El consagrante César Duarte no da una. Ahora que disertó sobre el limbo, ignora que cuatro años antes de que él se convirtiera en cacique, Benedicto XVI –al que muy pronto emulará con su retiro– eliminó la creencia en torno a esta invención teológico-metafísica. Desesperado y aprovechando el escenario de la posada navideña a lo que queda de la burocracia, recurrió al extraño lenguaje que se concreta a sugerir que si él se va, como en efecto se va a ir, los chihuahuenses caeríamos en esa región fronteriza al infierno a donde iban los niños y niñas que morían antes de haber sido bautizados y purificados del pecado original, que por cierto jamás cometieron. O sea, que para Duarte, después de él llegaremos a las goteras del infierno del que se supone nos sacó a partir de octubre de 2010, porque en su estrecha tatemita nuestro estado es su invención: todo llegó a su amparo y sólo con su amparo existe.

Pero en esa posada no todo fue teología, también estuvo Niurka, que ignoramos si es practicante de la santería y haya venido por acá a realizarle una limpia, cuando menos de la fama que le dejó el autor del No Noa. En esencia, lo que estamos viendo es el estrés de Duarte, la desesperación, la pérdida de todo rumbo –que nunca lo hubo– en su equipo y, por tanto, el cambio de un maquillaje por otro (Niurka por Juanga, por ejemplo); pero de fondo nada, porque ya nada está al alcance del poder que, iluso, prometió.

Ahora habla de sus logros y hasta se refiere al mandato que lo llevó al poder gubernamental y que de origen lo posicionó en una clásica sucesión priísta y que él, al día siguiente de protestar el cargo, se encargó de ir depredando con un pésimo estilo, pero sobre todo tomándolo como punto de palanca para su enriquecimiento personal. La corrupción política lo ha hundido y en su delirio cree que le marca tiempos a las instituciones: confunde investigación penal con simple rumor; dice que se defenderá cuando él quiera, denostando a las instituciones a las que debiera comparecer como un implicado en delitos de gravedad extrema, como los que integran la averiguación previa 7.5.21 AP/PGR/Chih/Jua/2143/2014-VI-A en la que se le indaga por enriquecimiento ilícito, peculado, uso indebido de atribuciones y facultades, más los que resulten.

Es tan cínico e imperito en política que sueña hasta con imponerle la agenda a sus críticos y a los que disienten de él cuando les dice: hablen de educación, de seguridad, como si tales áreas de la actividad gubernamental fueran estupendas, a contrapelo de lo cual revela con toda claridad la suspensión de clases o las ya muchas ejecuciones que se han acumulado a lo largo de los últimos días.

Se derrumba el duartismo y para su desgracia mayor Chihuahua no se irá al paraíso, ni al infierno, ni al purgatorio, ni al limbo, sino a la reconstrucción de un Estado de Derecho, pues hace tiempo que el lenguaje político dejó de pedir prestado a los fanatismos religiosos su propio lenguaje. Pero como el señor cacique está consagrado, piensa que todos actúan en esa dirección. Qué equivocado está.

Además, debiera entender que las cenizas, como bien se sabe, ya no arden.

 

El almirante de la laguna

fcosoberonsanz-11dic2014

El gobierno de Enrique Peña Nieto está profundamente desfasado: cree que vivimos en los grises días del mundo bipolar y de la Guerra Fría y, ya puesto en boga, en el lenguaje propiciatorio de la represión, al confundir la insurgencia ciudadana que se abate sobre el país, como producto de una manipulación de no se sabe qué intereses ocultos. En esa dirección se expresó ayer Francisco Soberón Sanz, secretario de Marina, que escogió un camino equivocado a fin de lograr el entendimiento entre los mexicanos. Cree que con retórica trillada (va mi palabra en prenda) va a convencer a los mexicanos: ni que fuera el almirante de la mar océano. Hasta para las trajineras de Xochimilco queda pequeño su discurso y no por ello carece de peligrosidad.