Cuánta razón tiene el diputado Rogelio Loya al calificar la creación de la Fiscalía Anticorrupción recientemente votada en el Congreso local de Chihuahua como una simple y llana vacilada. No es que el diputado careciera de argumentos, no. Se trata de valorar en su justa dimensión una iniciativa de César Duarte a la que se le dio un trámite privilegiado. Presentada la propuesta, el Congreso la votó en menos de quince días por una mayoría exclusivamente priísta, porque priísta es el sentido de esta decisión que trata de aparentar y simular que el cacique está en favor de la transparencia y la rendición de cuentas que pasa por el fincamiento de responsabilidades penales a quienes cometan faltas al apropiarse o abusar del patrimonio que los contribuyentes entregan al gobierno para la satisfacción de las grandes necesidades sociales.
Pero no se agota en ello el tema. El fiscal especializado anticorrupción dependerá del nombramiento del fiscal general, es decir, que si éste depende del gobernador, el que atienda la anticorrupción dependerá del fiscal y, por ende, los nexos de partidarismo y lealtad estarán bien acotados en favor de los funcionarios públicos a los que se pretende investigar y consignar ante los tribunales. A lo más que podría llegar es a pretender barrer la escalera de la corrupción de abajo para arriba, y por tanto de manera totalmente ineficaz.
Aquí habría que reconocer que si en Chihuahua los mismísimos organismos constitucionales autónomos –IEE, ICHITAIP, etcétera– están en actitud totalmente servil, qué se puede esperar de un funcionario de tercer o cuarto nivel que depende jerárquicamente del Ejecutivo. En otras palabras, y como caricatura, estamos en presencia de una imitación de lo que hizo Peña Nieto cuando nombró al hombre de los bucles, Virgilio Andrade, para que lo exonerara de la corrupción que emblematiza la famosa Casa Blanca, defendida de manera tan cara por la actriz conocida como La gaviota.
La creación de una división especializada habla claramente de que lo que se podría hacer a través de una nueva dependencia, se puede hacer ya hoy día sin mayor problema, pero para esto falta autenticidad, moralidad, legalidad, cumplir la ley, palabras que por otra parte nunca han figurado en el diccionario, ni de César Duarte, ni de sus diputados neófitos y postizos.
Finalmente se trata de una maniobra electorera con la que Duarte quiere pasar a la historia por el combate a la corrupción, pero nunca la de él, que es la que debiera aclarar. Duarte parece, con este evento, como si saliera por las calles gritando: ¡Al ladrón, al ladrón! para que miles y miles de ciudadanos ya no se fijen en él, el corrupto por antonomasia. Pero no lo va a lograr porque ya todo mundo sabe que para los actos de corrupción él firma sin ver y quiere que todos le creamos porque su machismo es el criterio de certeza que una sobada lógica pretende consagrar.
Y como es fin de semana y no hallamos a quién decírselo, sólo nos resta decir: ¡Tengan su fiscalía!