El PRI de Chihuahua, ni realizando todos los trabajos de Hércules, podrá salir adelante. A su ancestral desprestigio se acumuló el pesado lastre que le dejó el duartismo. Incluso no se tiene una medición del profundo daño sufrido. Ahí no se trata de la literatura que está en sus documentos básicos, ni de los sectores otrora poderosos, ni de cosas por ese estilo y contenido. Su problema es que, careciendo de poder, es como un pez que sale del agua. Un PRI sin poder no pinta, no puede desarrollarse, de ahí que clausurarle su futuro es indispensable para consolidar la democracia en Chihuahua.

Complemento de esto es su carencia de liderazgo. En el PRI los últimos años no ha crecido un solo liderazgo respetable: personajes como Fernando Baeza y su sobrino anexo, Héctor Murguía, Patricio Martínez, Graciela Ortiz, ya no dan la talla, ni en las tiendas donde se expenden números grandes que pudieran servir para la simulación. Cuando no se ven obesos, se ven escuálidos. En realidad están flacos, como nunca. En ese contexto sobresale una pugna por el control del viejo partido, y más que un líder se antoja pensar que lo que mejor que pueden encontrar es un síndico de la evidente quiebra política, descomunal.

Empero, dos figuras se empiezan a mover, o ya lo han hecho con antelación. El primero es el inefable Patricio Martínez García (el dormilón senatorial) que en reciente entrevista en Televisa Juárez desató todo el peso de su crítica folclorista, somnolienta y tardía hacia el excacique César Duarte, a la sombra de quien creció con una complicidad trabada cuando éste último fue su defensor en el juicio político que se intentó en 2005 y de la que salió librado por la “bonomía” de José Reyes Baeza. Llama la atención que también habló de la crisis en su partido, como lo han hecho otros, entre los que se cuentan León Reyes y César Cabello. Patricio es de los que afirma que hay vida para el PRI después de la muerte. No se ha dado cuenta que habla desde el cementerio. Pero bien miradas las cosas, Patricio Martínez García puede ser el primer cacique azul del PRI, lo que habremos de observar y en su momento examinar detalladamente.

En el mismo ámbito tricolor está el intento de Marco Adán Quezada de promover a Heliodoro Araiza para el liderazgo, mismo que nos viene ahora con una pobrísima canción de que a César Duarte lo deben enjuiciar los órganos internos del PRI lo antes posible, lo que en resumidas cuentas significa tirar lastre en ese partido; y aunque insinúa –es tímido el chico– que se le debe dar a César Duarte la oportunidad de hablar para que cuente lo que pasó, no pasa de ahí pues sugiere que “puede que también tenga razón en muchas cosas de lo que dice”. Por algo se dice que un gran fundador de una religión universal dijo que a los tibios los vomitaría por su boca, cita desde luego libre. En realidad, Araiza no hace honor a su nombre, si continúa por esta senda, pues más que regalo del sol parece ofrenda del mundo de las tinieblas.

Y aquí cambiamos de rumbo. Cruz Pérez Cuéllar se ha decantado por el lopezobradorismo, contando en su haber varios cambios de piel: en su origen las escamas azules lo hacían brillar; luego, tras bambalinas, se arropó en lo tricolor del duartismo, para vestirse de naranja y ahora de marrón morenista. Martín Chaparro, el líder estatal, ha sido el receptor de este camaleónico político, lo que a final de cuentas poco significa si no fuera porque da muestras de cómo se puede ser “cavall-mente” morenista, según se deja sentir de manera inobjetable en un encuentro que se presume en una foto indubitable al lado de Jaime Galván. ¿Será que López Obrador ya delegó facultades de absolución y limpias políticas? Quién lo sabe. Pero por lo pronto, por esa senda MORENA no va en Chihuahua.

Pérez Cuéllar, Chaparro, Galván.
Pérez Cuéllar, Chaparro, Galván.