Cuando uno lee a través del lenguaje propio de los grandes medios, tiende a realizar un deslinde entre ciudadanos y políticos. Tal pareciera que al decir una cosa y mencionar otra estuviésemos abordando mundos diferentes; en la realidad esto tiene más de argot que de esencia. Para mí usted es un ciudadano que ha estado, de muchos años atrás, en el ámbito de la política, de la profesional, de la que se aborda con claros fines y objetivos, en este caso la de un vasto segmento del empresariado mexicano, comprometido, casi religiosamente, con la economía de mercado, el modelo neoliberal y el conservadurismo que le es más que hermanable. Creo no equivocarme cuando adelanto estas palabras al escribirle esta misiva.

Usted subió al escenario político a fines del año pasado como aspirante a gobernador del estado de Chihuahua en la categoría formal de independiente. Huelga decir que está en su derecho como también lo están quienes lo apoyan. Para mí ese no es el problema, más si se toma en cuenta que varios lustros atrás he abogado porque los ciudadanos puedan pasar a la arena política sin tener como obstáculo el monopolio de los partidos para su postulación.

Entrando en materia, quiero decirle que su candidatura está rezagada en las preferencias electorales a un tercero o ulterior lugar en esta contienda y reconozco el derecho que le asiste de llegar hasta el final, con los números que estarán a la vista la madrugada del lunes 6 de junio. También quiero que asuma que padecemos un gobierno tiránico, corrupto e impune que se quiere prolongar a través de la candidatura del PRI y sus partidos satélite, y que los demócratas –con y sin partido– no tuvimos el interés oportuno ni la capacidad suficiente para elaborar una hoja de ruta para derrocarla, aprovechando los comicios que ya anuncian una elección de precaria calidad.

En ese marco, su candidatura preocupa a la hora de definir el futuro inmediato, y le digo por qué: Unión Ciudadana se ha empeñado en una lucha anticorrupción que trasciende al proceso electoral y anhelaría encontrar un gobierno de sello diferente para establecer las bases del castigo a los responsables y la recuperación de lo defraudado a la hacienda pública. Aunque usted ha abanderado una crítica a la partidocracia y la corrupción que le es consubstancial, advertimos que su discrepancia con una corrupción que tiene rostro y apellido ha sido algo más que pálida, lo que me lleva a conjeturar que su esfuerzo entronca con la continuidad del régimen actual, no tanto por usted cuanto por lo que significan las relaciones de capital que lo abrigan, en este caso por el que responden un grupo de empresarios que a todas luces quieren conjuntar en una sola mano el poder político y el económico; como se decía en otro tiempo, la corona y la bolsa.

Sus pronunciamientos en torno a la corrupción no han convencido, aparte de que no tienen una historia personal en su favor, reforzado a la vista de la documentada investigación publicada por Canal 28 que lo ligan al megaescándalo conocido como FOBAPROA. Para mí, que he investigado temas de corrupción, esto es explicable por una de las visiones empresariales que se tienen de la misma y que se caracterizan por su cinismo. Permítame reproducir en extenso esta cita de un reconocido experto:

“La multiplicación de los escándalos de dinero en las grandes democracias no es, pues, una anomalía, sino la lógica consecuencia del triunfo de la única universalidad que nos queda, la del dinero, medida del triunfo individual como del de las sociedades, unidad común de medida que permite establecer una comunicación inmediata con nuestros “semejantes”, semejantes por la reverencia que comparten hacia el becerro de oro, ofrecido finalmente a la admiración, ya que no a la apropiación de todos”. (Jean-Marie Guéhenno, El fin de la democracia, la crisis política y las nuevas reglas del juego).

Conjeturo, – y con el tiempo lo sabremos de cierto– que lo que usted representa se ha decantado por refrendar el duartismo-serranismo. No sería la primera vez que por “parlamentos” un episodio concluya así. Pero imaginemos un mundo electoral irreal en el que usted se hiciera con la mayoría de los votos, ¿a quién serviría un gobierno invertebrado por carecer de Congreso, relaciones con el poder municipal y una insurgencia ciudadana que de hecho, no de palabra, continuará hasta sus últimas consecuencias la corrupción del aparato priísta de quienes hoy detentan el poder? No quisiera pensar que usted continuara siendo el fiel niño que mamó en la casa el más superlativo respeto a la tradición de la autoridad. Su inexplicable progreso económico me anima a pensar que así sería.

Como usted sabe, el politólogo Jorge Castañeda ve hacia el 2018 la pertinencia de abanderar los cambios del país a partir de un independiente; es de los que más ha profundizado en el tema, y eso me permite tomar algunas de sus ideas para expresarle mi divergencia puntual: usted no es un outsider, usted es clase política, aunque lo niegue; usted no ha hecho su Declaración 3 de 3, aun cuando tiene su raigambre en la COPARMEX; usted no ha entendido que para que una candidatura independiente sea triunfadora debe ser única y que la partidocracia, en su visión, sólo se puede reformar desde fuera de los partidos, está en entredicho cuando su praxis concreta desembocará en un gran servicio al PRI, que es el instrumento partidocrático número uno para satisfacer compromisos pactados por debajo de la mesa y darle el triunfo a una facción de ese partido para que, prácticamente, todo continúe como está, en la perspectiva que traza el pensador francés que he invocado.

Si nos acogiéramos a los planteamientos del excanciller Castañeda, usted tendría que ofrecer “castigar” a los de ayer (Duarte Jáquez), y eso no lo hemos escuchado por ningún lado. Creo que es fácil que entienda que “el borrón y cuenta nueva garantiza la perpetuación de los excesos”.

En el fondo de su candidatura hay una línea, ambigua por decir lo menos, en la que la corrupción se interpreta como un fenómeno que acontece en los confines del Estado y el gobierno, y nunca al interior de los grandes intereses privados que se han visto favorecidos con privilegios de toda índole. Es la vieja tesis de que todo lo malo está afuera del empresariado, de los industriales, de los banqueros, de los especuladores, de los que lavan dinero, de los que patrocinan, ni más ni menos, a la partidocracia. Los nuevos gobiernos que surjan de una democracia consolidada y se apeguen al Estado de derecho, van a hurgar en la corrupción donde la corrupción esté, en el ámbito público o el privado. Pensar, a contrapelo de esto, como se deja sentir en sus actos electorales, es pretender cerrar el círculo que nos llevaría a la tiranía y la dictadura superlativas, aquella que conjunta en un solo núcleo de personas (similar a los Científicos del porfiriato) el poder económico y el político. De ahí que tenga un vacío esencial de independencia la campaña que le patrocinan quienes sustentan esa visión de que el futuro es de los empresarios y sólo de los empresarios, vendiendo a cambio las entelequias de lo socialmente responsable y una filantropía que permite buenas digestiones la Nochebuena de cada año.

No creo haberle dicho nada que no sepa. Las conclusiones que pueden derivarse de estos párrafos se pueden inferir con extrema facilidad, y espero no las dicte el instinto empresarial involucrado. Pero de continuar usted en sus empeños –no creo que los abandone– seguro estoy que se le recordará como un actor que en tiempos aciagos para la vida democrática de los chihuahuenses contribuyó a que todo continuara a como está establecido, y quizá peor. Sin embargo, ojalá los ciudadanos salgan a votar en un inusitado porcentaje, porque entonces seguro estoy que el PRI y sus cómplices serán derrotados.

Respetuosamente:

Jaime García Chávez