Muchas veces no pocos mexicanos se han preguntado qué hacer frente a una circunstancia tan adversa como la que tenemos ahora en México en los diversos ámbitos de nuestra vida nacional y global. Cómo transformar una circunstancia de autoritarismo y creciente inseguridad, injusticia social y violencia, por otra en que los reclamos del pueblo, en especial el pueblo raso, pasen a ser prioridad del poder público; el patrimonio, por modesto que sea, no se encuentre en riesgo permanente y vuelva la paz y tranquilidad a la ciudad y al campo. Ciertamente estamos en una situación límite, más porque la restauración del PRI con Peña Nieto amenaza con acrecentar un poder favorable a unos cuantos y las cifras de la guerra crecen como en los tiempos de Calderón y los daños patrimoniales golpean parejo a toda la sociedad y más a los que menos tienen. Estos adolecen, por ejemplo, de salarios de miseria, del robo permanente a sus modestos haberes ante la ausencia y colapso de las policías, frecuentemente coludidas con el crimen organizado en todas las escalas, el grande y el pequeño. No exageramos al afirmar que se padece un hartazgo inédito en el país, que no obstante su enorme magnitud, no logra vertebrarse en una respuesta cívica contundente que marque una nueva senda para la nación, porque una cosa es cierta: las cosas ya no pueden continuar así. Para nadie es desconocido que este hartazgo se deja sentir en la brutal caída de las simpatías de Enrique Peña Nieto en las encuestas; y en la escena local, jamás en los años recientes, ha habido un gobernador que concite más odios, rencores, desprecios que César Duarte, a grado tal de que su estatus constitucional no es propiamente el de un alto funcionario público, sino el de un cacique rural de los viejos tiempos mexicanos. Insisto, la pregunta ¿qué hacer? ronda por todas partes.

El domingo pasado en Tampico, Tamaulipas, hubo una demostración multitudinaria como pocas en el puerto industrial, que marca un hito no nada más en la historia local de los jaibos, sino en la gran resistencia que hay a que prevalezca la violencia del crimen haciendo del Estado una institución inútil y fallida. De alguna manera los tampiqueños han lanzado su ¡ya basta! y han obligado a una agenda nueva desde la sociedad hacia el gobierno y el poder en general. Cuando la gente se decide se puede lograr eso y mucho más, y es obvio que en los momentos actuales sólo desde fuera de las instancias del poder se pueden generar las alternativas que el país necesita y la nación reclama. Salir a la calle como en Tampico es una inexcusable línea de acción que se debe extender a todas partes, porque trae el viento fresco de un México nuevo.

Ayer en Chihuahua productores del campo, inconformes con las tarifas de los energéticos, realizaron una acción que se puede considerar histórica: atravesaron sus cuerpos y sus bienes en las vías del ferrocarril y paralizaron los trenes en varios puntos de la geografía estatal, en escenas que recuerdan la Revolución Méxicana. Si alguien piensa que eso es poca cosa, qué equivocado está, porque si me apuran un poco, eso es presagio de revuelta y aún de insurrección, de rebeldía, que autoriza el Derecho cuando una situación se vuelve profundamente inadmisible como la que tenemos ahora.

Muchas veces se ha dicho que tenemos que cambiar al país sin caer en la violencia, también que debemos hacer de la moderación una virtud política. Seguramente que en general aquí están dos grandes verdades a tener en cuenta. De la primera no me queda ni un ápice de duda, pero de la moderación habría que decir que no es, de ninguna manera, inmovilismo ni ofrecer una vez más la mejilla indemne para que nos la golpeen. Se puede ser moderado pero igualmente enérgico en el reclamo e insumiso para aceptar lo que autoritariamente se impone desde arriba. La desobediencia civil derrumba sociedades autoritarias, depone malos gobernantes, revoca políticas públicas atentatorias de la dignidad humana y sin ápice de violencia puede lograr sus grandes y nobles objetivos.

No es el caso exponer la visión de los grandes pensadores en torno al tema, pero sí de recalcar que si en esta lucha hay que transgredir una norma jurídica y pagar por sus consecuencias, es un camino que puede mover los cimientos de esta sociedad corrompida si somos cientos, miles y millones de mexicanos los que transitamos por esa vía.

Creo que el grito de Tampico y el valiente esfuerzo de los chihuahuenses que bloquearon las vías del ferrocarril y contra los cuales ya pesa la prevención de aplicar el Código Penal Federal, se da un paso exponencialmente grande en el diseño y decisión de contundentes formas de lucha contra gobiernos arrogantes que sólo se escuchan a sí mismos y trabajan para sus proyectos de poder.

Está abierto un camino y probablemente sea el que haya que recorrer para reemprender la ruta. Las redes sociales serán en todo esto un herramental básico para lograr la cohesión social de los insurgentes. Poco antes de morir, Lorenzo Zambrano –un empresario global, indiscutiblemente exitoso– envió un tweet ( xxxx ) que así lo confirma, y lo hizo obviamente pensando en el mundo de los negocios, y yo me pregunto: ¿es que sólo ahí las redes pueden prodigar sus grandes beneficios sin tener molestia alguna del Estado, como pretende la iniciativa peñanietista de conculcación de la libertad de expresión? La respuesta es obvia.

Ha aparecido un modelo de lucha: es un modelo para armar, de acuerdo a memorables palabras de Julio Cortázar.