Sé de cierto que el resultado electoral del pasado 5 de junio en Chihuahua aún no tiene una lectura completa que permita trazar un mapa de navegación que se corresponda con los intereses de carácter universal de la sociedad. He conversado en los últimos días con maestros, estudiantes, y aun con especialistas en la materia que se cuestionan sobre el proyecto que viene para los próximos años, más si nos hacemos cargo de lo que acontece con las movilizaciones magisteriales en derredor de lo que se ha dado en llamar “reforma educativa”, aunque realmente dicha denominación quede bastante grande.

Sin duda que una sociedad democrática consolidada –hacia allá se mueve a tientas el país– tiene en la visión de la educación de todos los niveles una poderosa palanca que trasciende a un desarrollo anhelado. Lo primero que se antoja reivindicar es el carácter público de la educación que se realiza a través del Estado, incluido en éste la institución de educación superior, porque, a mi juicio, es la que puede ponerse al frente de un proyecto universal y altamente incluyente, por su responsabilidad ante la nación y su proyección en el mundo entero. No desprecio la educación privada, tras de la cual lo más frecuente es que estén los valores del sistema económico predominante y las confesiones religiosas, más si la misma respeta la constitucionalidad que le atañe. Desde luego que lo anterior no es la premisa básica para reivindicar la educación que tiene el anclaje en lo público, por ser la que representa la visión de Estado y sociedad que se pretende respaldar.

En este marco, quienes estén al frente de las instituciones públicas, deben tener un claro compromiso, casi una misión de vida, a desplegar en la esfera de la administración que me ocupa, lo que facilitaría el mejor desempeño. En otras palabras, lo que quiero decir, valiéndome de un dicho por el que ya no tengo simpatía, es que no se ha de poner la iglesia en manos de Lutero; por ende, que al frente de la educación pública esté lo mejor de la pasta humana que se ha desempeñado en ese ámbito. Estoy convencido de que eso es lo mejor para fortalecer la educación misma y sobre todo los valores de la sociedad democrática, que requiere de un gran viraje para que el país se conecte con las humanidades, las ciencias básicas, y se vaya construyendo una cohesión social ausente en el país que tanto lo debilita.

En el mismo sentido y por contraste a lo que hemos tenido en los últimos gobiernos priístas en Chihuahua, no se diga en la improvisación, incuria y frivolidad a que llevó este ramo el duartismo, se impone transitar por una senda de gran corrección, diálogo y entendimiento entre los actores enclavados en la esfera a que me refiero, por lo cual se requiere un equipo abierto, que sepa dialogar y vacunado al cien por ciento con toda facciosidad, sectarismo o sesgo ideológico. A mi juicio, si no se transita por ahí, continuaremos con más de lo mismo.

Esta reflexión tiene que ver con la vertebración de una secretaría estratégica, como la de Educación, que se ha manejado como un instrumento más del corporativismo, del clientelismo priísta y del abandono que hoy padece Chihuahua por la responsabilidad de gobernantes que no ven más allá de sus narices y que, además, no se dan cuenta que el estado de Chihuahua, por ser fronterizo, debe resolver mayores problemas para la viabilidad misma del país como un estado con fuerza en la globalidad.

A partir de aquí este texto toma un giro hacia las principales universidades del estado de Chihuahua. La de Ciudad Juárez reporta, después del 5 de junio, la aparición de un proyecto democratizador que, a querer y no, toca la personalidad del rector Ricardo Duarte Jáquez, que va a pasar por una etapa de desgaste natural por el ocaso que afecta al gobernador actual en los últimos días de su administración y cargando una derrota descomunal sobre sus hombros. Allá un grupo de académicos con ganado prestigio y reconocido talento, han puesto en blanco y negro un conjunto de ideas plausibles y además necesarias. En la UACJ se pondrá a prueba la autocontención del rector y también su templanza para seguir adelante por dos años más. Fuera de esto, obvio es que deben sobrevenir reformas indispensables que fortalezcan a la institución.

La que reporta mayores problemas es sin duda la Universidad Autónoma de Chihuahua. De una parte, por el largo proceso que arranca desde 1974 hasta nuestros días, en la que pasó a formar parte –incluso como víctima– de los dictados de los ocho gobernadores del PRI de este ciclo, es decir, desde los tiempos de Óscar Flores Sánchez hasta las tinieblas de César Duarte Jáquez. Ahí tenemos el enquistamiento de un círculo compacto y cerrado que le obstruye a la comunidad expresarse en favor de una vida democrática y un desarrollo académico que la convierta en contemporánea de su tiempo. La UACH padece un proceso de fosilización que tiene que ser rectificado para dotar a la sociedad chihuahuense de un centro espiritual que sirva al desarrollo humano y no a las capillas y facciones que se la disputan y la han hecho un centro de corrupción e intolerancia.

Creo que es momento de un gran viraje para esta institución, sin intervencionismos de ninguna índole, injerencismos inadecuados, pero sí con mano firme de quienes sostienen un proyecto de sociedad diferente a lo que hemos tenido y de cara hacia el futuro. Entiendo que la vida de las universidades se debe ver integralmente, pero no desconozco que la UACH, por ser la fundadora, debe prescindir del andamiaje por el que hasta ahora se ha movido, porque no habrá democracia posible si nuestras universidades, y especialmente la UACH, no se reforma de manera consistente y radical, es decir, “ir a la raíz del problema” a través de un diálogo de sociedad, gobierno y la propia institución, entendiendo la autonomía en su verdadera dimensión y dejando atrás el papel de armadura que ha tenido hasta ahora, precisamente para proteger al fósil que vive adentro, una especie de caparazón de bicho del Jurásico.

Percibo que con todo y lo golpeada que está la UACH, aún hay una reserva de maestros, académicos, alumnos de avanzada, que quieren dar la pelea por una transformación. Juzgo que esta es una causa de la mayor pertinencia e indispensable para la construcción de un porvenir de inclusión y desarrollo de los chihuahuenses, convencido de que sin una educación cimentada en el presupuesto de lo público y universidades realmente abiertas al tiempo, no hay posibilidad de consolidar a los ciudadanos (hombres y mujeres) que requiere Chihuahua para avanzar por un camino genuinamente democrático y que se convierta en un referente de que las alternancias pueden ir abriendo momentos fundacionales en la historia del país.

Lo más lamentable y dañino que le puede suceder al Chihuahua de hoy es que la política se resuelva en un antagonismo de quienes luchan por estas transformaciones y los estamentos priístas que se van a atrincherar en los espacios burocráticos, las universidades que les han dado hospedaje inmerecido e hipócritamente abanderando ideales que jamás han compartido, en este caso la autonomía de la universidad, su libertad de cátedra, y por si poco faltara, la misma división de poderes.