duarte-1dic2014

¿A qué se quedaría César Duarte hasta el 15 de enero en la silla del palacio de gobierno? Lo único que podría restarle es dejar de lado el cinismo con el que se conduce y dedicar esfuerzos, en términos administrativos, a relanzar estrategias de ingeniería financiera que le permitan revertir o tapar aquellas que le han redituado el acrecentamiento de su fortuna. Querrá, en algún momento dado, modificar lo inmodificable: las relaciones con los ciudadanos están rotas, su unión con los sindicatos pende de un hilo, algunos empresarios ya no le guiñan el ojo, sus vínculos con los trabajadores del gobierno del estado –si es que alguna vez existieron– no sólo se han desdibujado sino contrapuesto… Y todo ello habrá de estar ejerciendo presión al PRI, electoralmente hablando, para cuestionarse qué tan útil es César Duarte para estos días y los venideros. Duarte entonces estará dejando escapar –todo por culpa de su ambición desmedida– la señera idea de convertirse en el sucesor de su convenientemente admirado Enrique Peña Nieto, otro gobernante cuestionado en casa y caído en el descrédito fuera de ella (las encuestas, que sí le importan, lo confirman).

Buena parte del priísmo de abajo ya no siente suyo al ballezano. Ve en él lo que es: un enemigo. Y, paradójicamente, la mansa oposición en el Congreso no sólo acude de cuando en cuando en su auxilio mediático porque, claro que sí, esa “oposición” fue de las ganonas en las elecciones intermedias de 2013.

Del otro lado están los agraviados, los que el pasado viernes 28 de noviembre estimaron que desde Unión Ciudadana, cívicamente constituida, se puede luchar y emplazar al tirano para que deje el cargo que nunca realmente ha ocupado, o mejor dicho, que nunca ha ocupado dignamente, y dar paso a que las investigaciones por efecto de la denuncia penal en su contra fluyan.

El cacique tiene hasta el 15 de enero para solicitar licencia. Está entre la espada y la pared, no tiene hacia dónde moverse, salvo en los medios de comunicación a los que paga bien, pero también ahí ya se le nota el agotamiento y, lo que eventualmente más le preocuparía, está sumido en un acartonamiento caracterizado de frases hechas y lugares comunes que, por lo anterior, ya nadie cree. A Duarte ya no le quedan argumentos, el guión está agotado y segundas partes aburren a un público dolido.

Unión Ciudadana se ha propuesto derrotarlo, y frente a ese cacicazgo unívoco, cada vez más inamovible, la pluralidad ciudadana, decididamente se mueve, se mueve…