aeroshow-29may2014

Ayer en los medios de difusión, Javier Garfio Pacheco se convirtió en el paradigma de paradigmas en cuanto a bondad, magnanimidad, bonomía, funcionario responsable, en fin, el más grande humanista que registra la historia queda empequeñecido frente al gesto de proponer poco más de un millón de pesos para algunas de las víctimas de la tragedia del 5 de octubre, mejor conocida como Extremo Aeroshow. Atrás quedó el hombre que hace unos cuantos meses dijo que él no traía una chequera en la bolsa para andar pagando este tipo de daños. El error ahora se quiere corregir con un simple cosmético de bondad, en el que lo principal no es que el apoyo llegue sino quién lo hizo llegar, el gran dador y dispensador de favores. Esta manera pedestre y rural de hacer justicia en las sociedades avanzadas hace tiempo, pero mucho tiempo, que quedó en el pasado.

¿Qué es lo que hay? En principio, una comisión “interinstitucional” (hay que darle un nombre apabullante para que se crea en una especie de Olimpo en el que se deciden las cosas) que recibió la propuesta de entregar 1 millón 100 mil pesos a algunas de los dolientes de las víctimas –en esencia, Garfio lo que hizo es prometer–, sujetos a que el Cabildo dé su aprobación –que la otorgará– y hasta al Congreso le pedirán apoyo para que en el futuro no haya dificultad con la Auditoría Superior –normalmente inerte– porque, como se sabe, una cantidad significativa debe estar con una provisión presupuestal, acorde con la Ley de Ingresos del municipio, pero al efecto se quiere obtener una dispensa con la que se cubriría una atrocidad ya cometida: el municipio debió despertarse el 1 de octubre de este año con un presupuesto debidamente autorizado para hacerle frente a este tipo de tragedias, así lo establece la ley que se ha violentado. Pero ahora lo que importa no es tanto la tragedia en sí, sino lavarle la cara a Garfio Pacheco, presentándolo como el dador de justicia, como el magnánimo que propone dar un abono a cuenta de lo que se llegue a establecer como indemnización, en operación de una justicia real y a secas, y no a la supuesta bondad que está en el arbitrio del funcionario.

Se buscan reflectores, lucir un maquillaje, dar un abono. Quitarle la crítica de encima, sus caciquiles declaraciones de desprecio. A mi juicio, cuando se apruebe la entrega los dolientes deben recibirla pero no olvidar que la justicia está en espera de la mejor decisión, no porque los hombres o mujeres a los que obligue tengan tal corazón o tal sensibilidad, sino porque la ley se debe cumplir lisa y llanamente. Sólo así asumiremos todos que hay un Estado de Derecho y no la operación de una de las múltiples caretas de bondad que acostumbran los caciques para restregar que si algo se da es porque ellos quieren y que sin esa voluntad no hay nada, y que además se debe agradecer de por vida.

Dicen que el asunto no se debe politizar, así lo planteó el secretario del ayuntamiento. Si le diéramos consecuencia a esta frase, sobada y resobada, tendríamos que decir que la politiquería que hacen hoy esa sí, sin ápice de duda, debe quedar fuera, desterrarse. No hay mayor satisfacción para una adversidad que la justicia llegue, a secas, porque la dispone la ley, no alguien que se levanta autocaracterizándose con una túnica de el bondadoso. El que sabe dar, aunque no sea a tiempo.