El gobierno de Javier Corral pretende, inútilmente del todo a esta hora, pasar a la historia por su compromiso con la justicia. Aunque cruzó por una escuela de Derecho, parece que no entiende la dimensión de ese propósito. Doy un ejemplo concreto:
Su falta de respeto por la independencia del Poder Judicial, que no logró sanear nunca y ahí están los duartistas y hasta sus correligionarios de partido. Impuso su mayoría en el Consejo de la Judicatura y en su momento al mismo presidente en la figura de Pablo González. Son hechos hartamente conocidos.
Pero ahora, y al calor de la tragedia que vive su partido por su obra, se ha hecho posible una circunstancia que tiene que ver con el fiscal César Peniche Espejel. Es pieza clave en la acusación a María Eugenia Campos y a la vez aspirante a un cargo de elección popular, ni más ni menos que la más importante alcaldía del estado, la de Ciudad Juárez.
Lo menos que podemos decir es que hay un evidente conflicto de interés: representa al ministerio público que tiene el encargo de ejercer la acción penal contra la alcaldesa de Chihuahua acusada de corrupción, y es, al mismo tiempo, pretendiente panista enfrentado con el proyecto que resultó hegemónico en la elección de Maru Campos como candidata a la gubernatura el domingo pasado.
Si bien no esperamos que la justicia tuviese un buen momento durante el corralismo, al menos debiera haber auto contención por parte de Peniche Espejel de pasar a la vida político-electoral o escoltar sus aspiraciones con la renuncia respectiva al cargo, porque nada se concilia en lo que ahora hace su jefe y él mismo.
De continuar todo esto, el presupuesto de lo público quedará corrompido al máximo y continuarán en la política de perder-perder. Y sucede así porque Javier Corral actúa, con relación al fiscal, siempre a la carta y con el menú que le pone Alejandra De la Vega, ahora representante de Corral en Ciudad Juárez, con visos de operadora político-electoral.
Hasta dónde llega la ceguera. Digo todo esto convencido de que con estos hechos sólo se patrocina la posibilidad de la impunidad en la persona de Campos Galván, a juicio de este escritor, pieza corrompida del duartismo.