Para que la crítica corra con fortuna, también hay que reconocer en el destinatario de la misma sus características de mérito, de aquellas notas que los singularizan a través de los modelos, pongamos por caso, que la literatura ha generado. En este marco hay que admitir en Raymundo Romero Maldonado una buena aproximación a la figura del pícaro que tiene centralidad en obras españolas como Guzmán de Alfarache (Mateo Alemán), El lazarillo de Tormes (anónimo), La vida del buscón (Francisco de Quevedo), Periquillo el de las gallineras (Francisco Santos), género que llegó a México arraigándose incluso hasta el siglo XX en La vida inútil de Pito Pérez, de José Rubén Romero. Y Gil Blas de Santillana, escrita en francés por Alain-René Lesage, cerró una etapa pero de ninguna manera mató el género, porque a decir verdad, pícaros siempre ha habido.
El pícaro amalgama, entre otras de sus características, ruindad, deshonra y desvergüenza, impudicia, ordinariamente es de baja condición, aunque esto ya suena discriminatorio, pero no se le niegan sus dotes de inteligente, astuto y hasta refinadamente taimado, que al hacer y al hablar engaña, en un juego de palabras que tienen dos, tres y hasta cuatro bandas. Todo esto viene a cuento, y perdón por el rodeo, por las recientes declaraciones del secretario general de Gobierno, en torno a amenazante llamada contra un inofensivo portal digital aquí en Chihuahua. Con astucia dijo que esto es “una torpeza, una idiotez; no vale la pena; [el que lo hizo] es un idiota… una estupidez del tamaño del mundo”. ¡Qué agudeza! El dardo fue lanzado con una precisión envidiable que sólo se aprende cuando larga y pacientemente se ha visto pasar las prácticas de las relaciones del poder con los medios.
El pícaro ciertamente no nos dice quién es el estúpido, pero más sabe el pícaro por viejo que por secretario de Gobierno.
Duarte o el aprendiz de brujo
Y hablando de picaresca, las recientes declaraciones de César Duarte en torno al caos en el transporte urbano –es decir, el Vivebús– no tienen desperdicio. Ahora resulta que el gobierno reduce el problema a que el esquema de recaudo no ha funcionado. Pero no sólo, también tiene la desvergüenza de enfatizar que el gobierno no tiene responsabilidad en este caso. Entonces, toda aquella publicidad que se hizo al inicio del sexenio de que tendríamos un sistema de transporte de primer mundo, que se dejaba atrás el pasado, que íbamos a ser una urbe ejemplar en el mundo, que íbamos a dejar nuestros coches en la casa únicamente para usarlos para los días de campo, que gozaríamos de buen clima e internet a bordo de las modernísimas unidades que se desplazarían sobre un buen cimentado carril, fueron meras alucinaciones que todos los chihuahuenses tuvimos.
En realidad César Duarte ha fracasado rotundamente en la obra que diseñó para pasar a la historia. Incluso se llegó a sostener desde el poder que después de la canalización del Chuvíscar, el Vivebús sería la obra del siglo. Teófilo Borunda, que hizo la primera, modestamente ha ganado la batalla, aunque ahora en Juárez al auditorio del PRI que lleva su nombre sufre el despojo, para la mayor gloria del cacique local, que pretende poner con letras de oro ahí su propio apelativo, pero eso es otra cosa.
Duarte, a fin de cuentas, es simple y llanamente un muy oneroso aprendiz de brujo: destruyó lo que había, con todas sus deficiencias y vicios, pero que funcionaba, para obrar un supuesto beneficio a la comunidad que no ha llegado. Y no sólo es el sistema de recaudo, de suyo desorganizado e infuncional, contrario a la ley monetaria del país, sino también la construcción de un consorcio que dejó el corporativismo adentro de un servicio público, rutas alimentadoras confusas e inservibles y con unidades chatarra, lo que le causa transtornos a la vida ordinaria de las personas, que no llegan a tiempo a sus escuelas, trabajos, centros de diversión, que lo hacen con retardo y esfuerzos que antes no se tenían.
Pero eso sí, ya viene el orden, ya se meterá en cintura a quien haya que meter en cintura. Palabras y más palabras que si tuvieran la virtud de arreglar las cosas, ni problemas habría en Chihuahua. Y debo una aclaración: esta picaresca de “yo no fui” carece de la agudeza para hacerla cuando menos motivo de humorada. Mejor le valdría a Duarte reconocer que el poder condujo a la impotencia, gubernamental, of course.
Diputados locales: a otro perro con ese hueso
Los diputados locales desean coches nuevos, ¡qué caray! Tratan de explicar que los van a adquirir sin desangrar al erario. La engañifa no funciona y es sencillo entenderlo. Con la situación patrimonial que tienen, con los beneficios que da la dieta, obviamente que son sujetos de crédito para que cualesquier agencia, la que sea, les entregue en crédito la unidad de sus sueños, como para creerles que la institución realiza tareas de mediación para dotarlos de buenos vehículos porque, escenográficamente, hay que verlos como hombres y mujeres de la prosperidad de la partidocracia. Lo que se busca es de inicio el engaño y luego, en el maremagnum de los números oficiales, disfrazar el regalo a la hora en la que termina un gobierno y en la que nadie se fija ya absolutamente en nada. Tarea además en la que son diestros los auditores del gobierno que subcapitanea un señor de apellido Esparza y de cuyo nombre me he olvidado.
¿Qué pasa, diputado Jáuregui?
No tuve menos que romper en sonora carcajada cuando escuché por la radio una declaración del diputado César Jáuregui en la que explica las sinrazones para hacer de José Luis Armendáriz el intérprete de la Ley de Responsabilidad Patrimonial, para saber en primer lugar los alcances de ese cuerpo de leyes y también para demostrar que Armendáriz se sabe meter en camisa de once varas. ¿Qué no será mejor que se abran las instancias competentes pidiendo la aplicación de la ley y después, ya en la etapa final, que las interprete conforme a la Constitución algún tribunal del Poder Judicial de la Federación? ¿De cuándo a acá una ley tan sencilla como la tabla del 5 hay que confiarla a la exégesis de un hermeneuta y sólo porque tiene gran mostacho? Le pone una prueba para demostrar de qué está hecho, y a la vez comprobar que sabe meterse en enorme prenda, que según cálculos alcanzaría, según la leyenda, 9.24 metros. Si eso ya lo sabemos, y de sobra. Qué pasó, diputado Jáuregui.