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No es que esté de moda decirlo pero, desgraciadamente, es una realidad: quienes nacieron en la década de los setenta no han conocido otra condición de país más que el de crisis, no sólo económica sino política y social. Y quienes creen en los procesos evolutivos, aunque cíclicos, pueden estar ahora confirmando sus temores con el régimen peñanietista al que se la ha juntado de todo, en una suerte –negra suerte– de tormenta perfecta.

Es decir, la llegada de Peña Nieto al poder no sólo estuvo basado en la ilegitimidad sino que, queriendo ser legítimo, puso en práctica un pacto con los principales partidos “opositores” para detentar (repartir) el poder y dotar de una válvula de escape a las tensiones del país, de modo que, aunado a ello y a las reformas surgidas de ese pacto, Peña Nieto conquistó el corazón de los medios internacionales con una imagen de conciliador y reformista. Pero Ayotzinapa vino a poner en su exacta dimensión los verdaderos alcances de un gobernante que raya en la mediocridad y también a los actores políticos involucrados a través de unos partidos políticos que la realidad también se ha encargado sancionar, aunque no lo suficiente, por cierto.

Las rebeliones estudiantiles, las protestas por los índices de inseguridad y criminalidad, el malestar en los estados por la corrupción y su deplorable percepción en el mundo, las burlas en las redes sociales, y el rechazo reiterado hacia el gobierno de Peña Nieto confluyen con Ayotzinapa, esa herida que no cierra y quedará para siempre. Y junto a todo esto, ahora se nos presenta un nuevo factor para ir pensando en el agravamiento de la crisis económica que, como dije al principio, parece que seguirá ambientando la vida de quienes nacieron en la década referida. Y es que la tendiente caída del peso mexicano frente al dólar y las emergencias de la federación para equilibrar la moneda si bien es cierto no son una novedad, para los expertos en finanzas que no dependen del erario público tampoco es una primicia, pero sí una preocupación. Eso, en realidad, casi siempre tiene su epicentro en la política, en la mala política. Y el México de Peña Nieto ya no es bien visto en el exterior.

Las contradicciones son enormes: Peña Nieto no puede decir que lamenta y se preocupa por Ayotzinapa cuando ya se sabe que fue el resultado de un crimen de Estado con el sustento, la presencia e intervención del crimen organizado (lo que en sí mismo habla de la ausencia del Estado); tampoco es creíble que se esté pensando en un incremento al salario mínimo cuando se están creando condiciones para una inflación mayúscula, o que es muy honesto porque, dos años después de asumir el cargo, dio a conocer sus humildes bienes en donde no incluye la ya famosa Casa Blanca de las Lomas; tampoco puede encabezar una campaña anticorrupción si no mete a los corruptos a la cárcel (léase capítulo Chihuahua) ni emprender una cruzada contra el hambre con cientos de municipios famélicos a lo largo y ancho de la república. En suma, a Peña Nieto le hace aguas la embarcación.