Anda el run run (no me gusta la expresión, pero es de uso común) de que Javier Corral Jurado quiere abandonar su encargo para regresar al Congreso de la Unión en la Cámara de los Diputados. En realidad, en esa condición ha estado siempre y no dudo que tenga esa ambición, porque es de esos políticos que al vivir una tragedia como la que padece se aferran a alternativas de ese corte, como a un fierro candente.

Su tragedia es haber llegado a donde siempre ambicionó, sabedor que no tenía más instrumento de trabajo que su garganta, lucidora en los congresos, en los que ha medrado por la vía plurinominal o la componenda. 

El rumor tiene lógica, pero una lógica palaciega: no tendría el arrojo de buscar la posición por tierra y en un distrito, sabe que sufriría el repudio y la derrota. Pero ese no es su mayor obstáculo, que ignoran los columnistas políticos del terruño, por no estar al tanto de lo que dispone la Constitución general de la república en esta materia. Permítanme transcribir el artículo 55 del código fundamental, que a la letra dice: 

“(…) los Gobernadores de los estados y el Jefe de Gobierno del Distrito Federal (sic) no podrán ser electos en las entidades de sus respectivas jurisdicciones durante el periodo de su encargo, aún cuando se separen definitivamente de sus puestos”.

Más claro ni el agua cristalina de Basaseachi. También sabemos que esa disposición ya se la han pasado por el arco del triunfo distinguidos miembros de la clase política,  porque todo es posible en un país en el que no se respeta del Estado de derecho.

Pero de que no puede, no puede. Y aquí siento el malestar que padece el que desea que en efecto desocupara la silla que hoy tiene.

Y cómo son las cosas, todo esto envuelto en la sempiterna enfermedad que les da a los gobernadores: querer ser presidentes de la república. 

Soñar no cuesta nada, menos cuando se cuenta con una buena flota de aviones, estupendas casas de campo, green, y todas esas cosas que Javier Corral le agregó a la picaresca de la política en Chihuahua.