Se necesita ser cínico al más puro estilo de Javier Corral para atribuir el abominable secuestro y homicidio de Carlos Ignacio Beltrán Bencomo, presidente del municipio de Temósachic, a la falta de coordinación con el gobierno federal, que él se encargó de destruir, encontrando en las esferas centrales el ambiente propicio. 

No nos dice que desde inicios de 2017 él tomó el control en esa comunidad, ejerciendo un fracasado mando único explicable por la negligencia e incuria del fiscal estatal, César Augusto Peniche, y del encargado policiaco de la seguridad que estuvo en manos de Óscar Aparicio Avendaño, un hombre llamado absolutamente “fracaso” y “colusión”, y que además fue premiado inexplicablemente.

Corral debiera asumir la situación casi como de su absoluta responsabilidad, y si tuviera decencia dejaría el cargo, porque lo que sucede en Chihuahua ya no alcanza para una narrativa suficiente, por la abundancia de casos sumamente lamentables, que nos habla de una espiral que no cesa. 

Javier Corral dice que la seguridad debe ser zona de neutralidad, que no hay que partidizarla o politizarla. Retórica pura, que es su especialidad. Qué bueno y de su boca salieran soluciones y no la sangre que corre por todo el estado de Chihuahua. El quinquenio fracasó y si los ciudadanos se armaran de valor y salieran a la calle, echarían del Palacio al gobernador traidor. 

Por eso, el año que entra, el PAN debe ser barrido de Chihuahua, tenga el rostro de Maru Campos y su Escudo Chihuahua, que tiene más agujeros que una esponja, o el de Madero, el del Pacto por México y los moches. 

El PAN naufragó en Chihuahua y la oportunidad para despedirlo, si no es antes, será la elección de 2021.