Es la historia de los gobernantes soberbios, convencidos de que son intocables y que están, exclusivamente, en sus puestos para que se les obedezca, y si se equivocan, volver a mandar. Pero sobre todo es la historia de los demagogos baratos. 

Cuando Corral inició este quinquenio haciendo gala de creador de la historia ofreció que ingresábamos, por fin, a un nuevo amanecer, y tarea de esa dimensión fue acompañada de todo tipo de ofertas, y desde luego, pues, de un Código de Ética que no tiene más función que auto obligarse y estar a la moda empresarial. Como el dios bíblico, iba a descansar en este caso en su sexto día. La realidad suele dar bofetadas, y el problema no es recibirlas sino no entenderlas. Pero decirle esto a un demagogo es como invitarlo a que ponga en acto la verborragia que los caracteriza, de ahí que una de las lecciones más caras que se les ha dado a los políticos mexicanos es aquella que está en el refrán que amonesta diciendo: “El pez por su boca muere”.

Un quinquenio para edificar un “nuevo amanecer” no se entendería sin este Código de Ética, y Corral, elevándose a las alturas del Cerro Coronel, bajó entre truenos y relámpagos a decretar el “histórico documento” y lo circuló a granel. 

¿Para qué? Para que la realidad se encargara de desmentirlo de extremo a extremo. Ayer llamó a María Eugenia Campos como una persona “virulenta y mentirosa”, sólo porque discrepó de él en una reforma electoral que si buena, tropezaba con la factibilidad elemental que se traduce de la Constitución de la república y las leyes generales en materia electoral. Los calificativos son ásperos, carentes del terso trato que los buenos políticos dan a las discrepancias. Esto se pone de manifiesto cuando vemos los sinónimos de “virulento”: es lo ponzoñoso, lo maligno y lo colmado de pus. Ni más ni menos. 

Pero volvamos al Código de Ética; su apartado XIV a la letra dice: 

“Me comprometo a actuar con templanza, conduciendo mis actos equilibradamente, controlando emociones y dominando impulsos que eventualmente pudieran dominar al ser humano, sin perder la vista en la misión y en la visión que me ha sido encomendada”.

Luego, en el apartado XV, enfático se compromete:

“Y siempre seré respetuoso de las opiniones, ideas, preferencias y actitudes de las demás personas aunque no coincidan con las propias, propiciando siempre la armonía y convivencia social”. 

¿Qué le pasa a Corral? ¿Por qué se comporta como señorito español del siglo XVIII? ¿Por qué nos ofreció virtudes y ahora se nos muestra como un pataleto, un irritado y un rabioso? Por una razón, y es sencilla de comprender: se le acaba el poder, se le acaba el tiempo, quiere dejar sucesor y no se da cuenta que cuando tuvo en sus manos truncar las carreras de los duartistas María Eugenia Campos o de un Cruz Pérez Cuéllar simplemente se dedicó a viajar y a jugar tenis, a realizar acciones para su mayor gloria, pero hoy ha de entender que los laureles sirven para mucho, menos para dormirse en ellos, si es que alguna vez los tuvo. 

O dicho en otras palabras: su sueño de darle un sexenio a Madero lo trae maltrecho, a grado tal que hasta serrucha la rama donde frágilmente está parado. 

Toda esta historia, diría un político clásico, más que un crimen, es una estupidez, y lo demuestra el que por única respuesta le hayan contestado con la hipocresía muy propia de todo panista con raíces profundas. Maru le dijo: “Pero Corral, si yo siempre te he apoyado”. 

No hemos visto la respuesta, si la habrá, pero hasta puede ser de abrazos y besos, pues Chihuahua bien vale una simulación de hermandad panista, donde por abajo de la mesa refulgentes y filosos tintinean los cuchillos.