jaime28may2014

César Duarte tiene miedo. Hasta de su sombra, y a estas alturas de su cacicazgo, ha de temer hasta de tropezarse con su propio manto, el que se mandó hacer a la medida cuando pretendió amedrentar a la ciudadanía de Chihuahua con la sobada idea de que el poder es para poder y no para no poder. Por ahora ha podido mantener un gobierno de puertas cerradas; la alegoría no puede ser mejor si a diario se constata que las puertas del palacio de gobierno se mantienen herméticamente cerradas y con un filtro de guardias con armas largas que interceptan el paso a cuantos pretenden entrar a lo que teóricamente se supone una casa del pueblo. Ese miedo por algo será, de lo que estamos seguros es de su existencia, evidente y tangible. Casi se toca con las manos.

Por más de cincuenta años he sido un observador del comportamiento de los hombres del poder aquí en Chihuahua. Puedo hacer este recorrido tomando como punto de referencia la gran puerta de la entrada principal del palacio de gobierno del estado. Cuando hable de que la puerta estuvo abierta, no quiere decir que el gobernante en turno fuera un demócrata ni cosas por el estilo. Pero al menos todos podíamos entrar y salir del palacio sin molestia alguna. Me remonto a los años del General Práxedes Giner Durán (1962-1968): las puertas estaban abiertas a pesar de la dureza y crueldad de este militar. Cuando fue necesario nos recibió en su despacho sin mayores trámites. Con Óscar Flores Sánchez (1968-1974), a pesar de las grandes confrontaciones del movimiento popular y estudiantil, la puerta estaba abierta y en no pocas ocasiones pasamos en tumulto al despacho mismo del gobernador a plantearle reclamos y demandas. Manuel Bernardo Aguirre (1974-1980), con todo y su origen en el más puro autoritarismo, la puerta estaba abierta porque este gobernante atendía a la gente justo en la puerta del palacio, en ocasiones en lo que era la intendencia y con el intendente presente. Óscar Ornelas (1980-1985) sufrió la primera insurgencia democrática y sólo por excepción llegó a cerrar la puerta: el gobierno federal lo defenestró para operar cómodamente el fraude de 1986. Saúl González Herrera (1985-1986) mantuvo la puerta abierta, aún en el momento posterior a la represión al movimiento de Aceros de Chihuahua y recibió sin mayor dilación a los trabajadores en su propio despacho. Fernando Baeza (1986-1992), para legitimarse, abrió las puertas, había frecuentes eventos populares y hasta aquellas noches musicales que se apodaron como las “noches porfirianas”. Con Francisco Barrio: puertas abiertas a grado tal que los alcaldes priístas le tomaron el palacio. Patricio Martínez (1992-1998): se inicia la era de las puertas cerradas, campechaneadas con el libre tránsito por el palacio de manera normal, lo que permitió incluso hacer demostraciones de disidencia en el patio central. Con él se acabó la audiencia al ciudadano común y corriente y fue quien por primera vez puso un arco detector de metales, tras el atentado que sufrió. Con Reyes Baeza (2004-2010) se quitó el detector patricista y se transitó libremente por el palacio.

Con el cacicazgo actual la puerta se cerró, como dice la canción, lamentablemente romántica: detrás de ti, cacique. Pero no sólo eso: el pasado lunes pude constatar que habemos ciudadanos proscritos que al hollar la puerta del palacio necesitamos, ni más ni menos, que una autorización especial del encargado de la política interior, valga el terminajo.

Sin duda, Duarte tiene miedo. Dice ser valiente contra los sicarios, de ellos se cuida bien y con bastantes hombres y pertrechos. Pero tengo por cierto que al pueblo le teme. Hasta con su propio manto cree, está seguro, que se puede tropezar.