Isabel es una marca más en la Cruz de Clavos, otra mujer sacrificada por un conjunto de causas entre las que sobresale el odio feminicida y la incuria de los gobiernos a los que no les importa el derecho a la vida. En su retórica sí están, en la realidad la ausencia se está pagando con sangre. Torrente de sangre que no cesa en una ciudad golpeada como Juárez, que ocupa la atención del mundo precisamente por una violencia endémica y una impunidad proverbial. 

Isabel fue una mujer joven, activista porque quería como ciudadana transformar las inhumanas condiciones que imperan en nuestro entorno. Integrante de una organización que en el nombre lleva el sentido ético de un rechazo a un modelo económico deshumanizado y depredador. Ella perteneció a “Hijas de su maquilera madre” y además cultivadora de actividades estéticas, de la cultura liberadora. 

Ahora está muerta, la escena del crimen está ubicada en un céntrico punto de la ciudad fronteriza y ya tenemos en presencia la frase ritual, emitida por las autoridades, de que se investigará y se castigará a los responsables. Tras la muerte, las inercias burocráticas, las estadísticas del terror y la apuesta recurrente del gobierno por el olvido. 

No ha de ser así, pero mientras la ciudadanía esté pasiva, se tendrán que padecer más clavos en la cruz. No puede ser así. Levantémonos.