Ayer inició la marcha de Donald Trump hacia su reelección en 2021. El proceso electoral tendrá gran relevancia de alcanzar su objetivo el huésped actual de la Casa Blanca. En la arena interior y en la planetaria, se van a jugar asuntos de la mayor importancia, inimaginables algunos. 

Nuestro país, su representación política, el diseño de su política exterior y la gran presencia mexicana en territorio norteamericano, serán piezas de vital importancia en el tablero de ese ajedrez. 

Para nadie es desconocida la demencial tendencia imperial de Trump, su racismo, su afán de humillar a los países al sur del Río Bravo. Hasta ahora su belicismo no ha llegado a los extremos que exalta en sus palabras, pero las guerras económicas están a la orden del día y continuarán por un ciclo largo. 

No son pocos y certeros los análisis que se han hecho sobre la llegada de Trump al poder en carácter de planetarca, como llaman los griegos al presidente de los EU. Hay una historia que precede al desenlace de hace tres años con la derrota del Partido Demócrata y su abanderada Hillary Clinton, candidatura que hizo detestable el carácter oligárquico de la democracia norteamericana, aunado al cansancio y deterioro de la tradición democrática del poderoso país, que además se basa en la destrucción de las instituciones básicas, entre ellas los partidos.

El “factor México” puede influir en la futura elección. Pienso que los mexicanos que realmente aman a su país pueden hacer desde su propio territorio una campaña para cerrarle el paso al “monstruo naranja”. El gobierno podría hacer lo propio si se decidiera, por ejemplo, a llevar a una corte internacional la disputa por la amenaza de aranceles, antes que ceder a convertirse en el muro anhelado por la Casa Blanca. 

Que todos los que tengamos amigos, parientes, relaciones económicas, lancemos a diario mensajes sobre lo que significa la reelección en curso. Muchas simpatías y voluntades se podrán despertar, máxime si se hace valer el reproche de la denostación racista de la que son víctimas los mexicanos y otros migrantes a los ojos del yankee

En Norteamérica –es frecuente que no lo veamos o nos desentendamos de ello– hay una tradición democrática de gran valía de la cual se puede ser afluente frente al peligro que se avecina. Recordemos que son muy pocos los presidentes en funciones los que no obtienen la reelección. 

En esa tradición, están pensadores y políticos de la talla de Henry David Thoreau y Abraham Lincoln, dos de los grandes norteamericanos que se opusieron a la despiadada guerra que Norteamérica le declaró a México para despojarlo de la mitad de su territorio. El primero, fue un gran escritor y pensador, se guiaba por pensamientos de esta profundidad: “El único gobierno que reconozco como legítimo –y no me importa qué poca gente esté a su cabeza o lo pequeño que pueda ser su ejército– es aquel que con su poder imparte justicia en la Tierra, nunca el que imparte injusticia”. 

En referencia a Lincoln, no olvidemos que la Asociación Internacional de Trabajadores votó un apoyo en su favor en momento crucial. Ese apoyo al antiesclavista se debió a la pluma del mismísimo Karl Marx, el autor del famoso “Manifiesto Comunista”. 

Hoy, con la difusión del libro “The Dead March” de Peter Guardino, se conoce el carácter detestable e imperial de la guerra de mediados del Siglo XIX en territorio mexicano, en la que participaron Zachary Taylor y Ulises Grant, opinando de la misma el segundo que se trató de “una de las guerras más injustas emprendidas nunca por una nación fuerte contra una débil”. No está de más subrayar, además, que ambos generales llegaron a la Presidencia norteamericana. 

Los mexicanos de aquí y de allá debemos convertirnos en el dolor de cabeza de Donald Trump.

Sería una operación hormiga, gratuita, sin gran esfuerzo, con el apoyo de la red y un gran servicio a la humanidad. 

Yo empecé ayer.