Se ha dicho que quien pregunta sobre la pertinencia de mantener los conceptos de izquierda y derecha se muestra como una persona afecta a esta última tendencia. Y realmente es así porque esa dualidad, que para nada está asociada a una visión binaria o a una política de adversarios que tienden a destruirse porque cifran en eso la evidencia de su triunfo, sirve analíticamente para saber qué se piensa sobre el origen de la riqueza y su distribución, o sobre las políticas fiscales que se definen con miras a una sociedad con más altos índices de equidad que se expresan en accesos a la educación, la salud, la cultura y que reconocen el haz de derechos y libertades públicas en una sociedad democrática. En otras palabras, tomar en serio los derechos y que estos sean para todos, desterrando los múltiples caminos que conducen al privilegio y a la discriminación. Si eso le da utilidad a mantener la dicotomía, ya le daría sustento a hablar de derechas e izquierdas.
Sé que no corren buenos tiempos para esa fórmula. Más que por herencia de la Guerra Fría y del derrumbe del socialismo real en el mundo, se tiende a hablar mal de todo aquello que significa izquierda. La propaganda ha desgastado el concepto, le ha generado muchos enemigos irracionales, suscita miedos y propicia rechazos de naturaleza política. Pero aun así la izquierda ha de estar presente en los complejos conflictos sociales, lo cual me interesa subrayar, aparte de la premisa esencial donde encuentro lo que ahora puede definir algunos rasgos de la izquierda de la que hablo.
En primerísimo lugar, la izquierda debe tener un compromiso histórico con la democracia como sistema y un claro deslinde con todas las visiones totalitarias, que han dejado experiencias muy dolorosas en el mundo. Defender la existencia y práctica de elecciones periódicas y competitivas que refrenden la forma de hacer política a partir de propuestas que impliquen compromisos reales por ser afirmaciones que distingan de manera clara y distinta lo que se piensa y lo que se proyecta. Así, un partido político de izquierda debe prefigurar la sociedad a la que se aspira. Partido político antidemocrático, con líder carismático y unipersonal, puede tener un discurso aparentemente democrático, pero en la realidad no lo es y por lo tanto se debe separar de todo parentesco con la izquierda de la que hablo.
En el mismo contexto, la izquierda debe tener respeto por la legalidad y las reglas de la competencia, siendo válido que busque cambiarlas para llegar a una democracia avanzada, pero no es de izquierda negar las reglas con la idea de defender triunfos reales o ficticios.
Otro rasgo esencial del ser de izquierda es no abandonar, nunca, el sentido profundo del papel que juega la crítica. Cuando alguien se dice de izquierda y además sólo se dedica a hacer apología de los gobiernos que tiene, de aquellos con los que simpatiza, mostrándose intolerante con todo disenso, está lejos de ubicarse en esta visión. Este aspecto toca especialmente a aquellos que se ubican en el mundo de la intelectualidad y que, con muchas armas del conocimiento de la investigación en sus manos, muestran una especie de esquizofrenia a la hora de defender sus causas cegándose a reconocer sus limitaciones.
En este marco se dan innumerables pensadores que inventan conceptos para sustituir con ellos la realidad, cayendo en posiciones binarias y excluyentes. De esto hemos visto mucho en los años que corren local y nacionalmente. Ser de izquierda, además, es tener una visión abierta de la política y el poder: ni la primera se puede convertir en un monopolio ni el segundo en el vehículo para perpetuarse.
Así, doy por buena aquella tesis que propaló Rossana Rossanda cuando dijo que la calentura que provocan revoluciones en otras partes del mundo afectan a la conciencia de los socialistas en todas partes. ¿Qué quiero decir con esto? Pongo ejemplos: aquí hay izquierdistas que han clamado por la democracia, cuestionan los mucho años del PRI, pero tratándose de Cuba se les hacen pocos los 50 años que duró Fidel Castro en el poder. Y así podemos enumerar que casi era una obligación ser de izquierda y tener que defender a los sandinistas corruptos, a Chávez, a Maduro, y en algunos casos hasta a las antiguallas belicistas de Corea del Norte. Conducirse así será cualquier cosa menos pertenecer a una izquierda que hace de la crítica el arma más poderosa para la mejor comprensión de la realidad, su interpretación, con el propósito de transformarla.
Sirvan todos estos párrafos como una especie de premisas mayores para observar a los candidatos que desde la izquierda se postulan en Chihuahua con el propósito de convertirse en competidores por la gubernatura del estado a través de MORENA. Hablo de los que realmente están en una búsqueda abierta y sostenida y tienen una característica, inobjetable a mi juicio: paradójicamente no son de izquierda, sino de la derecha, así hagan intentos de corrimiento hacia el centro.
Hay un caso evidente: se trata de Cruz Pérez Cuéllar, actual senador de la república por una obsequio del partido que representa. Hombre formado en el PAN, con larga militancia en ese partido, al que dirigió y representó en órganos congresionales, que ha mutado de ropajes partidarios pasando de azul a naranja y luego a guinda. Cualquiera podría advertir que todos tenemos derecho a cambiar, estoy de acuerdo, pero también hay que ver las vidas públicas con la significación que tienen en la sociedad y en la comunidad. En este caso, primeramente su eventual triunfo nos llevaría a los odios viscerales que alimentaría por el fracaso de su compadrazgo con Javier Corral, fracaso que se hizo absolutamente evidente cuando el senador fue instrumento de César Duarte en 2016 para fraccionar el voto y permitir que Enrique Serrano quisiera convertirse en gobernador.
Como la izquierda también profesa una moral de la congruencia y la simetría, es obvio que MORENA no podría presentarse con una candidatura de este corte sin desmentir de extremo a extremo que ser de izquierda le importa un soberano bledo. No tan sólo hay que parecer y simular, sino realmente ser, tener una historia.
Claro que habrá quienes piensen que por un acto de redención se pueden purificar y convertirse en otros seres, hombres o mujeres nuevos que ya expiaron sus pecados políticos. Pero pertenecer a una izquierda que practica la crítica, es no pasar bobita en estos términos.
Luego viene otro hombre, también de derecha, que es Rafael Espino. Paso por alto su insignificancia en el estado; aquí no ha mostrado su presencia y mucho menos nos ha acompañado en los grandes y graves momentos de crisis que hemos tenido que sortear. Priísta de origen, burócrata en gobiernos de ese partido, ahora realiza lo que sin duda está plenamente divorciado de la praxis que distingue a la izquierda: al más puro estilo de la vieja cultura autoritaria, se presenta aquí como el enviado del presidente, el elegido, “el bueno”, con proclividad hacia el mundo de los negocios, lo que le brinda pasaporte para tutearse con los dueños del pueblo.
¿Dónde está la izquierda? Quien la encuentre, por favor que nos la regrese.
Ambos políticos hoy se dedican a propalar sus propuestas, pero no nos dicen absolutamente nada de las perspectivas de país que tenemos, tienden al lenguaje de la ambigüedad y no toman compromisos que permitan realmente definir qué ofrecen y que además esos ofrecimientos estén hacia la izquierda.
En ese contexto el que quiere evadir el tema es Víctor Quintana Silveyra, antier expulsado de MORENA, ayer funcionario corralista y hoy aspirante a candidato de ese partido.
Quintana dice –¡válgame!– que no tuvo una “alianza estratégica” con Javier Corral, que fue “temporal”, como queriendo dar a entender que acalló su liderazgo en MORENA coincidiendo con todo el ciclo que incluye el proceso que precedió al triunfo de Andrés Manuel López Obrador, y que durante esa “temporalidad” permaneció acuartelado en la nómina del quinquenio fracasado de derecha. La cataloga de “alianza temporal” como si pudiéramos olvidar traiciones y simulaciones, precisamente cuando más se necesitaba en la izquierda que él preconizó. Que lo descargue de culpas el precedente de que hasta el pescador de Galilea negó tres veces a su divino maestro. Él sólo alcanza a decir que él representa a la “izquierda verdadera”. ¿Qué significa eso? Vaya usted a saber.
Ser de izquierda puede ser que te lleve a militar en un partido o estar fuera de una organización de ese tipo y habitar territorios que van de la academia a la comunidad rural o indígena o al centro de trabajo de una maquiladora. Es abigarrado el concepto como abigarrados los adherentes. Pero estén donde estén exigen que este juego de máscaras y simulaciones al menos no se presente como la izquierda, porque eso es un fraude.
Magnifica descripción.. me recuerda una canción de Serrat . Buenos tiempos
Si lo que les arde a la derecha es precisamente las personas de izquierda, dizque porque son comunistas. Entonces a qué le temen ?