

La primera ocasión en que tuve conocimiento del aguafuerte de Goya fue cuando leí en el ya lejano 1965 la obra de Fritz Pappenheim, La enajenación del hombre moderno (Editorial ERA, 1965). Ahí se lee: “El aguafuerte muestra a una mujer que, poseída por la superstición de que los dientes de un ahorcado tienen la virtud de conceder poderes mágicos, se acerca a hurtadillas a un cuerpo que pende de una soga. Volteando la cara e interponiendo un pedazo de tela entre ella y el cadáver, fluctúa entre el horror y la determinación de apoderarse de los inapreciables dientes. De puntillas, con el brazo extendido, coloca su mano en la boca del cuerpo rígido e inerte”. Sin duda tenemos aquí una interpretación, de las muchas posibles, de tan estupenda pieza del pintor español Francisco De Goya y Lucientes, precursor de una modernidad que se dilató mucho en llegar a España por la putrefacción de varias monarquías decadentes y parásitas.

La intención de nuestro cartel es doble: sugerir características de un homicidio que desnuda a un régimen que permitió, por corrupción, un crimen con el que le quieren poner cerrojo al caso Marisela Escobedo, pero no solo: también la expedición de licencias para matar en una cárcel de cuya certificación hoy todo mundo se burla, por inexistente. Creen que al igual que los dientes del colgado van a derivar poderes mágicos para trabar complejas relaciones que les den aliento para mantenerse en un poder que ya no se sostiene con nada, o seguir en la senda de la virtud del delito que se traduce en oro para unos cuantos. Esta es otra interpretación posible y, como se pregunta Pappenheim: “¿Se trata acaso de la morbidez de una época que caducó hace mucho tiempo?”. Creo que sí y por eso el cartel lo fijamos con bastante engrudo frente a la oficina del cacique César Duarte.

Tiene además pertinencia una pregunta concreta al fiscal general, Jorge González Nicolás: ¿Carece de todo pragmatismo personal o de la más grotesca desvergüenza para no renunciar a su cargo, en el primer caso, o permanecer en él, en el segundo? A cada quien su gusto lo engorda.