Es difícil, por decir lo menos, hacer política desde la izquierda democrática en un país altamente polarizado. Mi experiencia de estos días, sorteando las muchas dificultades para convertirme en candidato a gobernador independiente, me deja desde ya grandes lecciones en este delicado tema. Delicado porque no se trata de una cuestión que afecte a mi persona, se trata de un entorno general en la sociedad que crea trabas y obstáculos, aparentemente insuperables, pero siempre mortificantes.
Cuando la polarización y la pugnacidad se apoderan de una sociedad, generando todo tipo de odios y rencores, enconos y diatribas, navegar en busca de apoyos tropieza, al menos, con un par de dificultades: los que hacen de la política una religión y dividen al mundo entre buenos y malos tienden a clasificarte de manera arbitraria, al margen de toda lógica, y aun de toda clasificación plausible; o los que, considerándote parte de una fracción de este mundo bipolar, te reclaman un comportamiento propio de los semovientes, que siguen al que porta en su pescuezo el cencerro que marca las veredas, en este caso, el supuesto rumbo.
Ni unos, ni otros, en esta polaridad del absurdo, se detienen un momento a examinar las razones y la praxis que a uno lo precede y lo acompaña, como es mi caso, con largas décadas de militancia y compromiso social. En esta supuesta lucha del bien contra el mal, a los ojos de quienes así actúan, o estás en un lado o en el otro, y eso se traduce en conductas y hábitos que desmienten la cultura de la democracia sustentada, cuando menos, en dos pautas: la existencia del pluralismo y la libertad política. No es, ni remotamente, una circunstancia nueva y está a la vista de las ciencias políticas y de la historia. Empero, el fenómeno se padece ahora como una nota que distingue los últimos años y que se preconiza desde la Presidencia de la república y sus agencias partidarias, especialmente MORENA.
Me preocupa, a la luz de las experiencias recientes, mi caminar por los poblados de Chihuahua, escuchar cada vez de manera más recurrente que mis acciones, al no estar ubicadas en ninguno de los polos de los que hablo, se tienda a interpretar bajo el sobado argumento de una “objetividad” siempre bajo sospecha, siempre caprichosa y de muy fácil utilización aunque, en esencia, esté vacía para la comprensión de la política, cuando esta se hace sobre pautas democráticas y no como un ejercicio de adversarios en el que los que triunfan se alzan sobre las ruinas del contrario.
En este contexto, cuestionar al actual gobierno, criticarlo de fondo, no ponerse al servicio de MORENA, es el camino seguro para decir: “objetivamente le haces el juego al PRIAN”. No se necesita ser un ducho en política o un diestro de la lógica para escudriñar el argumento nulo que respalda esa afirmación. Pero aún rebatiéndola, su práctica siempre hace daño, como ya lo hemos visto en todas las sociedades que fueron y son presas del totalitarismo que impregnó al mundo el siglo pasado y que aún sobrevive en algunos países.
De hace bastante tiempo a la fecha, vengo estudiando, en Hannah Arendt, entre otros notables filósofos y politólogos, el tema o la noción del “enemigo objetivo”. Su invención es, ni más ni menos, definitoria para el establecimiento y funcionamiento de todo autoritarismo, de todo totalitarismo. Con esta premisa se construyen los odios, se divide el mundo en dos, se edifica lo binario y, sin cortapisas en el empleo del lenguaje, cualquiera que no embona en quienes así guían sus pasos, se convierten en los adversarios, oponentes y enemigos, no nada más de un poder establecido ahora, si no de un curso de la historia inventado artificialmente que se expone como sujeto a leyes invariables que marcan un fin último. ¡Y ay!, del que se oponga.
No es suficiente que este oponente sea débil por contraste a los que son fuertes, basta estar ahí para que todas las baterías se apunten en su contra, empleando la denostación, inventando patrañas y creando artificiosamente versiones muy similares a aquella de la gran conspiración judía con la que se puede explicar la historia de cualquier país, toda una metafísica de la perversión al servicio de quienes, llegados al poder, no están dispuestos a someterlo, en condición de iguales, a la decisión de la sociedad, el demos y los ciudadanos. Por eso, no es extraño que los partidos que piensan así son precedidos de la existencia de un movimiento amorfo que, como supuesto torrente cósmico, todo lo arrastra.
En estas apretadas líneas ni creo estar diciendo algo nuevo, ni mucho menos me considero poseedor de verdad o decálogo alguno, simplemente estoy planteando una profunda preocupación por lo que veo en mí país, en mi entidad y sus municipios. Soy de los que ha luchado por dejar atrás el régimen autoritario en favor de una democracia avanzada, he visto el fracaso estrepitoso de proyectos partidarios como el PRD y la claudicación de muchos de sus líderes, hoy militantes de MORENA. Soy consiente de que la ruptura que se abrió a partir de 1988, conjuntó, con un gran aliento democrático, a dos culturas que renunciaron a su pasado autoritario: la que migró dejando atrás al partido de Estado, y la comunista en todas sus versiones (partidaria, movimientista o guerrillera), cuya debilidad se fue expresando día a día en el liderazgo carismático de Andrés Manuel López Obrador y la fundación que ha desembocado en una nueva religión política altamente lesiva para quienes aún sostenemos el proyecto democrático.
En especial, quiero recalcar que no tan sólo disiento del curso que las cosas han tomado en eso que se llama “cuarta transformación”, cualquier cosa que esto signifique, porque si a números ordinales vamos, el guarismo tendría que ser mayor, por ejemplo, con la emergencia del mundo de las mujeres en todos los órdenes, el arraigo de gran aliento de los derechos humanos, el mundo de la juventud, las nuevas formas de amar y querer, las transformaciones en la formas de comunicación, la revalorización de un mundo democrático frente al reto de la pluralidad de expresar los intereses plenos de la sociedad y el derrumbe de las viejas hegemonías internacionales y la prevalencia de un planeta multipolar al margen de una caprichosa visión centrada en la legendaria Europa.
Frente a estos problemas, a estas nuevas versiones que se abren paso en la sociedad, MORENA tiene muy poco qué ofrecer y, ante tal ausencia, recurre a la pretendida bifurcación de la sociedad en dos campos, para construir primero su hegemonía y para hundirnos a todos en las conductas propias de los rebaños que, insisto, se mueven al paso que les marca el morueco que lleva como collar un sonoro badajo de cobre.
Finalizo estas palabras refrendando el compromiso de llevar el mensaje de la candidatura a gobernador independiente por todo Chihuahua. Frente a mí se quiere presentar la “pureza maniquea” que bifurca al mundo entre “buenos” y “malos”. Pero, en realidad, desearía explicar esto de manera menos compleja, lo reconozco; no nací para defender fanatismos, fundamentalismos, religiones políticas, rendir honores anticipados o gritar, digámoslo claramente, que haya cada vez más presidente y menos sociedad, menos ciudadanos siempre actuantes y siempre presentes y más Marios Delgados, miembros de una generación que claudicó frente al militarismo y a los partidos de siervos antes que de ciudadanos con derechos.
En otras palabras, no me veo gritando que es un honor estar con el presidente, lanzándole loas a la familia Monreal, justificando el dedazo, despreciando la legalidad y, aquí en Chihuahua, encontrándole virtudes a un Armando Cabada y a todos los retazos que hoy se reclutan en los basureros de los partidos para postularlos a los cargos de elección popular.
Si me tienen por su enemigo objetivo, puede ser que la padezca. Pero allá ellos.