Si no hay cambios de última hora, Adán Augusto López estará en Ciudad Juárez este domingo. Sobra decir que viene a que lo aclamen sus seguidores en su cada vez más fogosa ambición por llegar a la candidatura presidencial por MORENA.

Se trata de un secretario de estado que ha abandonado su trabajo, el desempeño constitucional de la más importante secretaría política del presidente de la república. Neglige, por decir lo menos, sus obligaciones, enumeradas una a una por la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo federal.

Es una circunstancia nunca antes vista, inédita, tosca, que la vieja izquierda tolera y justifica como no lo habría hecho nunca en los largos tiempos del PRI y del PAN.

La gira “preelectoral” de Adán Augusto ha ido cobrando cuerpo y fuerza, al grado de que siendo el encargado de la política interior del país, lo que supondría un mínimo de neutralidad, ya declaró enfático que va a ser “el candidato”, en una entrevista televisada en red nacional, que le fue posible adquirir porque precisamente todo lo que tiene que ver con radio, televisión y comunicación política con la sociedad, está en el ámbito de su intervención y competencia. Bien que los periodistas lo hayan llevado a la mesa; mal por la implícita presión que de hecho ejerce el faccioso tabasqueño.

En un momento en que Ciudad Juárez no sale de su dolor y asombro por la muerte de 40 migrantes en un accidente cien por ciento evitable, y en la grave secuela de la crisis migratoria con los Estados Unidos, que afecta en particular a países de Latinoamérica, al secretario de Gobernación sólo se le ocurre venir a que lo aplaudan sus fans, que de ninguna manera pueden alcanzar la reputación de espontáneos, pues responden al impulso de la jerarquía y el aparato administrativo, a merced del pretendiente.

De otra manera no se explicaría. Por sí solo el secretario difícilmente convocaría a medio centenar de ciudadanos, y mucho menos por una sola circunstancia: antes que él, en estos días, llegó Francisco Garduño, el alto directivo del Instituto Nacional de Migración, vinculado a un proceso penal por las 40 muertes y su negligencia. Se trata de un funcionario que aparte de inepto continúa en el cargo por la voluntad administrativa de su jefe, que es, precisamente, Adán Augusto López.

Propaganda adelantada, a gusto.

No es que en el pasado priista los secretarios de Gobernación en especial, estuvieran ausentes de la ambición presidencial. Es pertinente recordar que muchos que alcanzaron el cargo, antes pasaron por la que se creía imprescindible secretaría antesala del poder presidencial. Ese es un hecho irrebatible, pues ahí está la historia que lo demuestra.

Pero los que llegaron en 2018 le ofrecieron a la república “ser diferentes”, unir contenido y estilo, en un sentido de respeto a las instituciones y a las leyes electorales. Y no ha sido así, al menos por un par de razones: los altos funcionarios de la Cuatroté que aspiran al cargo, se creen tocados por la historia para continuar una senda que sólo existe en sus cabezas, y en tal sentido se asumen convocados por la fuerza del destino.

La otra es que López Obrador adelantó la sucesión como nunca se había hecho con los ritos nacionales establecidos, bajo sus instrucciones, autorizaciones, financiamiento, y desde luego un dedazo en ciernes. Para esto, el tabasqueño visitante no tiene más mérito que haber nacido en el Edén del sureste, donde se enriqueció bajo el ala del ancho sombrero priista durante muchos años.

Adán Augusto es, pues, más de lo mismo. Y de ser un perfecto desconocido, sin trayectoria, sin mérito, ahora casi quiere tener el rango de delfín absoluto de Andrés Manuel López Obrador.

Jamás se podrá creer que un hombre de esa complexión tan fraudulenta se asuma a sí mismo como el futuro presidente de México. Él, que está llamado a conducir la política interior con neutralidad, sólo se ha convertido en el jefe de una facción morenista, quizás con un papel de reparto para levantarle la mano a doña Claudia.

Estos son los “nuevos” hombres de la “nueva” transformación.