En medio de la coyuntura que se abrió con la detención de César Duarte en Miami, Florida, el gobernador Javier Corral puso el acento en políticos locales en activo, manchados pro la corrupción de la tiranía de aquel. Aquí está lo mismo Cruz Pérez Cuéllar que María Eugenia Campos Galván. 

En ambos casos es evidente que se dejaron pasar las mejores oportunidades que hubo a partir de octubre del año 2016, cuando se inauguró la actual administración. Por su falta de actuación oportuna, ahora Corral está ante un dilema: si procede conforme a la ley de una parte sonará a venganza, y de otra va a agredir los sentimientos de un sector importante de su partido. Eso por un lado, pero por otro, si a partir de ahora guarda silencio y se refugia en la inacción, aparte de quedar la duda sobre qué sucedió, quien quedará mal –muy mal– será el propio titular del Poder Ejecutivo.

Para esta columna es convicción de que el asunto tiene una miga verdaderamente importante, sustancial. En otras palabras, hay materia. 

Hoy quiero referirme a un aspecto que desde luego en sí mismo y en las apariencias no estaría ubicado estrictamente en la esfera penal, pero que habla de política y por lo tanto ha de tener consecuencias tangibles. Para nadie es desconocido que César Duarte, ya enloquecido en la fase electoral de 2016, no tan sólo designó a Enrique Serrano como candidato por el PRI para conservarse en el poder en calidad de hombre fuerte de esta región, sino que también, y no tras bambalinas, hizo candidatos a Cruz Pérez Cuéllar por Movimiento Ciudadano y a Jaime Beltrán Del Río por el PRD. Ambos fueron piezas en el tablero del ajedrez para pretender restarle votos al PAN y propiciar su derrota, para favorecer precisamente el triunfo priísta de Enrique Serrano. 

Obviamente que estas acciones no se entienden sin una inyección sustancial de recursos públicos, tanto a la dirigencia de esos partidos como a los propios candidatos; y suponiendo que no hubieran recibido dinero sucio, cosa que dudo mucho, de todas maneras su participación política hoy los debiera hacer impresentables en una nueva pretensión electoral, en especial a Cruz Pérez Cuéllar, que podrá decir lo que quiera, pero ese baldón no se lo quita de encima, como decían antes: ni con Pomada de la Campana.