El proceso electoral de Chihuahua enrumba a su conclusión. De hecho estamos a tres semanas de campaña efectiva. El autoritarismo, la corrupción y la impunidad continúan operando para pavimentarle un camino a Enrique Serrano a la gubernatura del estado. Él no representa un esfuerzo partidario, es un brazo en el que Estado, gobierno, corporaciones, medios, cúpulas empresariales, jerarquías de la iglesia católica, encuestadoras de gran cuchara tricolor, crimen organizado y narcotráfico han formado una especie de santa alianza para impedir que el voto libre se exprese defenestrando al pri-duartismo.
Estamos en materia de transición democrática prácticamente en el mismo sitio: una mafia autoritaria y cerrada impide el despliegue del voto libre, el único que legitima al poder, y eso se busca de muy diversas maneras: banalización de las campañas, saraos, banquetes, música de banda costosísima, acarreo, y creación de una poderosa falange cimentada en el aparato gubernamental, con todos sus recursos y los poderosos intereses económicos que se cobijan con la desgracia que ha significado para México y Chihuahua el priísmo en el poder.
En ese ámbito ocupa un lugar destacado la negación de espacios al debate. No hablo del evento acartonado e inútil que ahora hasta el IEE nos regatea, no. Hablo de la práctica del debate necesario, el que debiera estar alimentando la conciencia y la necesidad del voto para dirimir la continuación del desastre actual o abrir las compuertas a nuevas alternativas. Ese debate no está en ninguna parte. Enrique Serrano se conforma exclusivamente con escenarios a modo, donde aparece como una simple caricatura de ogro filantrópico que lo mismo ofrece una presa que liquidar las colegiaturas, vadeando siempre el entrar a la miga fundamental de la querella chihuahuense que es la liquidación de una tiranía que oprime y todo lo lastra.
El corazón mismo de todo régimen democrático que se sostiene en la existencia de un sistema de partidos independientes y competitivos, ha sido severamente lesionado, cuando vemos el alineamiento comprado y directo con el PRI del PT, PANAL y Verde; y el indirecto, pero no menos grave, que se da con Movimiento Ciudadano y Partido de la Revolución Democrática, instituciones con doble discurso, porque aquí sirven a los intereses del PRI y se muestran con otro rostro en diversas latitudes. Tampoco, en otro orden de ideas, en esta contienda está la existencia de una izquierda vertebrada, con propuesta para luchar por la equidad y con un discurso y compromiso democrático al margen del doble juego que está presente en un objetivo distante como 2018 y no el Chihuahua de 2016, que está en peligro y grave riesgo. Hace tiempo que he venido subrayando esta gran ausencia, que ahora resulta verdaderamente dramática.
Pero dentro de todo esto, Chihuahua hoy es un gran almacén de agravios irresolutos, de intereses excluyentes que se pretenden mantener unidos con la férrea soldadura de la continuación de un gobierno tiránico, sin Duarte al frente pero con Duarte tras bambalinas, jugándole al “hombre fuerte” de Chihuahua, lo que en sí sería volver, de manera mucho más grave, a la era de los caciquismos regionales que fueron liquidados a mediados del siglo pasado. No se trata sólo de un callismo instalado en la Nueva Vizcaya, sino de una especie de somocismo regional en el que el dictador se ha hecho dueño del Estado, el gobierno, y amasado una fortuna descomunal frente a la que Enrique Peña Nieto no quiere ni puede hacer nada.
Encabalgo el párrafo anterior con esto, porque dentro de lo que señalo está atrás el barbecho que se hizo para sembrar la discordia, desatar la represión y agredir a todos los que con justas razones han disentido de pensamiento y obra con la dictadura regional. A un lado de la banalidad, la provocación; a un lado de la fiesta, la agresión; a un lado de los mítines de acarreados, la más vasta denostación criminal que se ha hecho de un candidato en la entidad, me refiero a Javier Corral. El artilugio es sencillo y Duarte ya lo ha operado en otros momentos de la lucha de Unión Ciudadana: quiere que sus oponentes pierdan la moderación, la prudencia, que incurran en violencia para presentarlos como los revoltosos, cuando todos sabemos que en Chihuahua la discordia la barbechó y la quiere cosechar ahora el cacique decadente. Estamos en una situación límite y peligrosa.
Valga un apunte final: la lucha contra el duartismo y su saga electoral, está precedida de un compromiso puntual que la distingue: se trata de una apuesta por el derecho y un reto a las instituciones para que funcionen. Y cuando decimos derecho nos estamos refiriendo a los instrumentos y andamiaje que brinda la ley para resolver conflictos esenciales, en este caso poner fin a una tiranía, revertir la corrupción y castigarla, reintegrando al patrimonio público todo lo que se le ha saqueado. Eso sólo es posible cuando las instituciones muestran su voluntad de tener una vida que se cruza con el derecho a cada momento y no que corra de manera paralela al agravio y al silencio y el inmovilismo cómplices, y en medio la brecha que indica que ya no se puede transitar con la bandera de la ley, sino que hay que tomar los caminos de la rebelión o la profunda desobediencia civil. Pero quepa como aclaración pertinente que ese agotamiento del empleo de la ley y la búsqueda de amparo en la institución obligada por el derecho público para corregir las cosas, lo está fortaleciendo la ausencia de Estado en el más riguroso sentido que esta palabra tiene. Nunca nos cansaremos de decir que tras una discordia como la que se ha sembrado en Chihuahua, primero hay manazos, pequeñas conculcaciones al derecho, lenidad de las autoridades, y un día la gente se cansa y va a la revuelta, y entonces se da pie a un ciclo que rompe los caminos de la paz con un destino imprevisible.
Aquí la primera piedra la ha lanzado el duartismo, la ha arrojado en diversos momentos; tiene diversos nombres que incluyen frivolidad, corrupción, impunidad, la violación sistemática a los derechos humanos, cívicos y políticos, y también propiamente las piedras de la agresión directa que se sintetiza en la permanencia de un gobierno que hace tiempo debió irse, que debe irse ya. Lo demás será la respuesta que nos decidamos a emprender contra esta putrefacción de las instituciones en manos del tirano. Este momento es, para el país en general, una encrucijada. Ojalá y lo mejor de nuestra nación salga adelante, como lo ha hecho en otros momentos. Una cosa está clara: no nos vamos a dejar.