La lección me la dio Valentín Campa Salazar en 1976. En aquel entonces el líder ferrocarrilero y político comunista era candidato a la Presidencia de la república por la izquierda, no contaba con un registro legal para contender y, por tanto, su nombre no aparecería en las boletas electorales. Fue un año en el que nada más hubo un candidato a ese importante cargo: José López Portillo, que recorrió el país con un monólogo de trágicas consecuencias para la nación ya instalado en el poder. 

Cuando don Valentín visitó Chihuahua dio una conferencia de prensa en la modesta oficina del Frente Auténtico del Trabajo, ahí por la Calle Segunda y Aldama. Florencio Aceves dirigía un modestísimo periódico y asistió a la rueda. Fue el único que hizo una pregunta inteligente, sincera y de buena fe: “Don Valentín, para qué entra usted a una contienda si sabe que la va a perder”.  

Campa, diestro en su oficio político, perspicaz y con mirada de águila le contestó: “Yo ya gané, a todas las luchas a las que me he incorporado las he ganado y esta es una de ellas”. Obtuvo un millón de votos, contribuyó a la apertura del régimen autoritario del PRI, obligó a una reforma política y demostró que somos un país de una abigarrada pluralidad que le da riqueza para construir un México democrático que no acaba de llegar y que está en riesgo de perderse en la soberbia y el fanatismo. 

La lección fue clara: vías pacíficas y políticas para resolver los grandes problemas del país y abrir grandes avenidas para que los ciudadanos se incorporen a las grandes decisiones. De aquí en adelante, encabezar candidaturas de lucha y apertura se convirtió en una importante práctica para erosionarle al dominio del partido de Estado su base que consideraba inamovible. 

Bajo esa divisa y tomando en cuenta las enseñanzas de don Valentín, fui candidato a gobernador del estado de Chihuahua por el PRD de antaño –ya no es el mismo– dirigido por Alberto Heredia y Antonio Becerra Gaytán, este último un hombre hoy aún activo y lúcido, que ya nos legó una valiosa historia. Jugamos a abrir alternativas de izquierda democrática en Chihuahua, y desde nuestra trinchera, con ideas propias, contribuimos a la derrota del candidato oficial. Obtuvimos pocos votos, pero no hubo una sola casilla donde no tuviésemos al menos uno. Habíamos ganado en la línea marcada por Valentín Campa, que fue preso político en varias ocasiones y una por cerca de diez años, decretada por Adolfo López Mateos, al que le queman incienso hoy los morenistas.

Cuando asumí esa candidatura dije: “Soy un candidato que no pertenece a ningún partido político, aspiro a ser gobernador del estado de Chihuahua abanderando varias organizaciones que generosamente pusieron sus ojos en mi, otorgándome un altísimo honor en la contienda electoral que vive mi estado natal”. Ahora puedo decir, basándome en las palabras de Abraham Lincoln, que ‘nací y siempre he seguido estando en los medios más humildes. No tengo conexiones con gente famosa ni amigos que me recomienden’, por lo que me dirijo a mis conciudadanos en los mismos términos que lo hizo el notable hombre de Illinois: ‘Si me eligen, les estaré agradecido, y si no lo hacen, también lo estaré’”. 

Presenté un manojo de propuestas, algunas de las cuales están plenamente vigentes como reclamos, porque nunca he ido a una lucha sin tener divisas y programas puntuales y que además duelan y se opongan al privilegio del poder y el dinero. 

Contrasto todo lo que he dicho, frente a un panorama en el que la izquierda democrática está ausente y los pretendientes, a parte de traer algunos unas buenas chequeras, lo único que presumen son sus amistades, reales o ficticias, como Rafael Espino, que se dice hombre del Palacio Nacional; Cruz Pérez Cuéllar, que presume a Ricardo Monreal; Víctor Quintana, que se presenta como entrañable amigo de Ramírez Cuéllar –y Javier Corral, of course–, o María del Carmen Almeida Navarro, cercana a Tatiana Clouthier. 

¿Tienen valor esas relaciones? Sin duda, tienen peso político, pero confirman en sus bocas que la amistad sigue siendo una peligrosa ideología política en México, y cuando es así, la ciudadanía poco importa. Lo que importa está arriba.

Simples recuerdos.