
De los que antes iban de profetas, ahora el éxito es su meta
Como es del dominio público, los políticos profesionales mexicanos no leen, y en términos generales son ágrafos, es decir, no escriben ni cartas de amor. Hay algunos que tienen escribanos a su servicio y publican libros y artículos que seguramente ni ellos mismo leen.
El ejemplo clásico al que se recurre una y otra vez, refiere que estos políticos, los hombres y mujeres de la ciudad, deberían tener una formación en lecturas de poesía y buscar la armonía que acompañó al nacimiento de la música. Es una utopía: pensar que nuestros políticos vayan a emprender una senda como esa, es más que imposible de lograr.
Algunos prefieren leer clásicos de la política, o presumen que hacen esas lecturas, y entonces citan a Rousseau, a Maquiavelo, y sobre todo a autores de obras jurídicas. Pero aún así prefieren el instinto y las malas artes para la práctica de la política. Por eso estamos como estamos.
Nuestro escritor José Emilio Pacheco recomendó en algún momento crítico de la vida nacional que se comprendiera la política como una invención para civilizar la discordia; pero eso no es posible sin políticos cultos, ilustrados y amantes de la buena lectura y la mejor música.
Es muy probable que el volumen mismo de las obras indisponga a los políticos a los que me refiero, porque significaría dedicarles muchas horas y desatender los negocios principales. Pero olvidan que, por ejemplo en la poesía, está la brevedad y la iluminación de grandes sabidurías.
Todo esto viene a cuento por el deseo de comentar y recordar la gran figura que representó para la música iberoamericana el talento poético del español Luis Eduardo Aute, contemporáneo de Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés o Joaquín Sabina, por mencionar un puñado de notables.
Aute nació en 1943, de modo que soy también su contemporáneo, y le tocó vivir la etapa de consolidación de la dictadura franquista en España, y también su derrumbe a la muerte de Francisco Franco, así como la asunción de una transición democrática que le dio un profundo respiro a ese país de la península ibérica. Se abandonó el republicanismo, reconociendo la monarquía, a la Iglesia Católica, a la legalización del Partido Comunista, y a la instauración de un régimen parlamentario que trasladó a un esquema democrático las grandes decisiones de ese país.
Aute vio el ascenso y la crisis del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Felipe González. En ese contexto también fue testigo de la caía del Muro de Berlín y, precisamente ese año de 1989, escribió y cantó “La Belleza”, todo un poema musicalizado con su estilo y que todavía se escucha en gran parte del mundo.
Es bueno tener en cuenta algunas de sus estrofas para referirnos a los políticos mexicanos, particularmente de esta coyuntura, que se describen a la entrada de esta columna:
“Enemigo de la guerra
su reverso, la medalla
no propuse otra batalla
que librar al corazón
de ponerse cuerpo a tierra
bajo el peso de una historia
que iba a alzar hasta la gloria
el poder de la razón
Y ahora que ya no hay trincheras
el combate es la escalera
y el que trepe a lo más alto
pondrá a salvo su cabeza
aunque se hunda en el asfalto
la belleza…”
Aquí se habla de las ilusiones perdidas, pero más que todo de la decepción. La apuesta fue por una cosa y lo que se obtuvo fue otra, opuesta. Y a partir de aquí hay una descripción de los políticos en cuestión, que son de aquí y son de todas partes, más en estos tiempos tan oscuros de destrucción de la idea misma del sistema democrático.
En ese marco, Aute alude a estos actores, como “reptiles al acecho de la presa negociando en cada mesa maquillajes de ocasión”. Lo que interesa es “la cumbre”, el cenit del poder, y ahí se reafirman los que “antes iban de profetas” y para quienes “ahora el éxito es su meta”. Fueron los “profetas” que cuando cae el muro nos dicen con hechos, “ya no somos iguales”.
Me gustaría concluir este texto con la última estrofa de esta enorme canción:
“Reivindico el espejismo
de intentar ser uno mismo
ese viaje hacia la nada
que consiste en la certeza
de encontrar en tu mirada
la belleza…”
Si los políticos leyeran y aquilataran la poesía, entenderían mucho la sentencia de Octavio Paz: “Un pueblo que no lee es un pueblo sin alma”.

