Compartimos la alegría que se siente por todo Chihuahua por la detención de César Duarte con la finalidad de iniciar un proceso de extradición y remitirlo a tribunales del país para ser juzgado por delitos cometidos durante el ejercicio de poder como gobernador del estado de Chihuahua. Como la mayoría de mujeres y hombres de esta entidad deseo que ese juicio, que puede ser prolongado en el tiempo, en este caso sea breve y tengamos el aliento de verlo procesado aquí en nuestra tierra. Estamos en una etapa sin duda importante. Del lado cívico, el gusto por haber iniciado el combate para defenestrarlo, como se lo merecía; del lado institucional, las arduas labores que conducen a la substanciación de un proceso judicial complejo en tribunales de Norteamérica, que incluso, eventualmente, pueden alcanzar hasta un pronunciamiento final de la Suprema Corte de Justicia del poderoso país.

Duarte va a tener oportunidad de defenderse ante los tribunales norteamericanos, lo digo porque se debe saber y tener plena conciencia de ello si se cumple con un debido proceso de por medio. En lo particular no tengo dudas de que hay suficientes elementos para trasladarlo a México, porque es el Estado mexicano el que lo reclama con base en un tratado de extradición, por cierto, ya envejecido, que no corre al parejo de una realidad que se ha hecho potencialmente más compleja durante el último medio siglo, exponencialmente en los últimos años.

De alguna manera es un momento propicio para hacer una especie de balance o corte de caja de lo que ha sucedido hasta ahora desde septiembre de 2014 a estos días. A nombre de Unión Ciudadana, en la Plaza Hidalgo de Chihuahua, fijé el jueves pasado este posicionamiento: 

“Vivimos un momento de regocijo ciudadano. Cuando presentamos la denuncia penal contra César Horacio Duarte Jáquez, Jaime Ramón Herrera Corral y Carlos Hermosillo Arteaga, el 23 de septiembre de 2014, le dijimos al pueblo de Chihuahua que vivíamos atrapados entre una fachada de instituciones republicanas al servicio del engaño, y una realidad atroz: una pandilla de delincuentes que se instaló en el poder para aprovechar esa posición y enriquecerse con el patrimonio de los chihuahuenses y con las relaciones que genera un poder despótico y sin límites en su aviesos propósitos. En otras palabras, que la corrupción política había llegado para entronizarse al amparo del poder presidencial de Enrique Peña Nieto y su decadente partido.

Por primera vez una consistente lucha contra la corrupción salía a las calles a dar una batalla y lo hizo honrando dos divisas: la valentía, que es virtud sólo cuando se pone al servicio del otro, de una causa general y generosa, y renunciando con convicción a medrar de los ciudadanos enarbolando banderas que no se asumen con honradez.

Por eso creamos Unión Ciudadana, como un gran aliento para renovar la vida pública de Chihuahua reclamando que fuera cimentada en el derecho y en la ética. Para lograrlo empeñamos nuestro duro deseo de permanecer en la lucha, como dijo el poeta, con una firmeza de ánimo indoblegable. Y aquí estamos, como testigos de que luchar desde la ciudadanía reditúa a la sociedad con creces. Estamos como testigos de un momento altamente significativo porque finalmente se ha capturado a César Duarte, al que estábamos seguros habíamos derrotado desde el momento mismo en que le demostramos que era un traidor a su pueblo, un corrupto de la peor era de la existencia del partido de Estado en la república.

Es cierto que Unión Ciudadana nunca logró concentrar en una plaza pública a los miles de seres humanos para provocar el derrumbe de la casta decadente. Pero había en la gente de Chihuahua una gran resistencia pasiva que se sentía por todos los rincones del territorio estatal.

Miles de voces nos impulsaron a seguir adelante y ahora el tirano está detenido en los Estados Unidos con la finalidad de que se le extradite para juzgarlo por todos y cada uno de sus crímenes.

Pero, a final de cuentas, estamos frente a un capítulo más que aleccionador por ponernos ante nuestros ojos las dificultades de la lucha contra la corrupción, que reclamamos debiera ser más rápida en sus resultados. César Duarte tendrá todas las oportunidades, un debido proceso en el que podrá defenderse de las imputaciones que se le formulen, pero no tiene una sola razón para evadir el irrecusable veredicto que la sociedad chihuahuense ya dictó hace años al colocarlo entre las personas que mayor daño le han hecho en la historia a un pueblo generoso que no merece continuar por esa senda.

Falta tiempo todavía para deshojar esta incógnita, someterlo a un proceso, condenarlo y castigarlo. Su mayor sanción, no tengo duda, es una moral republicana que lo condena, pero también reconozcamos que la máxima pena que habrá de sufrir es la devolución de lo robado.

Sin embargo, la justicia en Chihuahua está incompleta, se ha practicado una especie de selectividad: con una vara se mide de manera distinta y se otorgan privilegios a quienes hoy también debieran ser perseguidos o castigados; concretamente señalo a Jaime Ramón Herrera Corral y a Pedro Hernández, pero claro que hay más.

La lucha contra la corrupción es un proceso social altamente complejo; pretender encasillarla otorgando méritos a unos y restándoselos a otros es inadmisible. Como también lo es regatear el esfuerzo de quienes iniciaron un combate y contribuyeron desde donde se encontraban, incluidos los gobiernos estatal y federal. Por lo que respecta a Unión, jamás ha arriado banderas, ni lo hará, menos refugiarse en la arrogancia y la vanidad, mediante la cual se pretendió desde el poder, inútilmente, tener el monopolio de la verdad, sólo porque detentaba la obligación pública de perseguir a los malvados y depredadores de las instituciones públicas y su patrimonio. A lo más, es tarea de lo que se deberá encargar la historia. ¡Ay de los gobernantes que hacen de su egolatría el sustento de su imagen política y se pierden!

La lucha de Unión Ciudadana deja una importante moraleja: los chihuahuenses deben ser más acuciosos y responsables a la hora de nombrar representantes, al momento de entregar los poderes a ciudadanos manchados, incapaces y ambiciosos. Si no decimos esto ahora, en medio de esta resistencia, estaremos abonando a que esta sea una lucha sin fin, cuando de lo que se trata es de cerrarle absolutamente las puertas a la corrupción política a los malvados y logreros que hacen del gobierno y el estado la plataforma predilecta y privilegiada de sus negocios privados, o simplemente de sus proyectos de poder que se encierran en la ambición de dominar a los otros, haciendo a un lado los valores más altos de nuestra Constitución.

No nos perdamos, sigamos en pos de nuestras metas. Las grandes mujeres y los grandes hombres tienen abierto ante sí un enorme campo de acción; sepan que la tierra es fecunda y está barbechada para todos los que tienen ojos para ver, oídos para oír y corazón para amar a su prójimo”. 

Hasta aquí esta postura de Unión Ciudadana. 

Quizá ese discurso tenga que ver con la historia y su musa Clío y el tema corresponda a la tragedia que se abate sobre Chihuahua, y de la cual seguramente brotarán no pocos textos inspirados por Melpómene, la musa de la tragedia. 

Quién lo sabe.