Lo hemos dicho antes en esta columna: no se requiere ser un avezado investigador para encontrar información estadística que revele la menesterosa realidad chihuahuense; basta con tener algo de interés y un poco menos de curiosidad para toparse con aquello que llaman “datos duros” y descubrir la gran mentira en que ha concluido el duartismo. Por supuesto que una gran estructura de engaño requiere muchas mentiras, grandes sobornos, jugosas complicidades de socios y medios de información, es decir, de los tabiques de la corrupción que contribuyeron a edificar esa gigantesca mitomanía a la que es tan adicto el cacique César Duarte.

La más reciente evidencia de esta realidad es la que acaba de dar a conocer la fundación Konrad Adenauer, en conjunto con Poli Lat, el Colegio de México y la COPARMEX, sobre la mediocre vida democrática que padecemos en nuestro estado y que se destaca en el Índice de Desarrollo Democrático 2015 donde, comparado con 2014, Chihuahua ha disminuido seis lugares en el ranking nacional. Es decir, del octavo lugar descendió al número 14. Y aunque dicho análisis da cuenta de tres grandes rubros en la materia (institucional, económica y social), en cuanto a democracia de los ciudadanos se refiere, la entidad ocupa el sitio 22 de los 32 estados clasificados.

Interpretaciones aparte, el sexenio del cacique se ha caracterizado por forjarse una imagen de primerlugarista ante los ojos poco críticos de una parte de la sociedad, entre los lambiscones y frente a un sector del círculo rojo concentrado en la capital del país. Sus constantes anuncios de que Chihuahua es puntero en todo contrasta a cada rato con resultados de estudios tan confiables como los dados a conocer por la Konrad Adenauer y el resto de las agrupaciones involucradas. Ya en el ocaso de su mandato autoritario, Duarte viene a reducirse en una especie de rey midas al revés: alguien que alguna vez quiso tenerlo todo pero que terminó pudriendo todo lo que tocaba. Incluso cuando vaya a enfrentar a la justicia deberá devolver lo que se ha llevado.

Detrás del Índice dado a conocer está, precisamente, toda esa visión duartista del poder para poder. Con la mano metida en todo, Duarte Jáquez ha trastocado, para mal, sin respeto alguno, la autonomía de los poderes en Chihuahua, la vida académica que debiera apreciarse autónoma, la vida interna de partidos que, en su desahucio social, han optado por venderse al mejor postor con el mandamás, incluidos algunos de sus miembros en lo individual y que ahora forman parte, pasajeramente, de un solo cardumen electorero para tratar de evitar una derrota amplia y contundente. Y toda esa intromisión autoritaria se refleja, precisamente, en el estudio de marras, cuyos resultados ponen de manifiesto el estado de cosas que guarda la entidad en una acepción amplia de la estadística, pero que indican, en el terreno de los hechos concretos, la destrucción –nada colateral– de un poder que se asumió unipersonal y que desea, al borde de una transición, mantenerse tras bambalinas y hacerse del control del poder político manejando a un títere llamado Enrique Serrano.

Cuando el duartismo caiga, tal vez las estadísticas que a pesar de todo y a estas alturas le son adversas, hasta se sonrojen frente a la danza de números rojos que hierven en los libros financieros del sexenio. Al tiempo.