La característica política que viene en Chihuahua estará teñida del odio entre panistas. Si esa actitud fue la de Corral contra Duarte, será la de Campos Galván contra Corral. Significa estancamiento más que desarrollo político; intriga más que administración pública neutral, de la cual estamos a una distancia que se mide en años luz.

Se puede estar a favor o en contra, mi actitud es esta última, de que Javier Corral tenga la posibilidad de tener escoltas para disuadir agresiones; se puede estar de acuerdo o no en que la abogada Ana Herrera concurse por la titularidad de una notaría pública.

Lo que no es dable en términos de una sociedad con desarrollo democrático es que esas actitudes y decisiones las dicten razones exclusivamente de odio, como se deja sentir en el comportamiento entre los panistas que se exhiben, a un mismo tiempo, en escenas a veces públicas, a veces privadas. Se trata del odio que viene, en el que los intereses públicos y sociales importan absolutamente nada, y lo que vale son los intereses de las logias ultraderechistas que tras bambalinas toman decisiones ante el inmovilismo de una sociedad golpeada, entre otras cosas, por la falta de medios de comunicación que jueguen su papel genuinamente.

Ayer debió celebrarse un examen para resolver si Ana Herrera debía o no ocupar una notaría pública. El rencor dictó suspender el examen, porque un grupo de “notables” de la junta de “notables” que son los notarios públicos, simple y llanamente no se presentaron, cual era su obligación. Se supone que enviaron sus motivos en una carta que ahora se esconde y se deposita en la opacidad, cuando se supone que los notarios han de estar a favor de la máxima publicidad en estos asuntos.

No encuentro más razón para esa ausencia que la venganza. El coro que les hace el Diario de Osvaldo Rodríguez Borunda es parte de lo mismo, aunque es un rencor pagado con páginas diarias y recursos del municipio. Porque además, es un rencor tacaño.

Tengo para mi que el examen debió haberse realizado simple y llanamente, y concluir abriendo la vía regia para otorgar la patente o solamente negarla. Pero el odio dictó una senda diferente: despreciar, demeritar e insinuar hechos que ya son parte de la realidad. Quién puede negar, con razones suficientes, que esta institución del notariado, que huele a los tiempos de las monarquías cuando los reyes tenían la fe pública y hasta poderes traumatúrgicos para sanar moribundos, constituye uno de esos privilegios inadmisibles en este siglo XXI.

Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Las notarías se heredan y ya. Y a mi juicio, deben desaparecer, pero ese es otro tema, y seguramente una causa perdida al corto plazo. Pero ya se ve que bajo el lema de que aquí en Chihuahua los notarios los pone el Ejecutivo, será una práctica refrendatoria de un pasado elitista, por más faramalla que hagan con jurados arreglados y a modo, y a ratos excepcionales con inasistencias paralizantes.

Lo que no está perdido es el derecho a denunciar este odio, cuyos hilos hoy mueve María Eugenia Campos en agencias informales. Su odio ahora se desfoga a través de “penas” trascendentes.

Simula y disimula, pero todos lo advertimos. Y es que como dijo el notable escritor Herman Hesse: “cuando odias a una persona, odias algo de ella que forma parte de ti mismo. Lo que no forma parte de nosotros no nos molesta”.

O sea, PAN contra PAN, y Chihuahua triturada.