El debate, la deliberación, es algo que acompaña a toda democracia que se precie de estar en un rango aceptable. Algunos analistas españoles consideran que es el único postre que dejan las contiendas electorales. En nuestro país, y la experiencia chihuahuense es pionera en la materia, hay temor al debate, y los que mayor miedo le tienen son, sin duda, los candidatos priístas de todos los niveles y confines de la nación. El autoritarismo que los caracteriza aún los mantiene en cierta inercia, contraria a la confrontación pública de ideas y proyectos.

En una larga etapa consideraban innecesario hacerlo; ni a las simples mesas redondas que se celebraban en las instituciones educativas asistían a fijar postura, a someterla al contraste que puede generar una polémica. Estaban arriba y no tenían por qué descender a ver a los mortales. Lejos están, aun ahora, de entender que el debate entre candidatos es necesario, que hacerlo de cara a la sociedad es indispensable y, lo más importante, ver a los candidatos practicando este ejercicio no es su prerrogativa, es el derecho de la sociedad a estar enterada para tener, así sean los rudimentos, de un futuro voto racional e informado.

Los debates entre candidatos tienen una corta historia en el país. Los primeros que se celebraron se ubican a principios de los años 90, de tal manera que son de corta edad y regateada existencia. Cuando en otros países esto tiene carta de ciudadanía y una historia larguísima, aquí seguimos únicamente tentaleando con la posibilidad de abrir al conocimiento público el perfil, las ideas, los proyectos, las habilidades y conocimientos de quienes buscan el voto en una contienda.

Zedillo, Diego, Cárdenas. Debate del 94.
Zedillo, Diego, Cárdenas. Debate del 94.

Señalé que somos pioneros, no como el lugar común, muy provinciano, de querer enmarcar en Chihuahua el origen de la democracia. Al respecto les comparto una discusión que mantuve con Porfirio Muñoz Ledo en torno a cuál fue el primer debate habido en el país, ya que ambos, cada uno en su lugar, pasó por esa experiencia. Muñoz Ledo afirma que el primero fue en Guanajuato, en 1991, siendo él candidato a la par que Vicente Fox y Ramón Aguirre. En efecto, al evento acudieron el panista y el perredista, mas no así el candidato oficial, Ramón Aguirre, que supuestamente ganó la elección pero jamás ocupó el cargo. Ramoncito, como se le conocía, creyó que no tenía necesidad de polemizar, ya que lo apoyaba todo el aparato que en aquel entonces capitaneaba Carlos Salinas de Gortari. Y así lo hizo, estuvo ausente. Y el ingenio de Porfirio y la aceptación de Vicente los llevó a colocar un monigote en la mesa de los debates para subrayar el pánico que en todo priísta despierta tener que confrontarse en público. Ese fue el primer debate en la versión muñozlediana.

Por mi parte defiendo que el primero se celebró en la elección de gobernador de 1992, aquí en Chihuahua. Los hechos son sencillos: el Consejo Coordinador Empresarial convocó a los candidatos y todos aceptamos: Jesús Macías Delgado (†), del PRI; Francisco Barrio Terrazas, del PAN; Rubén Aguilar Jiménez, del CDP; y el que esto escribe, que abanderé a un PRD que despertaba entusiasmo como propuesta por aquellos años. Expusimos frente a un nutrido y representativo auditorio, se radiodifundió, la televisión y los medios impresos informaron con buena calidad del suceso. Para mí este fue el primer debate, por una razón suficiente: estuvimos todos y además presentamos plataformas, confrontamos, reconvenimos, y quien ganó fue la sociedad que se informó. La historia ya la saben: el PRI perdió la elección, la izquierda perredista ganó espacios y Jesús Macías pasó a un ostracismo que prácticamente se prolongó hasta sus últimos días de vida. Después vino el primero nacional en 1994, que habiéndolo ganado Diego Fernández de Ceballos, se ocultó, desaprovechando la oportunidad, al parecer intencionalmente para favorecer a Ernesto Zedillo.

En realidad, cuál fue el primero o el posterior, sale sobrando. No se trata de un ejercicio de vanidades. Lo que sí quiero afirmar es las resistencias, a casi 25 años de estos sucesos, a practicar y poner en escena estas acciones creadoras de bienes públicos. No quiero pasar de lado que en la visita que hizo Enrique Krauze a la campaña perredista abonó la idea del debate necesario en todo proceso electoral, a partir de subrayar de que no es una prerrogativa del candidato sino un derecho social. La cultura democrática se fortaleció con leyes que se originaron en propuestas de aquel PRD, la obligación de celebrar uno o más debates de cara a la sociedad. Pero una vez más, la ley no tiene la virtud de crear la realidad y, especialmente los candidatos priístas, han encorsetado el debate, cuando no pueden evitarlo, a simples rituales hiperreglamentados en los que no desean que los principales contendientes se toquen ni con el pétalo de una rosa. Ya no se diga el control que le imprimen a los medios para que no se difunda, las tortuosas negociaciones para reducirlo a la nada, y cuanta cosa se pueda imaginar con tal de evitar una disputa de cara a la sociedad.

Obviamente que el debate lo desea más quien tiene mayores dotes en las artes de la oratoria o la retórica. Pero está visto que esa es una ventaja indiscutible pero limitada, por varias razones: el ciudadano sabe valorar con mayor integralidad el talante mismo de quien polemiza, su historia personal, los resultados que ha presentado, el manejo de los problemas y las soluciones, y la autenticidad que transpira y se siente, porque hay que decirlo, que las mismas palabras dichas por dos personas pueden conducir a conclusiones encontradas. Se da el caso de que le creen a uno y no al otro. Es uno de los viejos temas de la retórica aristotélica que sigue causando dolores de cabeza a los investigadores.

Por otra parte, y eso es esencial, el debate no se “gana” en el momento mismo del debate, sino después, en el efecto que los grandes medios de comunicación logran colocar a través de los persuasores y que pueden generar la idea de que el “ganador” perdió, o de que el “perdedor” se alzó con la victoria. Esto lo saben todos los que tienen oficio en la política y obviamente los estrategas de los medios de comunicación. Siempre he pensado que un debate no es para hacer garras al adversario, ni siquiera para ganarle, sino para, mediante la controversia, generar los porqués de emitir un voto a favor de un partido o un candidato. Así lo sostuve en mi participación de 1992, y sin regodearme de nada, estoy satisfecho con el desempeño que tuve; pero de todas maneras la votación no me favoreció con más del 2%. En cambio, en las urnas, Francisco Barrio, gran orador pero no polemista, se alzó con la victoria. Únicamente quiero decir que el debate puede dar algo pero no definir necesariamente el resultado electoral; además la coyuntura en la que se dé es variable y de consecuencias insospechadas en cada caso.

Lo que sucede hoy en la elección chihuahuense es francamente grotesco. Un órgano electoral que le hace el favor al PRI para escabullir el bulto del debate: quiere solo uno, acotado y tardío. Casi sólo les falta anularlo. Los principales contendientes (hay unos que no tienen peso), advierten sus potencialidades: Javier Corral, con todas las de ganar por su facilidad parlamentaria probada, y la autoridad moral que deviene de la lucha anticorrupción de los últimos dos años, aquí en nuestra tierra. Enrique Serrano, no obstante haber pasado por dos cámaras congresionales, se le desconocen sus aptitudes en esta materia –como buen priísta, el sigilo y la mudez lo definen– y jamás podrá presentarse ante los chihuahuenses con una brizna de moralidad, si nos hacemos cargo de sus orígenes en el duartismo. No está cojo, desde luego, pero en un debate abierto casi no tiene nada qué hacer, aunque un día después los medios hasta lo presenten como el Churchill chihuahuense. El tercero, que algo podría hacer –lo dudo–, es el hombre COPARMEX, José Luis Barraza: al parecer sólo sabe la canción de la partidocracia y no ha dado muestras de ser un independiente esencial. Cierto, no proviene de ningún partido en esta elección, pero esa fue mercancía que se consumió en la primera semana navideña de su aparición.

El órgano electoral y los partidos hoy están en deuda con los ciudadanos de Chihuahua. El primero debe acatar la ley, no escamotearla; los segundos, prodigar el suceso como algo importante, ineludible. Pero he aquí que se mueven como una tortuga, y no de esas que le ganaban la carrera al mismísimo Aquiles. ¡Habrase visto!