Da risa pero a la vez indignación el manejo meramente político –y en el contexto, también electorero– del llamado “semáforo epidemiológico” por parte de los gobernantes que hoy detentan el poder.

Precisamente porque tienen ese poder creen que pueden hacer lo que les venga en gana. Y eso es lo que está haciendo en estos momentos el que se dice gobernador de Chihuahua, Javier Corral, que se comporta como un mal alumno de Bob Ross (¿lo recuerdan?) y ha decidido, por sus pistolas y para evitar más mermas entre los patrones del estado, crear un nuevo color en ese semáforo epidemiológico: el mostaza. 

A ver: ¿el semáforo no es el símbolo internacional adoptado por México y otros países para ejemplificar pedagógicamente los diferentes niveles de emergencia durante la pandemia? El semáforo, en efecto, tiene tres colores: verde, amarillo, y rojo. ¿Entonces?

Al querer estar en bien con dios y con el diablo, Javier Corral corrige la colorimetría de la metáfora social adoptada por la Cuatroté, que también en este tema ha tenido sus propios yerros, y nos viene con que “este va a ser un amarillo con naranja”. Y todavía, para parecer inteligente, se auto justifica: “El amarillo con naranja, en la tabla de Pantone da… ¿qué, mostaza?… ¿no?, ¿más o menos? Lo que queremos, más que amarillo, es un mostaza”.

Ni cómo ayudarlo. Por esa ruta, si los contagios y las muertes se disparan, producto de las fiestas de fin de año, quizá Corral, para no afectar los intereses de los empleadores tenga que decir que volvamos a un rojo más o menos catsup.

Un haikú de Matsuo Bashó, poeta japonés del gusto de un amigo entrañable que acaba de dejarnos por culpa del Covid-19, dice así: “Mariposas que nunca serán llevados por el viento otoñal los tristes gusanos de la mostaza”. Cualquier parecido con la realidad chihuahuense es mera coincidencia.