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Los actores del escándalo Vivebús parecen atrapados en un pantano: entre más se mueven más se hunden. Al menos así se visualiza desde fuera por analistas de la prensa, por conocedores del tema, pero sobre todo por los atormentados usuarios que han pasado un año golpeados por molestias innumerables. Estamos en presencia de un fracaso que abarca al gobierno actual de Chihuahua que hizo del proyecto la obra sexenal e imperecedera en el imaginario colectivo. La realidad les ha jugado las contras. Y no podía ser de otra manera si se revisa cuidadosamente la historia del accidentado proceso sólo eufemísticamente llamado Plan Sustentable de Movilidad Urbana. En primer lugar una obra pública deficientemente planeada en su impacto de molestias a la población, que siempre las habrá, pero aquí fueron groseramente abundantes.

Quienes debieron asumir la responsabilidad de concluir la obra la abandonaron a medio camino para pasar a otros cargos y para nada importó el sentido de la prioridad cuando se capitanea una delicada ejecución de obra pública. A esto se le adosó las enormes expectativas que desde el poder se propalaron para darnos a entender que por fin había un gobernante decidido que tomaba compromisos reformadores de gran aliento y bien hechos. Falso. Lo que vimos fue enormes costos, estrangulación de calles como la Ocampo y la propia Avenida Universidad, actas de defunción de muchos negocios comerciales, deficiente infraestructura que aparece y reaparece con fugas de agua, baches y, no se diga, lo que es noticia diaria en Chihuahua: los accidentes que se provocan por los choques, pero sobre todo por haber habilitado camiones que transitan a una velocidad que no se corresponde simétricamente con la movilidad del resto del parque vehicular. Las tarjetas de prepago, aparte de no haber estado a tiempo son parte débil por la crítica del cobro erróneo, los retrasos en el cumplimiento de obligaciones laborales u ocupacionales en general; las famosas líneas alimentadoras que no fueron tales. Todo un as de deficiencias que en muy buena parte aparecieron por entregar una obra a manos inexpertas, ávidas de corrupción. Hoy las deudas en grasas, combustibles, refacciones y prestaciones no cubiertas a trabajadores hablan de una ruina que suele presentarse en una envejecida empresa, no en una recién nacida.

Mención especial requiere la CTC, sociedad mercantil que se convirtió en el nuevo almacén del corporativismo político priísta y sus intereses en el transporte urbano. Cuando todo mundo sabe que eso debió cancelarse, aquí se le dio nuevos bríos, claudicando el estado de ser garante del interés público y social para armonizar entendimientos con un liderazgo desclasado y corrupto, como el del cetemista Jorge Doroteo Zapata. Ahora se dice, con ligereza, que la CTC está en quiebra: quisiéramos saber ante qué juzgado para que sea éste el que informe de tan ominosa circunstancia.

A esto se agrega que el gobierno un día sí y otro también, ofrece que vendrá la solución, pero la solución no llega. Se han cambiado los jinetes que conducían el proyecto y los sustitutos no han servido más que los originales. El problema lo es porque les ha crecido en las manos a los que debieron, adelantados, haber previsto y no lo hicieron.

En este plano resulta una burla a la sociedad que César Duarte aparezca, o mejor dicho quiera aparecer, como un actor neutral que ve las cosas desde afuera, como si no tuviese nada que ver en esta historia, siendo que es el principal responsable, porque él puso en marcha el proyecto, le buscó financiamiento, decidió quiénes hacían la obra, la accidentada puesta en operación. Y todo lo que se sabe. ¿Acaso no lució al Vivebús como la joya de su corona?, ¿por qué entonces ahora asume la personalidad de expectador distante que trata de resolver lo que otros hicieron mal? La razón es obvia: como se trata ya de un asunto que duele y es una cabra que ya no da leche, entonces que otros carguen con el entuerto.

Un camino para empezar a resolver esta gran dificultad para la ciudad de Chihuahua es utilizar el interés público como la navaja para ir diseccionando el problema. Con el interés público por delante y dejando todas las mezquindades de lado, los intereses creados de antaño, quedarán hechos añicos; en realidad no se necesitan grandes ideas, lo que se requiere es autoridad en el buen sentido de la palabra, pero parece que es lo que no hay.