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Para Enrique Peña Nieto y César Duarte Jáquez (incluyendo a la gobernadora de Nuevo México, Susana Martínez), la ley es lo de menos. En estos días de escupir para arriba de parte de la clase gobernante, no se dan cuenta –o fingen no darse cuenta– que les cae en la cara. Estar en Chihuahua escasos minutos, montar prácticamente un estado de sitio en las carreteras, inaugurar una obra con un desmedido e irracional sobreprecio, entregada con un retraso enorme y que además no es una vía libre sino de paga, nos recuerda a todos el burdo fraude a la ley en la que caen con gran frecuencia los gobernantes priístas.

Saben que hay veda electoral pero de todas manera revisten sus actos con la descomunal apariencia de legalidad, aunque en esencia van en contra de ella. No tienen remedio. Además, creen que con selfies, coreográficamente planeados, le van a dar a Peña Nieto un aire de popularidad que no tiene, en un momento en el que la exigencia de su renuncia le quema los talones. Ahora resulta que están muy sonrientes, tanto el cacique local como el corrupto Peña Nieto. Están como los payasos que salen al escenario a reír, aunque por dentro los consume y carcome el desprecio ciudadano. Sólo los tontos pueden creer que dada la cantidad tan grande de selfies, surgió la necesidad de que a los chihuahuenses Peña Nieto les concediera el írrito privilegio de pernoctar en el Hotel Soberano, convertido en búnker.

 

En sí, no está bien Garfio

 

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Para finalizar, esta columna se puso filosófica (Hegel, Heidegger, Sartre): en sí, no está bien Javier Garfio.