A la hora de la constitución de Unión Ciudadana, el pasado 28 de noviembre, Duarte ordenó una delicada provocación con el propósito de sabotear la insurgencia en su contra. Ayer, 1o de diciembre, volvió agredir con provocadores una manifestación estudiantil y popular realizada con motivo de la desaparición de los 43 de Ayotzinapa en Iguala. Se trata de hechos de la mayor importancia por lo que pueden desencadenar en enfrentamientos de impredecibles consecuencias. Baste recordar la agresión previa que sufrieron los estudiantes en Iguala, antesala de la desaparición, manchada con sangre y un rostro deshollado, cuya imagen recorrió el mundo entero.

Duarte, en su estrés, lo que ya se entiende por su inminente caída, no está midiendo las consecuencias de sus actos. Allá él. Nosotros simplemente le estamos acusando recibo de sus tropelías e insensateces. Pero hay algo que nos llama mucho la atención por llevar la factura de actos similares realizados por los nazis y los fascistas que se dedicaron en los tiempos previos a su predominio en el poder en contra de los demócratas, los progresistas, y en general de lo que hoy se conoce como izquierda política y social. Se trata del empleo de escuadras para golpear en varios puntos a la vez, haciendo de cuenta que no son ni los policías ni los soldados los que intervienen y querer aparentar que no son las fuerzas del Estado, sino también gente del propio pueblo la que va a la violencia y a la gresca. No era infrecuente que las fuerzas llamadas del orden siempre estuvieran a distancia, viendo los zafarranchos y sacapelas. Algo que vimos con extrema gravedad el 10 de junio de 1971, cuando los “halcones” de Luis Echeverría agredieron en el Distrito Federal una manifestación en las calles, con el saldo de muerte que la historia registra y el disparo de las posiciones de ultraizquierda y guerrilla para encarar al Estado.

El gran pensador Antonio Gramsci tocó el tema y nos dejó el texto que a continuación reproduzco: “…en la lucha política no se deben imitar los métodos de lucha de las clases dominantes si no se quiere caer en fáciles emboscadas. En las luchas actuales se verifica a menudo este fenómeno: una organización estatal debilitada es como un ejército enflaquecido; entran en escena las escuadras de asalto, es decir, las organizaciones armadas privadas, que tienen esta tarea: utilizar la ilegalidad, mientras que el Estado parece permanecer en el marco de la legalidad, como medio para reorganizar el Estado mismo. Creer que se puede contraponer a la actividad ilegal privada otra actividad similar, es decir, combatir el escuadrismo con el escuadrismo es una necedad; quiere decir creer que el Estado permanecerá eternamente inerte, cosa que no ocurre jamás…”.

Afortunadamente, tanto la provocación a Unión Ciudadana como la del 1o de diciembre, recibieron la respuesta adecuada, que privó a César Duarte de llegar como árbitro con sus policías a “poner orden” o a golpear a los asistentes. Pero no faltará quien un día se vaya a cansar de estas cosas y entonces quiera imitar las formas de lucha del adversario, lo que nos colocaría en un terreno muy propicio para golpear los movimientos que van en ascenso. Hay que tener cuidados, pues se trata de los viejos mecanismos de la provocación que precede a la represión generalizada o selectiva. Como Duarte está herido, no le queda más que recurrir a estos expedientes, y a lo que se ve, la sensatez no es una de sus virtudes; ni su consejero, Raymundo Romero, le sirve de algo, pues precisamente él carga consigo el desagradable tufillo que tuvieron los “halcones” de Echeverría, pues de allá viene.