Los escalofriantes homicidios de Jesús Octavio (12 años) y Mayra Judith (9 años) son un poderoso llamado de atención para que veamos la sociedad en la que vivimos. Es hora de duelo colectivo e inadmisible es que se convierta en mercancía barata tras la que se esconde el hipócrita desgarramiento de vestiduras. Se trata de un mal (para nada estoy pensando en el diablo) que está instalado y que lo mismo aparece aquí que en otras latitudes del mundo, con la característica de que el estremecimiento suele quedar confinado a una demarcación territorial y condenado al olvido.

Al enterarme del suceso, recordé mi reciente encuentro mediante la lectura del autor francés Emmanuel Carrère y su excelente cuan escalofriante novela El adversario (París, 2000), llevada al cine dos años más tarde por Nicole García con el mismo título. Se trata de una historia real que sobrepasa el espanto que nos ha provocado el doble homicidio acaecido aquí en Chihuahua. Es una obra que invita a la reflexión y que nos pone de frente a la más terrible enajenación que nos lleva a preguntarnos, con muchos por qués, sobre la esencia que da sustento a eso que llamamos humanidad y que sucesos tan dolorosos ponen en duda.

Omar Ortega, supuesto asesino.
Omar Ortega, supuesto asesino.

Carrère, nacido en París en 1957, no me cabe duda es uno de los escritores más importantes del mundo contemporáneo. Leerlo es difícil precisamente por la transparencia con la que expone los grandes problemas que nos aquejan. No está en su pluma un realismo barato o un naturalismo descriptivo del horror. No. Nos lleva a penetrar más allá y cuestionarnos prácticamente todo. Es una lectura que atrapa. No he leído toda su obra, desde luego, pero esta que comento tiene la capacidad de dejarnos demudados y en el congelamiento espiritual.

Su obra El reino, en cuyas cien páginas iniciales nos narra sus dificultades para vivir, es apasionante porque nos da una explicación vívida y plausible del cristianismo primitivo, de sus orígenes, de sus confrontaciones, de los viajes de Pablo, del papel de Pedro, de sus sacrificios en Roma, del encuentro con el pensamiento griego y el rol dispar, a veces contradictorio, de los cuatro evangelistas consagrados en el Nuevo Testamento. Nos acerca a la cultura que encuentra sus modelos y tipologías en aquellos años y aquellas enseñanzas, que están aquí en un valle de lágrimas que hoy tienen el rostro de Jesús Octavio y Mayra Judith, y una sociedad que no acaba de comprenderse a sí misma y que es probable que llore en el silencio y en el recogimiento de la casa, pero que también clama por soluciones que resultan falaces, por pretender combatir el delito con el delito mismo que se ofrece como solución, y no se diga la reedición de los que hacen la defensa a ultranza de la inútil pena de muerte.

Estamos en la barbarie y no nos damos cuenta, exigimos penas enormes para los criminales sin advertir que la perversidad tiene raíces más profundas y exigimos el castigo y la cárcel, que ha de llegar como justicia, sin darnos cuenta de que todos somos prisioneros. ¿Por qué?