Sorpresivamente en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, se aprobaron sendas modificaciones a los artículos 11 y 73 de la Constitución General de la república. El primero históricamente se refiere a un derecho básico que tiene que ver con la libertad de tránsito por el territorio nacional sin cortapisas, es decir, sin portar cartas de seguridad, pasaportes, salvoconductos, etcétera. Es un artículo que en lo esencial viene desde la Constitución de 1857. El otro, el 73, se refiere a la nueva atribución que sobrevendría luego de modificar el 11, a efecto de legislar en materia secundaria de acuerdo a lo que eventualmente suceda con la modificación que tendrá que pasar, próximamente en el Senado y en las legislaturas de los estados.
Para nadie es desconocido que el país actualmente está en una crisis de grandes dimensiones, convulsionado por muchas razones que se han ido sintetizando en objetivos, luego de la desaparición de los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, proceso que tiene uno de sus vértices de mayor magnitud en la caída estrepitosa ante la opinión pública de Enrique Peña Nieto y, más aún, con la creciente exigencia de que renuncie al cargo por integrar un gobierno que no se corresponde con los grandes intereses nacionales. En tal sentido, se planteó modificar el artículo 11 para pasar de un régimen liberal de libre tránsito a otro restringido, al amparo del argumento del derecho a la movilidad universal, lo que en buen castellano se entiende como generar el activo legal para perseguir penalmente a quienes hoy por hoy no tienen más recurso de lucha que obstruir carreteras, aeropuertos, acceso a puertos marítimos y puentes internacionales, en este caso particularmente los que nos conectan como país con la potencia estadounidense. Quiero decir con esto que la reforma, si bien viene de tiempos pasados, en la circunstancia actual tiene una dedicatoria muy clara contra los insurgentes que se han levantado de muy diversas maneras a protestar.
Para mí esto tiene el tufo de armar legalmente al autoritarismo, de cerrar vías para la expresión, de estrechar los cauces de la manifestación pública, porque obvio es concluir que una vez que se llegase a establecer el “derecho a la movilidad universal” se generarían los delitos para criminalizar a los que hasta ahora han hecho de las vías generales de comunicación un punto clave de la protesta. No es tanto que les interese el derecho que todos tienen a transitar libremente y sin obstáculos –que por cierto es un punto a considerar– sino vedar o prohibir formas de lucha, acotando un importante instrumento de lucha que hasta hoy se tiene. El gobierno federal, así las cosas, estaría creándose un andamiaje justificatorio para sus medidas represivas y escogió el preciso momento cuando esto se hace mucho más evidente. No hay elementos para pensar, en este momento, cómo se procesará dicha reforma; quiero decir si en el Senado se le dará el trámite fast track y hacer lo propio con las legislaturas de los estados para que dicha reforma alcance el rango de ley constitucional. Por lo tanto, se tendrá que valorar, sea con toda celeridad o mediante mecanismos más acompasados, la respuesta que se ha de dar al despropósito de modificar en esta coyuntura y con el sentido apuntado el artículo 11 constitucional, del cual dependería por entero la necesidad instrumental de reformar el 73.
Por lo pronto, una advertencia: el autoritarismo se rearma legalmente; frente a una crisis creciente se dota de instrumentos para hacer “legal” su acción, cuando en realidad se trata de garantizarse la mano dura so pretexto de la movilidad universal. No me queda duda que es una reforma contra las marchas y las manifestaciones, tampoco de que se exhibe el garrote de la represión. Parece ser que Peña Nieto y los suyos se decantan por la mano dura, ya lo hicieron las leyes de telecomunicaciones y en el afán de restringir los espacios legales que le restan en favor a los ciudadanos, por lo que se estima que la libertad está en peligro y no hay que permitir que se disminuyan las pocas prerrogativas que aún nos quedan. Deben estar ciertos de que también quienes resisten y luchan hoy tienen una vasta fuerza que los puede hacer recular.
La apreciacion del autor es coincidente con otras voces que saben de estos menesteres, es decir que son o han estado en tales dilemas, por lo que es creible y plausible lo que afirma el autor, y como siempre, en el fondo de la caja de Pandora esta la esperanza, esa caja que cada vez que se menciona aparecen primero los «demonios» y en el fondo como consuelo se habla de una posible redencion.