Que en política la picaresca no continúe más. Es una obviedad decir que el estado de Chihuahua, luego de tres sexenios priístas que alcanzaron su culmen con la tiranía depuesta, está envuelto en el desastre y el derrumbe. Mirando hacia el resto del país, con sus matices, las cosas no son muy distintas. Destrozado aquí el orden constitucional, con una administración pública adosenada y atemorizada, una quiebra y endeudamiento monumentales y una transición que no acaba de consolidarse, lo que importa ahora tiene enorme pertinencia, es una exigencia creciente de la sociedad y es que el nuevo gobierno nos diga el cómo salir de la borrascosa circunstancia.
La sociedad local, con mayor o menor certidumbre, tiene claridad de lo que pasó, la ruinosa herencia que se recibe, sabe quiénes son los culpables, conoce y padece en la cotidianidad la lacerante realidad. Está a la expectativa de que lleguen las propuestas, su viabilidad, su debate participativo; en fin, tener la carta de navegación para moverse hacia el porvenir. No debe haber temor a exhibir el cuadro escalofriante de lo que se recibió el pasado 4 de octubre.
Si bien es cierto que el ser humano sólo admite dosis terribles de la realidad para asumirlas, también es cierto que la verdad tiene la virtud de estremecer, fortalecer y poner en ruta a una sociedad golpeada de manera tan artera y miserable. Nunca en política estar bien informado de lo que hay y lo que pasa es obstáculo para empezar a caminar, volver a ponerse de pie, como es preciso hacerlo, más cuando el compromiso fue abatir el autoritarismo y la corrupción y edificar una vida democrática que no se agota en el proceso electoral.
El diagnóstico concluyente de lo que tenemos aún no llega y por razones obvias, pero la realidad apremia, no admite improvisaciones, puede tener plazos de gracia casi de realización inmediata, las curvas de aprendizaje son inadmisibles y la exigencia de atención insoslayable, así sean progresivas pero certeras en cuanto a la meta final, que no puede ser otra que tomar de raíz los problemas y ofrecer de raíz las soluciones.
No es extraño que en momentos de transición, cuando los amarres tiránicos se sueltan, la gente ponga en movimiento sus intereses y sus reclamos con mayor soltura y mostrando más músculo como para liberar los agravios del indebido trato que se recibió. O que paguen justos por pecadores. Pero si en ese momento no se ve la tendencia firme para encarar y resolver, eso se torna en decepción y en oposición. No está por demás recordar que hay un discurso banal muy instalado en la conciencia: estábamos mejor cuando estábamos peor. Detestable discurso pero no por ello extraño en una sociedad tan precarizada en el ejercicio de sus derechos y desinformada habitualmente.
El gran reto en lo político es desmontar al régimen autoritario y eso no se logrará sin una gran movilización ciudadana. Pondré varios ejemplos: el Poder Judicial, la caricatura de Consejo de Judicatura que se nos quiere enjaretar, el control corporativo de los sindicatos, la derecha sin principios que se quiere levantar con espacios de poder que no merece, la orientación de las universidades hacia la consolidación de reductos priístas, la misma exigencia de un tratamiento fiscal por el centro del país en casos de emergencia como la que tenemos y el enjuiciamiento penal a la pandilla que detentó el poder, retratan en parte las tareas inexcusables.
A su vez, la cultura merece convertirse en un cemento para la cohesión de la sociedad chihuahuense; no hablo de la cultura de espectáculo que se compra en las ferias de mercaderes; y la política social, con alto contenido de desarrollo humano, no espera, empezando por el hambre. En este sentido, al observar que desde el Congreso la señora potentada, Adriana Fuentes, estará a la cabeza de la Comisión de Desarrollo Social, como una especie de par de la otra potentada, Alejandra de la Vega, desde el gobierno, no habla en lo más mínimo de un compromiso con los olvidados de la tierra.
Pero de entre todos los temas, en el que no se puede andar con medias tintas es en el de la violencia desatada en los últimos diez días. El periódico Reforma (14/X/16) señala que en ese lapso el panista Javier Corral asumió la gubernatura de Chihuahua y 57 personas han sido ejecutadas en nuestro territorio. La guerra civil de naturaleza económica, como bien la cataloga el notable politólogo Andreas Schedler, no tan sólo no se ha ido, como pretende hacernos creer la estrategia del silencio orquestada por Peña Nieto, sino que se está recrudeciendo y en este momento, en escenarios de guerra como Ciudad Juárez, deambulan de nuevo por toda la ciudad las terroríficas “células mixtas”, integradas por efectivos de las Fuerzas Armadas, las policías Única y municipal, que otra vez exhiben el uso del Ejército en tareas que no le corresponden conforme a la Constitución general de la república.
No descarto en todo esto que el régimen priísta tenga la mano metida para hacer fracasar a la actual administración, pero a ésta le obliga presentarse de cara a la sociedad a ofrecer las soluciones que el momento requiere, sin desentenderse de que no estamos en una ínsula aislada del contexto nacional y global en el que suceden los negocios del crimen organizado, el narcotráfico, el tráfico de armas y el lavado de dinero, que suelen conjuntar en derredor de una mesa a los políticos con poder, a los bolsistas, a los financieros y a los capos del crimen, casi igual que como lo vimos en las películas de gángsters del cine negro norteamericano.
Hoy estamos viendo la presencia de cortinas de humo y escandalizándonos de los refugios de amor y placer que tenían los duartistas en las oficinas públicas, incluyendo las educativas. Nada que no sospecháramos y tan evanescente como cualquier nota roja. Esos distractores dan pábulo a la vieja picaresca que retrata Lesage bastante bien y con precisión en su Aventuras de Gil Blas de Santillana, y que cito de manera sucinta:
“Entré haciendo una patética, pero muy ponderada descripción del lamentable estado en que se hallaba la monarquía: el erario exhausto, las rentas de la corona disminuidas y empeñadas en manos de asentistas (…) Puse presentes las faltas que se habían cometido en el último reinado, y las funestas consecuencias que podían traer consigo (…) Finalmente, después de haber hecho la más espantosa pintura de los males que amenazaban a España, procuré alentar los ánimos haciendo concebir las más fundadas esperanzas de precaverlos y de alejarlos con usuras en el actual ministerio”.
No estamos para esto. Ni creo que en el plano de las intenciones nadie, dentro del relevo institucional chihuahuense, se lo esté proponiendo sensatamente ahora. Pero los hechos son de una terquedad asombrosa y no podemos llegar a la circunstancia en la que nos encontramos. Qué deplorable sería que cobrara vigencia aquello que se dijo de un gran pensador: “Tener razón… mientras hablaba”.
El pueblo de Chihuahua: Testigo de cargo. Es largo y sinuoso, empedrado de deudas, impunidades y corrupciones; abundante en desviaciones y resepciones subordinadas, pero la concordancia casi nunca se rompe ni se atenta contra la logica para que el pueblo llegue al mismo veredicto aunque un poco mareado. El pueblo como tetigo de cargo tiene una irrefrenable propensión a razonar, argumentar, reargumentar y demostrar. Su juicio en sus impresiones y opiniones es definitivo contra estos negros agravios que el cielo contra su voluntad dejó. El hallazgo ha sido capital no solo por tratarse de una afrenta sin medida sino porque posee una inmoralidad madre de todos los hechos delictivos. ¿Qué consecuencias a corto plazo tendrá la edificación de éste edificio construido con fantasías del pasado que conflictua la expectartiva original? Hoy la crisis, sabemos, es de escándalo y no se ve el triunfo de una convicción o ideología decidida que aplaque las agitaciones. El pueblo piensa al sentir lo que sentimos. La justicia es una pasión, un padecimiento que nos hacer salir de nosotros mismos en busca de la persona elegida y que, en un segundo movimieto, nos hace regresar a nosotros mismos e interrogar ¿Por qué dilatarse tanto?