Con el nombre y firma de “La plebada”, esta columna da cuenta y hace pública una carta colectiva dirigida a Víctor Quintana Silveyra. Por sangre y color, formo parte de esa estirpe que le ha dado por escribir misivas políticas. La carta es larga pero seguro estoy que vale la pena leerla. Aunque ya no hay buen correo, de todas maneras, como dice la canción, con quién se las fui a mandar. Va:

“En los últimos años el luchador social y amigo Víctor Quintana Silveyra ha militado en el partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). Leí que se procesa su expulsión, y que el dirigente absoluto de ese partido, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha calificado como “traidor” a Víctor. El juicio ha concluido, lo demás es bisutería. En noviembre de 2012 envié a Víctor unas cuantas líneas. Reproduzco algunos pasajes y actualizo otros, la ocasión lo amerita:

Hace tiempo –decía entonces a Víctor– que no te comento nada y hoy lo hago pues tuve una incómoda sensación cuando leí hace días que te convertiste en el sumo sacerdote regional del proyecto de formación de un nuevo partido político nacional encabezado por López Obrador. Como sabes, este hombre genera dispares apreciaciones. Pero reconozcamos que es un político audaz, hábil, eficaz demagogo que emite lineamientos digeribles para multitudes y encarna ideas clásicas del PRI de la época de Luis Echeverría; es un líder anclado, pues, en un pasado muy patrimonial y autoritario, pero con un populismo exitoso. Acostumbra calificar a sus oponentes de peleles y en los hechos convierte en zombies a sus operadores más cercanos.

Estarás consciente de que esto te impondrá la penosa tarea de evitar convertirte en pieza y títere disponible en su ajedrez personal. Salvo las prédicas de que él representa la salvación del país, no se advierten en su discurso ideas claras y viables para desarrollar a México en el contexto del mundo globalizado; anuncia, eso sí, amplias distribuciones de la riqueza pública acompañadas de promesas moralistas de honestidad y combate a la corrupción. Con su liderazgo tropical no habría naufragio ni hundimiento, dice. Tiene una fe fanática en sus ambiciones y justamente ese fanatismo conlleva silenciosos riesgos en los procesos sociales, pues los fanáticos, como decía Ernest Renán, temen más a la libertad (de criterio y a la opinión propia de sus correligionarios) que a la persecución de sus oponentes; es más, se dicen siempre acosados, víctimas del hostigamiento, y se nutren con vigorosas energías de cualquier contratiempo atribuido por norma a sus detractores. Como todo personaje fanático, tu nuevo líder (AMLO) pregona una superioridad moral y se coloca él mismo por encima de las pasiones mundanas y transmite a su seguidores esa fe que hace ver que las montañas se mueven en lugar de mover las montañas, esto es, logra la prestidigitación ideológica de ilusionar con transformaciones futuras, pero que no pudo, o no quiso, hacer cuando estuvo en posiciones de poder. Y así como en el siglo XVII se acuñó el dicho aquel calumnia que algo queda, ahora vemos el artificio de embauca que algo deja.

No sobra recordar que en El verdadero creyente Eric Hoffer dice que “los movimientos de masas pueden surgir y extenderse sin creer en un Dios, pero nunca sin creer en un demonio”. Siguiendo este patrón de conducta, AMLO ha fabricado desde hace tiempo su demonio favorito para consumo popular: Carlos Salinas de Gortari, a quien en ocasiones ubica en un grupo conspirador (“la mafia en el poder”), otras veces lo asocia con el duopolio televisivo (Televisa y TV Azteca). En sus tiempos, Stalin tuvo su demonio consentido: León Trotsky; Hitler satanizó a comunistas y a judíos; Fidel Castro y Hugo Chávez apuntan hacia el imperialismo norteamericano. Algo similar pasó con la izquierda mexicana del siglo XX: era también este imperio yanqui el eje de la demonología en sus tiempos. En este comportamiento, pues, tu líder Amlo se ajusta al patrón tradicional de elaboración y difusión de sus fantasmas útiles.

Pero detrás de ese andamiaje ideológico hay algo invariable. Prevalece una forma de observar y explicar el funcionamiento de la sociedad. Sustenta AMLO su visión en una interpretación estrecha del mundo social, idea que en La sociedad abierta y sus enemigos Karl R. Popper llama “la teoría conspirativa de la sociedad”; esto es, la explicación de los fenómenos sociales como obra de personas o grupos siempre ocultos en las sombras, interesados en generar y complicar los acontecimientos, como si tales acciones conspirativas fuesen el motor insustituible de la historia real y cotidiana. Así visto, las cosas en México suceden como producto de las conjuras de una mafia que tiene nombre, rostro y, para colmo, pésima imagen (Carlos Salinas), y este discurso del complot es fácilmente asimilable para la multitud porque “descubre” una causalidad diabólica, maléfica. Con pocas reticencias, esa denuncia es aceptada como “el gen del mal” con sus intenciones y acciones perversas. ¿Y las causas más reales (económicas, políticas, ideológicas, de partido o coyunturas varias) que engendran la complejidad de los acontecimientos? Bueno, esas pueden esperar mejores tiempos para aparecer en las explicaciones porque al líder supremo le interesa solamente imponer su visión cohesionadora y así orientar la inquietud social hacia fines predeterminados: persistir en candidaturas a la presidencia del país hasta lograrlo. Y así como grandes males reclaman grandes remedios, las acciones de las fuerzas ocultas demandan la voluntad del líder inmaculado que encarna la “esperanza de México”. En este torbellino, amigo Víctor, te has internado con el liderazgo regional de MORENA.

Esos presupuestos y alcances alimentan y nutren una imaginación cuasireligiosa de ciega fe en el caudillo e introduce en las multitudes supersticiones ideológicas que pueden desembocar en irracionales confrontaciones sociales y en riesgosas descalificaciones personales. Con esos simplismos elementales, pero efectivos, se ha venido manteniendo el “mesías tropical” de México. Así, estimado Víctor, en la ruta seleccionada con MORENA tienes como faro y dirigente a un astuto agibílibus, quien con sus aspiraciones personales y algunas garrulerías ha construido una presencia social notable y de lamentable pobreza ideológica. Pero es tu respetable decisión sustentada en tus convicciones, eso es lo que vale. Ojalá mantengas tu criterio independiente y no te dejes arrastrar por la corriente y mucho menos te dejes envolver por el fervoroso torrente de sumisión que anida en la corte cercana de tu singular líder…”. Hasta aquí lo que hace casi cuatro años comentaba al amigo.

Muchas cosas han cambiado en estos cuatro años transcurridos, pero una permanece inalterable, con invariable presencia. Me refiero a lo que Marsilio de Padua llamaba el “ardenti desiderio principatus” (el “ardiente deseo de gobernar”), que obsesiona y embriaga las aspiraciones del líder indiscutido de MORENA. Nada puede ni debe interponerse a su curso porque sus dictados no toleran lo distinto; lo que se erige como obstáculo se tritura. No se admiten objeciones ni disidencias y bajo sus órdenes es inadmisible el debate que enriquece ideas y estrategias. Sólo impera una voz y una sola dirección, y pensar por cuenta propia tiene riesgos porque la discrepancia con el líder no tiene cabida, es algo que no puede coexistir con las disposiciones inapelables del ónfalo detersivo.

Se dice que la vida interna de un partido es un anticipo en pequeño de lo que sería el funcionamiento del Estado con ese partido en el poder. ¿Qué pasó en este caso para que ahora veamos a Víctor Quintana en el Gólgota? El jefe AMLO dispuso que Víctor debía ser el candidato a gobernador de MORENA en el proceso electoral de 2016 hoy en curso. Por razones propias, el designado rechazó la oferta. He ahí el primer pecado. Luego, en atención a su convicción de que en 2016 se debe evitar que el PRI gane la elección de gobernador, Víctor vio en Javier Corral la posibilidad de tener éxito en su estrategia y como parte de una alianza ciudadana apoya abiertamente a este candidato. Su razonar puede ser o no el correcto, pero es una postura emanada de sus convicciones y responsabilidad. Con ello consumó el segundo pecado. De todo eso se desprendió la orden de proceder a su expulsión de MORENA y su calificación de “traidor” por AMLO, el hombre que purifica a políticos que se alejan del PRI y sataniza a quienes disienten de sus disposiciones. El liderazgo de AMLO en MORENA, en esencia, se finca en mantener controlada la libertad de criterio y sofocada la opinión propia, todo un fenómeno típico de la psicopatología del autoritarismo que aspira a hacer del conformismo el mejor guardián de las lealtades personales.

Con su postura, Víctor Quintana se rebeló contra esa caricaturesca dictadura mesiánica al interior de MORENA. Una expulsión enaltece a Víctor y la acusación de “traidor” se revierte a quien lanza el dardo, pues la trayectoria de lucha no se borra con la excomunión del inmaculado. Hay sin duda diversos tipos de partidos políticos, MORENA es patético en los alcances autoritarios de su líder y lamentables sometimientos acríticos; es un MOvimiento de REciclaje NAcional del priísmo y, como todo partido, busca acceder y mantener el poder.

La democracia es un escenario amplio de participación política donde coexisten lo mismo liberales que conservadores o miscelánea de izquierdas; donde vemos a parlamentarios o autoritarios disputarse el favor electoral; donde lo mismo se cocinan gobiernos de auténtica democracia o se construyen democracias totalitarias. Que cada ciudadano asuma la postura que más le convenza ante semejantes escenarios.

Buen retorno Víctor a la libertad de opinión. Con saludos amistosos.

Atentamente: La Plebada”

 

 

Retrato de la iglesia católica con la imagen de estados en elecciones

El periódico católico Desde la fe, publicado por la Arquidiócesis Primada de México, no escatima conceptos para caracterizar los procesos electorales que en buena parte de las entidades de la república apuntan hacia su terminación. Se trata de que “el tufo del narco” está presente, lo que significa que muchas cosas están podridas, aunque no siempre tengamos conciencia de ello. Que lo diga la jerarquía católica tiene un peso mayúsculo, más allá de que se esté adentro o fuera de esa fe, porque acierta en el diagnóstico y reproduzco, sintéticamente, algunas frases contenidas en su editorial de la edición dominical más reciente:

El crimen organizado ha infiltrado a los partidos y ejerce todo su poder corruptor y decadente en contra de la democracia. Esa tesis es correlato de los vacíos institucionales, de ninguna manera obra de la casualidad. Los “blindajes” de los órganos electorales han fracasado en algunas regiones del país y la delincuencia ha tomado las riendas, lo que permite hablar de la característica de “estado fallido” que el Estado mexicano tiene en importantes entidades federativas, hoy en proceso electoral.

Postura de la jerarquía católica.
Postura de la jerarquía católica.

En la misma línea de argumentación, el editorial del periódico católica deplora que haya “carencia de memoria histórica”, entiendo que con la misma la reproducción de los errores tenderá a reiterarse en elecciones de pésima calidad, o bien designando a delincuentes, abiertos o embozados.

Aunque no lo dice así y habla en paquete, se refiere a estados, como el de Chihuahua, donde los gobernantes están acusados de enriquecimiento ilícito, y no han hecho nada contra la pobreza, el desarrollo y la defensa de las instituciones básica de la sociedad, de que se alimenta la violencia endémica.

Finalmente, en este apresurado resumen, también hay un reproche contra los partidos políticos: “sólo pagan sus errores con multas”, estipuladas por los órganos electorales (administrativos o jurisdiccionales) como si de esa manera encontraran una purificación para continuar en el precario desempeño en favor de la democracia que tienen los partidos controlados por camarillas o por los gobernadores mismos, y a fin de cuentas por lo que se puede considerar una especie de sistema que sólo en la fachada se presenta como democrático, pero en realidad le juega las contras a este anhelado proyecto nacional, que no se entiende sin la construcción de un Estado de derecho respetado por todos, incluida la iglesia católica, por supuesto.

No quiero finalizar estas notas sin decir que la jerarquía del clero católico aquí en Chihuahua se mueve en la ambivalencia y la complicidad con el duartismo, que está lejos de emplear un lenguaje tan claro como el que se contiene en el periódico Desde la fe, y esa ausencia se advierte y se lamenta en un territorio que a mi juicio queda bien retratado en el medio del cual tomamos estas notas.