La ilusión de contar en Chihuahua con un mejor transporte urbano a un menor costo se topó con la aquiescencia de unos gobernantes pertenecientes a un partido complotado históricamente con la CTM, cuna de grandes intereses que roza los linderos de las mafias. Por el otro lado, el desplegado que hoy publican los miembros del Consejo de Administración de la Coordinadora de Transporte Colectivo (CTC) tiene el tufillo del cacique mayor y es ahí donde, a final de cuentas, sale a flote que la disputa se convierte en una lucha de familia, mientras los afectados son, como siempre, los usuarios de un servicio que no termina por mejorar y que cada día más se parece a la tierra prometida.
Es evidente que Doroteo Zapata representa un cáncer con muchas metástasis que hay que extirpar de la vida de Chihuahua, pero ese no es el único problema de la coyuntura en el tema que nos ocupa, y por eso nos preguntamos: ¿por qué César Duarte se pelea ahora con el líder charro a través de los concesionarios representados en la CTC? Como dijo un buen amigo, la ausencia de utilidades en todo el sistema de transporte no ha alcanzado para todos, guardando para el baúl de lo inverosímil que dichas utilidades no hayan sido ya para unos cuantos. Aquí no cabe la premisa popular de que donde comen tres comen cuatro porque hay uno (sí, pensó usted bien, de ese mismo) de entre todos que se quiere quedar con lo que le pertenece al resto.
Todos los chihuahuenses hemos visto –y padecido– las enormes irresponsabilidades que se han dado en el transporte colectivo desde que el cacique se empeñó en crear el Vivebús (del que mañosamente se quiso deslindar y hasta acusó de ser un caos). Como todos sabemos, este sistema tiene vicios de origen, empezando por recordar que no había necesidad de meter con calzador un modelo de grandes urbes, cuando las calles y avenidas de Chihuahua tienen sus propias cualidades. Súmele la falta de planeación, administración y la corrupción política: cómo va a costar lo mismo un transporte chafa, con muchos camiones chatarra, con choferes que se comportan como gorilas ante los usuarios, a un transporte que, siguiendo casi igual, le agrega la correspondiente construcción de una ruta troncal que lleva a incrementar costos de operación, aumento de personal y adquisición de unidades nuevas de mejor nivel. Los concesionarios transportistas son, junto a los gobernantes-socios en turno, los mejores representantes de la política del rastrillo: véngase todo para acá; y cuando les toca anteponer su supuesto espíritu de servicio, la única idea creativa que se les ocurre es aumentar el pasaje. Y junto a todo lo anterior, los sospechas de que el cacique tiene metidas las manos (al igual que sus aliados acusan de Doroteo Zapata) para obtener ganancias propias, como lo ocurrido con Unión Progreso.
Hay una obviedad que debemos subrayar y tiene que ver con una meta: el transporte público y la movilidad de una ciudad como Chihuahua ya no puede estar condicionada a la presencia del viejo corporativismo mexicano del tipo de la CTM. El principio rector debe ser el de servicio público a la comunidad; en tal sentido se impone una visión de Estado y de largo plazo, en la que va incluida la preocupación por el ejercicio de derechos laborales, como la huelga y el paro, que no pueden ser tasados con las mismas reglas, porque se afecta la vida de miles y miles de personas que se desplazan a diario por la ciudad. Quienes hoy cuestionan a Doroteo Zapata tienen razón: este charro sindica debe caer, pero hay que cuidar que no venga un particular a medrar con un servicio tan importante, de donde se desprende que los críticos del cetemista tienen razón en parte cuando luchan contra su cacique interno, lo que dicho sea de paso, le adosa a Duarte una terrible contradicción con la poderosa CTM priísta que un día contribuyó a la caída de Óscar Ornelas.
La CTC se vendió como una ilusión, pero ahora no es ni eso, porque la realidad de lo que tenemos es una desgracia para todos.