Por México hoy nos congregamos en la Estación Indianilla, en la Ciudad de México, el pasado 3 de octubre, un conjunto de mexicanas y mexicanos que deseamos trazar en los hechos una nueva ruta, ya que “vivimos tiempos difíciles, en medio de una crisis política creciente atravesada por violencia, corrupción e impunidad, con atropello de los derechos humanos y cancelación de derechos civiles y ciudadanos”, se afirma en el documento básico que dio pie a esa convocatoria. Además se agrega: “Hemos perdido toda confianza en las principales instituciones públicas y privadas”, para concluir categóricamente con una afirmación demoledora: “El sistema político vigente (…) ha dejado de representar los intereses y anhelos del pueblo”. Sin duda, se trata de una iniciativa que va a calar hondo en el futuro mediato e inmediato del país.

En el encuentro se respiró una atmósfera de presencia ciudadana, pero sobre todo de presencia juvenil, reconocida por experimentados políticos que a su tiempo jugaron un rol importantísimo en la transición democrática que hoy vemos fallida por falta de una profunda reforma de Estado. El evento se caracterizó por la innovación prácticamente en todos los sentidos: el empleo de las nuevas tecnologías de la comunicación, el montaje de escenarios que dejan atrás las viejas y anquilosadas imágenes de una izquierda acartonada. La voz la asumieron hombres y mujeres que representan la diversidad del país en todos los sentidos: mujeres, jóvenes, indígenas, del campo, políticos con un discurso de refresco; podríamos decir que hasta la puntualidad sirvió de mensaje.

Por México hoy lanza dos mensajes a tomar en cuenta: lejanía con un proyecto con desembocadura partidaria y la no búsqueda de candidaturas para cargos de elección popular. La diversidad será tal que se respetará la militancia partidaria y la asunción de candidaturas en los espacios que corresponden a militantes y ciudadanos, pero Por México hoy despunta una visión de inclusión ciudadana fincada como la posibilidad de convertirse en un espacio político para quienes preconizan un país con igualdad, justicia, libertad y soberanía, que no se entiende sin la premisa, que también ahí se reivindicó, de abrir y edificar un espacio de reflexión colectiva, constructora de consensos; de consensos nacionales indispensables en la vida interna del país y en la globalidad por cuanto se refiere a la presencia internacional de México en un mundo en crisis que empieza a precisar las banderas contra el esquema neoliberal y neoconservador que ha depredado al planeta, enseñoreado la violencia, trayendo la represión como un mecanismo para sofocar insurgencias en no pocas partes del orbe.

En el fondo está el propósito de arrancar en pos de una nueva Constitución política que garantice un México para todos. Pero no se trata, de ninguna manera, de decantar un proyecto a partir de la academia. Como la Constitución de 1824, la de 1857 y la de 1917, el nuevo texto fundacional tendrá que representar lo que sienten los mexicanos, sus anhelos, para plasmarlos en una especie de nuevo contrato social para una nueva república. La idea, por cierto, no es nueva: desde 1988 se ha planteado el objetivo de lograr un nuevo código básico, fundamental. Incluso hay que reconocer que al alimón de las reformas regresivas al texto del 17, también están las esenciales que tienen que ver con un nuevo sistema de recepción de los derechos humanos de hondas dimensiones.

Y ya que toco el tema, es la primera ocasión en que un grupo tan nutrido de personas con origen en la izquierda mexicana le da un lugar de privilegio a los derechos humanos en el marco de un país que padece su transgresión. Esto, sin duda, es altamente alentador porque, por otra parte, lanza el reto definitivo para comprometerse en la construcción de un Estado constitucional de derecho. Ya hay que ponerle, en este marco, un hasta aquí a la retórica de que los revolucionarios son ilegales por excelencia, según trillada frase que se tomó de don Ricardo Flores Magón.

No quiero pasar por alto referirme a los interesantes discursos que se pronunciaron ese 3 de octubre. La voz de Clara Jusidman se marcó como imprescindible para establecer una agenda en la que lo social y lo político, con construcción sólida de ciudadanía, se antepone como premisa básica. La voz de Porfirio Muñoz Ledo subrayó lo que es su viejo propósito de acentuar la necesidad de la reforma del Estado, y su presencia, al lado del gran convocante, Cuauhtémoc Cárdenas, subrayó que más allá de las diferencias y desencuentros en la política está la amistad, la urbanidad, y sobre todo el compromiso con los proyectos comunes. Cárdenas sintetizó en su intervención tanto los propósitos de luchar por la soberanía bajo nuevos enfoques y sin soslayar lo primordial de los intereses nacionales, como la garantía de que Por México hoy es un proyecto con gran altura de miras. De alguna manera y aunque no me gustaría decir esto, Por México hoy se ve como el esfuerzo de estos políticos por hacer una síntesis en la que se plasme y delimite una herencia valiosa para el futuro que ahora se pone en manos de los jóvenes, que de manera abundante estuvieron representados en la Estación Indianilla. Fue un pase generacional de estafeta.

Me llamó la atención que mientras Porfirio Muñoz Ledo citó al marxista italiano Antonio Gramsci, los jóvenes que intervinieron mostraron inspiración en dos mexicanos prácticamente desterrados en esos espacios: el gran escritor Alfonso Reyes, el notable autor de Visión de Anáhuac, Ifigenia cruel, El deslinde, y tantos poemarios que influyeron en todos los sitios del mundo donde se habla el español, y al filósofo Antonio Caso, señero durante la primera mitad del siglo XX. A la hora de hacer una síntesis para una nueva visión política, es alentador observar cómo la cultura se empieza a convertir en el cemento aglutinador de mexicanas y mexicanos para la recuperación del país, en medio de una crisis insólita.

Del discurso de Porfirio Muñoz Ledo recupero su reflexión crítica en contra de aquellos que proponen como solución regresar al texto original de 1917, que afirmó, con fino dardo, por ejemplo, como negadora de los derechos políticos de la mujer al no concederle el voto, que llegó, como bien se sabe, hasta 1953, durante la presidencia del veracruzano Adolfo Ruiz Cortines. ¿Contra quién el dardo? Sin duda dirigido al autor de la propuesta: Andrés Manuel López Obrador. Y es que, en efecto, sin desentendernos del pasado y su rica herencia, ya no se trata de darle reversa a la rueda de la historia. Pasado y presente sintetizados para una lectura del porvenir.

Llamo la atención sobre el discurso del senador Alejandro Encinas, a mi juicio el mejor del evento en contenido y forma. Se vio oficio y empaque de hombre de Estado. Circuló su texto Desafío de las democracias contemporáneas: desfases y nuevas realidades, que lo muestran como un líder emergente muy importante para los días que vendrán. Encinas viene del Partido Comunista, sabe los por qué de prescindir de nefastos enfoques que soldaban el socialismo a la dictadura del proletariado, de la crisis de comunismo real, de la asunción real y comprometida con la nueva visión de una democracia a la que no se le hace una especie de panacea, sino una alternativa para todos en la búsqueda de la construcción de un país incluyente, precisamente en la línea que traza Por México hoy y que en los meses que vienen empezará a estar en barrios, ejidos, empresas, universidades, en todas partes.

Se está repensando la política y se ha dado un paso muy importante.

16 octubre 2015