Nunca lo va a hacer de cara a la sociedad chihuahuense. Aquí se sabe, y bastante, de su ascendrada mitomanía, por eso César Duarte presume, donde no hay la más mínima posibilidad de interlocución crítica, los logros que supuestamente tiene Chihuahua. Eso sucedió precisamente con el viaje a París que le arregló su amigo José Ángel Gurría, de triste memoria en los anales recientes de la historia económica del país. El modus operandi de todo esto es así: Duarte paga los “buenos oficios” de x, y ó z en el extranjero y hacia allá va a recibir distinciones, que pueden ser en correccionales, sombreros blancos, certificaciones gravosas que aparentemente lo colocan en un buen sitial y que son tan efímeros, domo diría Agustín Lara, como un leve palpitar de mariposa.

La realidad educativa de Chihuahua es muy otra a la que se dice en los medios pagados. Una raya más a este destartalado tigre. Más grave me parece un asunto en el que sí se está metiendo en camisa de once varas el cacique chihuahuense: durante su reciente estancia en París –y cómo no– “le tocó” presenciar una tentativa de acto terrorista, y eso se trató de convertir en noticia acá entre nosotros. Siempre me he preguntado por qué a los dictadorzuelos les gusta hacerse contemporáneos de los grandes sucesos, en los que frecuentemente nada tienen que ver.

Pero eso es lo de menos, es simple folclor. Lo de más es esto: el cacique se puso a opinar en torno al estado de emergencia decretado en París después de los sucesos del reciente 11-13 francés, comparando lo que sucedía aquí en 2010 y antes, durante la guerra del narco, para exaltar que no se recurrió al estado de sitio o excepción que establece el artículo 29 de la Constitución. Indirectamente calificó la política del Estado francés, adentrándose en algo que no le corresponde y que además es muy delicado y únicamente materia de las relaciones bilaterales entre el Estado mexicano y el Estado francés.

El buen oficio de un político, ausente en este caso en la conducta de Duarte, obligaba a tener reserva sobre el asunto, máxime cuando las relaciones de México con el Estado galo han pasado por percances graves. Qué bueno y le llegara un coscorrón a Duarte de la cancillería mexicana, y estupendo que proviniera del Quai d’Orsay; pienso que le dolería más que la caída del helicóptero. Y todo por meterse donde no lo llaman.