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El cinismo parece que ya se convirtió en el singular distintivo de los líderes charros del PRI. No es nuevo el fenómeno, aunque sí los redoblados bríos con los que suele aparecer en estos días. Ya ni siquiera el ingenio folclórico, producto de la espontaneidad que da la ignorancia, acompaña las declaraciones de los líderes “obreros”, vendidos por igual al gobierno y a los empresarios con los que no es infrecuente que trafiquen con la miseria. Ahora la nota la dio Jorge Doroteo Zapata, el ya empedernido jefe de la mafia cetemista en Chihuahua. Nos viene con la nueva de que el salario mínimo no alcanza para comprar ni un kilo de papas. Lo dijo en una reunión con empresarios, a propósito de los temas de productividad de las empresas. O sea, haciéndose eco de una agenda que si bien tiene que ver con los trabajadores, es propia de quienes les compran su fuerza de trabajo: los asalariados, que en pleno siglo 21 no logran hacer su revolución democrática para dotarse a plenitud de la organización suficiente e independiente para autogestionar los propios derechos.

Aparentando un cierto duelo, Doroteo Zapata (así lo bautizaron sus padres pensando que hacían una síntesis histórica con su crío) hace distingos entre inversionistas extranjeros y los nacionales, denostando a aquellos y de alguna manera defendiendo a estos. Pero lo que son las cosas, a la hora que firma y trafica con los contratos colectivos, con unos y otros, los vende por igual, cual hacen los gángsters cuando venden seguridad. El sindicalismo de Zapata, por decir lo menos, es una podredumbre que no se ha ido del país, precisamente porque es parte de un rompecabezas en el que los de abajo –en este caso los trabajadores– llevan la peor parte. Y aunque es poco lo que puede decorar su presencia en un evento empresarial, no deja de ser pieza de utilería para hablar de una paz laboral, propia de los peores tiempos del porfiriato.

 

Palos contra el matrimonio igualitario

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Providas, clericales, conservadores, mojigatos, enemigos de los derechos humanos y amigos de la discriminación, han formado, por enésima ocasión, su santa alianza en defensa de los valores (así, abstracto) la familia tradicional, que sólo existe en el recuerdo, porque hace siglos desapareció, y otras lindezas por el estilo. Ponen tanta pasión en este asunto, que serviría para mover montañas en asuntos verdaderamente prioritarios y trascendentes. Se cobijan con las lujosas naguas de los sacerdotes hipócritas que ven la pederastia y se dan vuelta en redondo, pero no toleran que una pareja del mismo sexo se pueda unir en matrimonio. La trillada temática da pie para que gente sin nombre y presencia bien ganada en la sociedad salga a la tribuna a decir todo tipo de sandeces y barbaridades que no se sostienen ni ética, ni jurídica, ni gramaticalmente. De ninguna manera. Entre ellas apareció la voz de Marcela Palos, quien incluso recomienda que para dar paso a sus creencias, se tenga que desobedecer las buenas y notables resoluciones que el Poder Judicial de la Federación ha emitido para privilegiar la reciente reforma derechohumanista vigente en el país. Sólo le faltó a doña Marcela espetarnos el lema de religión y fueros, quizá porque su pensamiento vaya mucho más atrás. Más temprano que tarde tendrá que llorar la reforma que viene para dar paso a una reforma básica: el matrimonio igualitario. Al tiempo. Por lo pronto, sólo comento, por la temática de que se ocupan estas líneas: lástima de apellido.

 

Lloran los militares

El secretario de la Defensa Nacional, general Salvador Cienfuegos Zepeda, afirmó en días pasados que “hay quienes quieren distanciarnos del pueblo”. Se le olvidó decir que son ellos mismos los que se han encargado de la empresa, por su historia reciente, sobre todo, pero que viene de lejos, de muy lejos. La realidad es que al paso que vamos, las fuerzas armadas del país se convertirán en los pretorianos que sostengan el creciente autoritarismo mexicano, incapaz de encontrar una solución política a la crisis del país, cuya muestra más clara es la corrupción política que carcome al estado en todos sus niveles.